El vulgo y su vulgaridad. Plagio de un chiste
Te has acostumbrado a vivir con un hombre vulgar, un zafio que se te sienta al lado como una losa. Lo toleras por principios, te repites, como si eso justificara la condena de sus palabras y de su presencia. Siempre ha sido un ser ordinario, pero cuando bebe, cuando pierde el poco control que lo disfraza, se convierte en un pozo de grosería del que brota lo peor.
Si alguien osa hablar de política, él no escucha, no razona, simplemente lo manda al mismo sitio de siempre: al culo. Así, sin matices. Y si el tema son las relaciones humanas, lo que sale de su boca es aún más podrido: esta es una puta, aquella una lesbiana, el otro un maricón, aquel un cornudo, este un sumiso de mierda. Nadie se salva, todos son arrojados al mismo pozo de desprecio, pasados por su culo como si el mundo entero no mereciera otra cosa.
Y cuidado con mostrar un ápice de fragilidad. Si te hundes, si confiesas que estás deprimida, para él no eres más que un despojo débil, alguien sin valor, alguien a quien también arrastrar en su retahíla de insultos. No hay compasión, solo cerrazón, solo mierda saliendo de una boca que nunca se sacia de escupir veneno. Es un cerdo, lo sabes, lo sientes cada vez que lo miras y piensas en todo lo que has tragado.
Ahora se acerca el aniversario, esa fecha que debería ser celebración y que para ti se ha vuelto un recordatorio amargo de todo lo que cargas. Y planeas un regalo, no por amor, no por ternura, sino como quien afila un cuchillo en silencio. Un cactus, el más grande que consigas, esa planta que dicen absorbe la negatividad. Ojalá lo logre, ojalá trague toda la podredumbre que él exhala. Pero sobre todo, disfrutas la idea, la imagen, el gesto final: verle la cara cuando entienda —aunque no lo entienda nunca del todo— que ese cactus, como todo lo demás, también se lo puede meter por el culo.
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Allá por los años veinte, el filosofo Ortega y Gasset, en su “Rebelión de las masas”, lamentó, como un signo de falta de cultura, la perdida de autoridad de los mediadores del gusto. Quedó reflejado en la siguiente frase: “Lo característico del momento es que el alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar su derecho a la vulgaridad y lo impone dondequiera.”
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