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Caprichoso azar

CAPRICHOSO AZAR

Un hilo invisible teje el destino, una danza caprichosa de encuentros y despedidas. Es el azar, arquitecto ciego de nuestras vidas, que con un gesto apenas perceptible decide el lugar, el tiempo y la persona que se cruzan en nuestro camino. En su reino, un simple retraso puede salvar una vida; una moneda al aire puede alterar un futuro. El azar es un susurro en el viento, una mariposa que aletea en un extremo del mundo y desata tormentas en el otro. Su belleza reside en la imprevisible crueldad de sus trazos, su poesía en la perfección aleatoria que, sin orden ni motivo, dibuja nuestras vidas.
"El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros los que las jugamos."Arthur Schopenhauer.

Recuerdo aquel día en Pediatría del Hospital Vall d’Hebrón. Dos niños de la misma edad sufrieron accidentes que podrían parecer semejantes. Uno cayó de un quinto piso; la gravedad de la caída fue contenida por las cuerdas de un tendal que, como hilos invisibles de protección, amortiguaron su golpe. Solo una fractura de brazo quedó como recuerdo.
El otro, sentado en un sofá, resbaló de forma inesperada, golpeando su cabeza contra el apoya-brazos. El ingreso fue grave, con traumatismo craneal severo.

Uno tocado por la fortuna, el otro por la desgracia. La línea que separa la vida de la muerte, la salud de la enfermedad, se dibuja a veces en un instante que parece azaroso, pero que en realidad es el capricho absoluto del destino.

El azar tiene la palabra. No obedece lógica ni justicia; no sigue causa ni efecto. Decide quién nace en un país y quién en otro, quién crece entre abundancia y quién entre carencias, quién camina junto a la familia que lo sostendrá y quién se enfrenta a la soledad temprana. La vida se despliega así: mitad azar, mitad voluntad, mitad sueño.
El azar es también un poeta silencioso. En la caída y el vuelo, en la risa y en la lágrima, en la luz que acaricia la piel y en la sombra que nos cubre, se revela con su ironía. Nos enseña, a veces dolorosamente, que la existencia es frágil y preciosa a la vez.

En esas noches largas y en los días de espera, recuerdo a  Emilia Pardo Bazán: “Azar”: y a Felipe Benítez Reyes: “El azar y viceversa”. 
su narrativa  resuena como un eco que nos recuerda que no hay control absoluto; que el destino nos guía a medias y que el resto depende del capricho del universo.

Cada accidente, cada oportunidad, cada encuentro fortuito es un micro-relato del azar. Como aquel niño cuya caída fue contenida por simples cuerdas: un milagro cotidiano. Como el niño del sofá, cuyo accidente nos recuerda la vulnerabilidad de todo ser. Como las vidas que se cruzan por casualidad y dejan marcas invisibles en nuestra memoria.

El azar es poesía y tormenta, caricia y huracán. Es la música silenciosa que marca los compases de la vida, y nos obliga, con su caprichosa batuta, a bailar.
A veces, como una brisa que nos acaricia, y otras, como un huracán que nos sacude, nos recuerda que la belleza de la vida reside justamente en su impredecible fragilidad.
En el fondo, el azar no es enemigo ni aliado. Es el guardián invisible de nuestra historia, el narrador silencioso que dibuja nuestras páginas sin que nosotros podamos ver su mano. 
Solo nos queda vivir, observar, sentir y, sobre todo, maravillarnos de la danza caprichosa que nos ha tocado bailar.

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