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Reflexión tras la pandemia: Un mundo devastado que sigue sin cambiar

Yo vivo en un país con un antes y un después

azulejo decorado


Yo vivo en un país, en una ciudad, en una calle, en un edificio, en una casa, en…

En un país regentado por ladrones, ineptos y aprovechados en muchas instituciones; unos con corona y cetro, otros con bastón de mando, y todos con afán de poder mafioso y desaforado.

En una ciudaden una ciudad de cielo gris, aire contaminado y polución constante. Una ciudad donde el ruido, la bulla y el trasiego diario se convierten en rutina.

En una calle de acera ancha, pero plagada de bicis, motos, patinetes y alboroto.

En un edificiodonde la gente entra y sale en silencio, indiferente.

En una casa con ventanas enrejadas, puertas acorazadas y familias distanciadas. Un hogar que, más que refugio, se convierte en frontera.

Yo vivo en mi y lo mío, encerrada en un arnés de confort adormecido, de humor perdido, de grito ensordecido.

Y un día, un suceso mundial, desdichado, nefasto y fatal, cambió todo el escenario de la escena teatral.

UNA PANDEMIA. Una pandemia que parecía un cambio, una esperanza

En mí despertó las ganas de vivir.
En casa, la necesidad de liberarnos.
En el edificio, la costumbre de saludarnos.
En la calle, el deseo de caminar sin estorbarnos.
En la ciudad, la posibilidad de respirar a fondo y mirar un cielo claro.
En mi país, el sueño de un futuro sin ladrones ni corruptos.

El despertar del sueño

Creí que lo había soñado.
Pero al despertar de esa ilusión, la realidad golpeó fuerte:

El mundo sigue devastado.

La corrupción permanece.

La contaminación regresa.

La indiferencia vuelve a imponerse.

Nada ha cambiado.

Un texto íntimo y crítico sobre la pandemia, la corrupción y la ilusión de un cambio que nunca llegó

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