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Mostrando las entradas etiquetadas como MIS PLANTAS

Aloe vera.Lazo invisible en maceta de barro

En una maceta de barro cocido, reside Vera, una planta de aloe de hojas carnosas y bordes dentados. Vera no tiene ojos para ver el cielo ni oídos para escuchar los trinos de las aves. Su mundo es la luz que la alimenta, la tierra que la sostiene y, sobre todo, las manos suaves que la cuidan. Esas manos pertenecen a una mujer de ojos tranquilos y sonrisa serena. Llega cada día con una regadera, observa a Vera, comprueba la humedad de la tierra y, si la nota seca, vierte agua con delicadeza y limpia el polvo que se asienta sobre las hojas. Alguna vez ha cortado una de sus pencas, extraído el gel transparente y lo ha aplicado sobre su piel dañada. El alivio casi inmediato es el regalo de la planta a su cuidadora. Son compañeras que comparten un vínculo invisible pero profundo. Cuando las miro, me parecen la bella historia de cuidado y bienestar, sencilla y vital que reina en nuestras vidas.

Con R de rosa

CON R DE ROSA En el corazón de nuestra terraza, donde el sol besa sus paredes, se alza un rosal de porte elegante. Sus ramas vestidas de verde, con espinas, se extienden ofreciendo abrazos. No es el tallo con sus espinas, lágrimas punzantes que son su escudo defensivo para proteger su propia integridad, ni las hojas lo que capta las miradas, sino sus flores carmesí aterciopeladas, de tal perfección que parecen esculpidas. Cada mañana despiertan adornadas de diamantes cuando las mima el rocío.  Su jardinera de manos curtidas y sonrisa de miel cuida cada rosa con una conexión especial, con delicadeza de no dañarse. El rosal es contraste. Lo riega, lo protege del viento y contempla sus flores con una mezcla de gozo y melancolía, consciente de que, al igual que otras cosas en la vida, su belleza es efímera. La rosa nace para ser admirada y no poseída. La belleza profunda se aprecia en el presente y deja huella en la memoria; no ha de ser permanente, sino intensa, para que perdure más a...

Dama de noche. Bajo el hechizo de tus pétalos nocturnos

DAMA DE NOCHE. BAJO EL HECHIZO DE TUS PÉTALOS NOCTURNOS Nuestra Dama de noche, discreta durante el día y cautivadora al caer la tarde cuando el sol se despide con sus últimas ráfagas anaranjadas. Señora misteriosa, sutil, sensual y reina silenciosa, que nos enamoras con el encanto de tus pétalos, que se abren cuando la luna teje hilos de plata entre las sombras. Tú siempre esperas el cielo estrellado para que dance el perfume de tus flores entre la brisa nocturna. Confidente silenciosa de amantes con historias en jardines escondidos con luces tenues y miradas entrecruzadas cargadas de sueños y secretos, amores que despiertan también en la noche… Creas una atmósfera de fantasía y romance con quien te protege con cariño y me consta que aguardas su presencia, a la espera del próximo encuentro en la penumbra. A ella le gustas. Ambas sois señoras que con vuestra belleza llenáis la noche de magia.

Laurel. La calma perenne

Laurel. La calma perenne En el pavimento gris de nuestro ático, te alzas erguido y sereno en una humilde trinchera de barro cocido. Observas el ir y venir del mundo con esa calma que solo las hojas perennes conocen. Unos han buscado en ti la sombra en la canícula andaluza y otros han tejido coronas victoriosas con tus ramas. En nuestra casa, tu aroma nos transporta a cocinas antiguas, a guisos lentos cargados de tradición y a remedios caseros beneficiosos para la salud. Resistes al viento que a veces azota con fuerza, resguardado por el muro de la salamandra. Tu cuidadora nutre tu tierra sedienta en un ritual silencioso, un vínculo entre el agua y la vida que crece bajo su cuidado. Se sonríe y te habla. Tú le ofreces tu fragancia evocadora porque te hace sentir el rey del universo. Bajo el suave resplandor del sol nos es grato contemplarte, en esos instantes de paz con suspiros verdes del atardecer andaluz.

Olivo. Tu quietud sabia

OLIVO. TU QUIETUD SABIA Has llegado a una maceta, traído desde las entrañas de esta tierra andaluza. Tus hojas plateadas susurran secretos al viento y sostienen el rocío de la mañana. En tus ramas el sol dibuja filigranas doradas y en nuestra terraza te has curtido y has echado raíces firmes, testarudo como tus hermanos que pueblan la campiña cordobesa. Has sobrevivido al sol de justicia del verano lucentino y a su frío invernal, aferrándote a la vida con una quietud sabia y con la fuerza silenciosa de la naturaleza. Frente a ti, la Subbética. Tal vez añores sus campos, pero vives, lleno de amor, en nuestro rincón urbano de belleza sencilla. Respondes repleto de perlas como promesas, y sabemos que no te brotarán aceitunas. Eres, para tu jardinera, un pedacito de sus orígenes y el recuerdo de sus historias ancestrales. A mí me pareces más que una planta, un pedazo de hogar, un latido verde que palpita en Lucena.

Limonero. Un nuevo comienzo

Limonero. Un nuevo comienzo El limonero en nuestra terraza había llegado mustio y silencioso. Sus hojas, opacas, parecían resignadas al exilio urbano. Ella lo regaba con mimo, hablándole en voz baja de la luz andaluza que pronto lo sanaría. Una mañana, un resplandor de topacio despuntó entre el verde apagado. Luego otro, y otro más. Promesas ácidas colgando como lágrimas de sol. Hoy, sus ramas vibran con el zumbido de las abejas y el aire tiene aroma de azahar. Nuestro limonero, un corazón verde y amarillo, me recuerda la tenacidad de la vida y la magia de un nuevo comienzo, justo aquí, en nuestra terraza abierta al cielo de Lucena.