- Este relato quedó ganador en el Concurso de Paradela, de 2010 de los blogueros en su 1º versión del relato que se puede leer en esta entrada UNA NUEVA MADRUGADA
- En su versión renovada lo presenté a Concurso de Zenda con este título:
LAS DUDAS DE ELENA
Se oye el susurro de las aves con sus trinos que invitan a levantarse. Entre las rendijas asoman las primeras luces del amanecer. Julia despierta. Estira su cuerpo para salir del ensueño en que la noche lo ha envuelto. Hace un tiempo que se instaló en la casa rural de sus abuelos y le espera un día de ajetreo. Los quehaceres del campo no saben de perezas ni demoras.
Abre el portillo con cuidado para no despertar a Elena.
La aurora aparece pintada de nítidos colores. Siente el aire puro en su cara. Respira hondo. Se acerca al rincón del tilo entramado de recuerdos. Bajo la buganvilla de flores lilas revolotea una mariposa amarilla, mientras oye el murmullo del agua que llena el bebedero. Saborea un café. Se sienta a
escribir, a puño y letra, como antaño. No quiere esperar más. Si se adentra en el mundo de los silencios, las palabras no dichas se convertirán en dudas. Recuerda la conversación que las dos mantuvieron la noche anterior, y quiere empezar a disipar aquellas que le planteó Elena. Tiene miedo a perderla.
Con la emoción de la escritura pierde la noción del tiempo. Siente el roce de unas manos en su espalda. Es Elena. Le acaricia el pelo. Se sienta a su lado. Se miran. Crean un mundo en esa mirada.
Se dan cuenta que hace tiempo que no desayunaban juntas bajo la buganvilla. Elena coge las anotaciones y empieza a leer en alto:
"Cuando se tiña el cielo de acuarelas doradas
y el sol se pierda en el horizonte
regalando los últimos destellos,
trazaré sombras sobre el pozo de mis desvelos.
Cuando la tarde caiga y enrojezca el cielo,
te voy a hacer sentir un sueño,
donde la caricia mas pequeña,
va a ser inmensa y profunda
como el mundo entero.
Y te voy a..."
Julia le interrumpe con un beso. Se enciende el deseo de recuperar el tiempo perdido. La mañana se inunda de luz.
Hoy, los quehaceres del campo sí que van a saber de perezas y demoras.
Entre las rendijas asoman las primeras luces del alba. Se oye el susurro de las avecillas que al son de sus trinos invitan a levantarse. Ernesto estira su cuerpo para salir del ensueño en que la noche lo ha envuelto. Hace un tiempo se instalo con su mujer, Elena, en la casa rural y ambos empezaron a cultivar en sus terrenos, productos propios. Sabe que le espera un día de ajetreo porque el campo no quiere perezas ni demoras.
Abre el portillo con cuidado para no despertarla. La aurora ante sus ojos aparece pintada de nítidos colores. Siente el frescor del aire puro que acaricia su cara mientras respira hondo.
Se levanta preocupado, recordando la conversación que ayer mantuvo con Elena. Quiere demostrar que su cariño hacia ella sigue intacto. Ha de saber disipar sus dudas y se repite a si mismo que no debe esperar más. Tiene miedo a perderla.
Se acerca al rincón del tilo entramado de recuerdos.
Ha decidido reemprender la costumbre de escribir poemas, a puño y letra, como en las cartas de antaño cuando enamoró a su mujer con bellas palabras. La quiere. Su amor no ha cambiado, pero sabe que se ha adentrado en un mundo de silencios, que son los que a ella ahora le hacen dudar y que sus palabras no dichas y no escritas son las que le reclama.
Se instala bajo la buganvilla de flores lilas, entre las que revolotea una mariposa amarilla, mientras oye el murmullo del agua que llena el bebedero. Saborea un café y empieza a escribir.
Se adentra en sus pensamientos. Ensimismado con la emoción de revivir su sentir, pierde la noción del tiempo.
Siente el roce de las manos de Elena en su espalda. No ha oído sus pasos al acercarse. Ella ha despertado pronto. Le acaricia su pelo. Se sienta a su lado. Se miran. Esa mirada encierra un mundo de cariño y un deseo común: recuperar el tiempo perdido.
Ernesto se ausenta para preparar el desayuno de ella.
Mientras espera que el café asome y el pan se tueste, recapacita. Se da cuenta que hace tiempo que no desayuna bajo la buganvilla junto a Elena y en ese instante le parecen sus reclamos, razonables.
- Ernesto, este poema es precioso, léemelo
- Si Elena_ le contesta_ pero tus dudas, esos monstruos de tu pensamiento, han de tener fin.
Y recita:
Cuando se tiña el cielo de acuarelas doradas
y el sol se pierda en el horizonte regalando los últimos destellos,
trazaré sombras sobre el pozo de mis desvelos.
Cuando la tarde caiga y enrojezca el cielo,
te voy a hacer sentir un sueño, donde la caricia mas pequeña,
va a ser inmensa y profunda como el mundo entero.
Y te voy a...
Ella le interrumpe, le abraza y le besa.
La mañana se inunda con la certeza de que los quehaceres del campo van a esperar, porque hoy si, hoy si que van a saber de perezas y demoras.
Abrazados se les ve caminando hacia el interior de la casa.
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