DE LOTERIAS
Basado en una historia real
El frío de diciembre se colaba por las costuras del abrigo de Paco, un frío que calaba hasta los huesos y que nada tenía que ver con las juergas en Castellón. El tren a Barcelona parecía un espejismo, un sueño lejano, y el eco de su bolsillo vacío resonaba en la soledad de la estación. Había vendido la lotería, toda, sin reservarse ni un solo décimo, solo para poder volver a casa para celebrar la Navidad con su familia.
Ahora, en el andén, con el alma en vilo y sin un céntimo, se arrepentía.
Ya en Barcelona y en la estacion de Sants cogió el metro.
En Plaza Cataluña un cartel en la fachada de la administración de lotería le heló la sangre: el número agraciado era el que él había comprado y vendido.
La vida, en un giro cruel, le mostraba lo que pudo ser y no fue. Paco se quedó allí, petrificado, incapaz de apartar la mirada del número que le había costado la felicidad.
El mundo a su alrededor se desdibujó en un torbellino de sonidos distorsionados, y una náusea amarga le subió por la garganta.
La suerte había estado a su alcance, rozando la punta de sus dedos, y la había dejado escapar por su mala cabeza. El fantasma de ese número lo persiguió el resto de su vida, una cicatriz invisible que nunca dejó de dolerle.
Cuando meses despues volvió a la fonda, buscó a quienes les había vendido los décimos. Esperaba, quizás, un rastro de alegría, una parte de esa fortuna que él había sembrado. Pero lo que encontró fue la desdicha. El padre de familia, con una sonrisa amarga le contó cómo la riqueza se había vuelto en su contra, llevándolo a la ruina. Otro cayó en desgracia tras la ruptura con su mujer, que descubrió su infidelidad; otro quedó invalido tras un accidente... y así varios.
Un escalofrío recorrió la espalda de Paco. En la malicia de su corazón se dió cuenta que todos estaban pagando la maldición de la mala suerte que él mismo había invocado con rabia.
En ese momento, Paco comprendió que la fortuna, al igual que la vida, es una moneda con dos caras, una luz y una sombra, y que a veces, el mayor premio es no haber ganado.
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