Escritora en proceso 2 El libro que habla a su autor Subsistir Perdurar Mundo literario Persiguiendo sueños Conquistando espacio Los signos de la realidad
EL LIBRO QUE HABLA A SU AUTOR
Soy un libro con suerte. Recién editado. Estoy protegido y engalanado en la cubierta con una atractiva ilustración y en el resumen de la solapa me siento acompañado por ti, con tu foto de siempre.
Tu nombre lo llevo en el lomo, resaltado bajo el título, donde sujeto fuerte las hojas que han de levantar el vuelo al ser leídas.
Tras la anteportada me consta que te emocionas cuando lees una y mil veces la presentación que ha hecho de nosotros esa amiga tuya, la académica de una editorial valiente, que se ha atrevido a publicar en los tiempos de crisis que corren.
Me siento útil porque me has puesto un índice clasificado con el que facilitarás la búsqueda de temas.
A partir del prólogo, me enriquezco, porque se dan cita unos signos encadenados que son tus pensamientos hechos palabra, que han llenado mi cuerpo con frases, en las que regalas lo mejor de ti mismo. Pones al desnudo tus sentimientos, pero no tengas miedo, que nadie más que tú ha de saber si lo que escribes es ficción o realidad. Lo importante es llegar al corazón y presiento que esta vez va a ser así.
Al final me has añadido un exlibris que me da categoría.
Y un apéndice que ayuda a interpretar los enrevesados pensamientos que a veces se te ocurren.
Me dejas en compañía de unos cuantos, en la bibliografía. Son gente influyente y con ellos, como tú, aprendo.
Llego al colofón y me desgrano en un epígrafe, para descansar en el epílogo, tú y yo.
Estoy de suerte también, porque has adjuntado un glosario en la última página, y estos renglones finales se agradecen, porque ayudan a comprender mejor el contenido.
Amigo, mientras esto sucedía, fuimos el uno para el otro.
Ahora me he dejado secuestrar, porque es mi destino. He caído en manos de unos que se llaman lectores. He dejado de ser exclusivamente tuyo, para ser de todos y cada uno de ellos.
Esto tú también sabías que era así.
Con el tiempo, como autor, iniciarás otro proceso similar. Otras historias, otras emociones, y yo, probablemente, quedaré inerte en un estante, muerto de olvido. O no. ¿Quién sabe?
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SUBSISTIR
Fui un libro con suerte cuando salí a la luz.
En la solapa, una foto y un nombre, y en el lomo de mi cuerpo, pensamientos de un autor al desnudo que quiso vencer, depositando lo mejor de sí mismo, la ignorancia de las gentes de una distópica.
ciudad.
En ese proceso fuimos el uno para el otro.
Al finalizar, pude acabar en manos de extraños o en un estante muerto de olvido, pero me encuentro tratando de escapar de la quema en Fahrenheit 451.
No temáis, no perderé el conocimiento.
Me están memorizando los amigos de Guy Montag. ***************************
PERDURAR 1
Relato presentado a Concurso de Zenda
Soy un libro con suerte.
Llevo en la solapa su foto, en el lomo su nombre y muy adentro, su pensamiento. Se desnudó dando lo mejor de sí mismo en un proceso en el que fuimos el uno para el otro, hasta que me entregó generoso a otras manos.
En cada una de ellas me he salvado de morir de olvido.
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PERDURAR 2
Aunque mi cuerpo se hiela, me imagino que me quemo.
Y es que el hielo algunas veces hace la impresión del fuego. Rosalía de Castro
En la solapa, una foto; en el lomo, su nombre; y a buen recaudo en mi cuerpo, de renglón en renglón, su pensamiento. Desnudó el alma en noches de insomnio mientras suspiraba anhelante sueños a los que dar alcance. En aquel proceso íntimo me creó. Fuimos el uno para el otro. Hasta que salió a la luz. En eso tuvimos suerte. Hubiera podido acabar calcinado en una hoguera o muerto de olvido, que al caso es lo mismo; fuego o hielo, como versó Rosalía. Fui acariciado de mano en mano hasta hoy, que reposo bien acompañado con el conocimiento intacto.
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NATURALIDAD
Cada día me gusta más la sencillez en las palabras.
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MUNDILLO LITERARIO
El colmo de un escritor es que siempre quiere poner un punto final.
Aparte de que es un chiste, razón no le falta, porque con tantos competidores y rivales, egocentristas y vanidosos, jactancias y demás pistos, dan verdaderas ganas de escapar y decir adiós, previo haber sentido el rechazo del mundillo, que parece que vive en un permanente numerus clausus.
Pocas palabras pronunciaré cuando suba al estrado a recoger el premio por “50 sombras de Baybay”, pero pienso lucir una amplia sonrisa.
He sabido de las envidias que hay entre la camarilla literaria. Yo misma percibí el vacío cuando intenté introducirme sin que nadie me abriera la puerta. Los rivales estaban confabulados enjabonándose entre sí en sus cerrados círculos. Ahora, con el éxito de “50 sombras de Baybay”, me rondan como las moscas a un panal de rica miel.
¿De qué se preocuparán, si el único enemigo que tengo soy yo misma y cuando deje de creer en mí, desapareceré?
PERSIGUIENDO SUEÑOS
Ensayo una vez más el desafío al níveo folio para cubrirlo con palabras. Igual que el aleteo incesante de gaviotas acercándose al muelle, ávidas de encontrar alimento, algún día tendré recompensa.
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CONQUISTANDO ESPACIO
Mi mujer está disgustada porque voy adueñándome poco a poco del espacio.
En la cama porque soy como un elefante, como diría el título de cuentos de Elsa Bornemann.
En el baño porque monté para adelgazarme un gimnasio, con mancuernas de diferentes pesos, bandas elásticas, una divertida bosu de caucho y una bicicleta estática.
En el armario, porque me cuesta deshacerme de la ropa mientras no cambie de talla.
En la librería, porque los estantes están repletos de mis adquisiciones literarias y más ahora, que muchos de mis amigos microrrelatistas están publicando: María Paz, Susana, Cecilia, Mar, Jesús, Humberto, Lola, Miguel Ángel, Paz, Pedro, Beatriz, etc.
Mi estudio estaba en una habitación encarada a un patio interior al lado de las escaleras, siempre iluminado con luz artificial. Acabé siendo el vigía de los vecinos que no usan el ascensor. Me cansé y decidí trasladarlo a un lugar más alegre de la casa: el comedor.
Una mañana retiré unos cuantos muebles de una estancia situada frente al ventanal que da al jardín y ahora vigilo el níspero, el naranjo, los mirlos y... alguna terraza interesante; en fin, que me he acomodado en un ambiente que incrementa mi inspiración. Pero…
—¡Mariano, nos hemos quedado sin comedor!
—Tienes razón, Juana.
—Pues sí, querido, tengo razón y un dilema.
La escritura será tu alimento, pero a los invitados a comer no sabré dónde meterlos.
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LOS SIGNOS DE UNA REALIDAD
Hace días que observo fenómenos raros en mi estudio. Dejo folios con los escritos impresos encima de la mesa y cuando regreso están metidos en un cajón, sin recordar que fuera yo quien los metiera. El ordenador, en vez de quedar en reposo cuando no tengo actividad, se apaga completamente, como si no quisiera saber nada de mí. Cuando lo abro y empiezo a escribir, el teclado se ha desconfigurado. La impresora lo mismo; se desconecta cuando quiero imprimir lo que acabo de crear. Para colmo, ayer dejé un paquete de folios acabado de comprar encima de mi escritorio y hoy casi no quedan. Y me consta que nadie de mi casa ha entrado en mi estudio.
Estoy extrañada.
Como hago cada día, me he puesto a leer en alto el último microrrelato que he escrito para presentar en algún concurso de los que soy habitual, y por enésima vez participante, y observo con perplejidad que el oso que me regaló mi hija se ha tapado los oídos.
Por lo visto, no les gusta lo que leo, tampoco a mi marido, ni a mi hijo el filólogo cuando les pido su opinión.
Creo que ha llegado el momento de reconocer que nada de lo que escribo es de calidad.
Ahora que leo y releo todo, una y mil veces, ya no me gusta ni a mí.
Siempre traté de dar un soplo de vida al cuerpo virgen del DIN A4, pero si mis palabras fueron huecas y poco acertadas, debería tirarlas a la papelera.
Ya lo dijo Hemingway. “La papelera es el primer mueble en el estudio del escritor”.
Me sabe muy mal dejar morir mis pensamientos en tan oscuro abismo, pero si en la vida hay que saber renunciar para crecer, en la escritura también, y yo estoy por esa labor.
Me cuestiono una vez más abandonar esta actividad y dedicar mi tiempo a otras cosas con las que tal vez tenga más acierto.
¡Oh, Dios! Acabo de ver a los últimos peluches que reposaban en mis estantes, abandonar la habitación cargados de folios. Ahora lo comprendo todo.
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LOS SIGNOS DE UNA REALIDAD
VERSIÓN 2
Observo fenómenos raros en mi estudio.
Dejo mis escritos impresos encima de la mesa y cuando regreso, los folios han desaparecido. A veces los encuentro metidos en un cajón, sin recordar que fuera yo quien los hubiera dejado.
Cuando me pongo a leer, el ordenador, en vez de quedar en reposo por no tener actividad, se apaga. Si de nuevo lo abro para reemprender la escritura, o tarda en abrirse un desespero o el teclado no responde o simplemente no se abre. Como si no quisiera saber nada de mí.
Si me pongo a leer en alto, el peluche que me regaló mi hija se lleva las manos a la cabeza tapándose los oídos. Hace como mi marido cuando le recito mis versos y le pido opinión.
Creo que ha llegado el momento de reconocer que lo que escribo no interesa. No tiene calidad.
No me gusta ni a mi.
Sé que es difícil tratar de dar un soplo de vida al cuerpo virgen de un DIN A4 en blanco y, como dijo Hemingway: “La papelera es el primer mueble en el estudio de un escritor”. Por eso tal vez haya llegado el momento de dedicarme a otras cosas.
¡Oh Dios! Los muñecos de mis estantes están abandonando la habitación cargados de folios. Se llevan mis escritos.
¡Qué horror!
¿Será para tirarlos o para conservarlos?
He aquí una duda.
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