NI SIQUIERA SE TU NOMBRE Y SIEMPRE SUPE QUE ERAS TÚ
Nunca supe tu verdadero nombre. Siempre te escondiste detrás de un avatar cuidadosamente diseñado, un rostro que no era tu rostro, un misterio que no me importó. Porque detrás de esa máscara estaban tus palabras: precisas, inteligentes, casi aduladoras. Siempre respeté esa frontera invisible, comprendiendo que era tu forma de proteger lo que no querías mostrar, de cuidar tus fisuras más secretas. Yo te entendía.
Tú, como tantos otros, no te sentías cómodo en el escaparate. Incluso dar un pequeño pedazo de ti parecía demasiado. Te divertían más las vitrinas de los demás. ¡Pobre ingenuo! ¿No supiste acaso que serían otros los encargados de revelar tus secretos? Lo que tú compartías con franqueza terminaba, tarde o temprano, repitiéndose en boca de otros: a veces por inconsciencia, a veces por ingratitud, a veces por desquite.
Así de crudas son las pasiones humanas, así de despiadadas.
Y sin embargo, supe muchas cosas de ti, más allá de lo que me habías dicho, más allá de lo que mostraste en público. Pero, de todas esas cosas que conocí, todavía no supe cómo te llamabas.
Hubo un tiempo en que yo también me escondí detrás de un nik. Necesitaba sentirme libre para decir lo que pensaba, para exponerme sin miedo. Mira tú, no fuimos tan diferentes. Pero al final, tú cambiaste de bando y desapareciste. Yo cambié también, pero de casa, y allí seguí: con mi rostro, con mi nombre, con la libertad de expresar lo que sentía y necesitaba.
Entre nosotros corrió tierra a base de silencios y desdén. A veces veía tu avatar, cuando pulsabas un “me gusta” en algún artículo o comentario de amigos. Los silencios no me molestaban; iba y venía entre ellos con comodidad, como quien camina por un bosque familiar. Y, si me ajusto a la idea de Shakespeare, diría incluso que me atrajeron, porque me hicieron menos esclava.
La indiferencia, en cambio, dolió. De ti, de cualquiera. Recordé entonces aquella sentencia del Apocalipsis: “Porque eres tibio, ni frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”. Y por un instante, comprendí su peso.
Después de tantos años de conocerte, ¿qué importancia tenía un trato tan opaco, tan falto de transparencia? Al final, ni siquiera supe tu nombre.
SIEMPRE SUPE QUE ERAS TÚ.
Hablé con el informático sobre la posibilidad de descubrir quién se escondía detrás de los comentarios impertinentes y anónimos que visitaban mi blog.
Él me dijo:
—No es difícil rastrear la IP, identificar el navegador, incluso localizar geográficamente al emisor. Es cuestión de paciencia: cotejar datos, afinar la hora… pero sin conocer el hosting, los DNS, la red o el proveedor, descubrir de quién se trata se vuelve casi imposible.
Pásame los datos y veré qué puedo hacer.
Así lo hice. Cada comentario anónimo que llegaba, lo registraba y enviaba al técnico.
Una mañana, me llamó con las conclusiones.
Quedé paralizada: los datos coincidían con un “amigo virtual” por el que sentía simpatía, alguien de quien jamás hubiera sospechado. La decepción me dejó fría; quise apartar el tema, dejarlo enfriar y olvidar.
Pero hace un rato volví a él. Repasando su entorno virtual, confirmé que el anónimo sí era un fantasma. Recuerdo aquella vez que nos citamos para vernos en persona, con otras amistades de la red… y no apareció.
No por excusa, pensé entonces, sino por pura timidez. Poco a poco entendí: no sabía si su nombre era real, ni conocía su rostro; siempre estaba camuflado tras un avatar.
Presumía de habilidades literarias que no eran suyas; coleccionaba contactos y seguidores variopintos, muchos de los cuales ni siquiera compartían sus opiniones ni sus supuestos gustos refinados. Sus comentarios siempre buscaban impresionar: a veces neutros, otras con un ácido disfrazado de cortesía.
Nunca me importaron sus discrepancias sanas, ni sus inclinaciones políticas, ni los chismes sobre sus gustos íntimos… hasta que un día, sin aviso, me eliminó de su lista.
¡Toma!
Amigo virtual convertido en comentarista impertinente y anónimo: tu credibilidad se evaporó entre la duda. Me alegro de haberte perdido de vista, a ti y a esas amistades tuyas, fantasmas que también desaparecieron cuando dejé de prestarles atención.
Eres un perfecto desconocido.
Dedicado a R.E. y unos cuantos más de la esfera virtual, las monstruas (AC, MJ F, ML, NI, RE, JV... y alguno más).
***************
ANÓNIMO DE MIERDA
Cuando lo que se escribe molesta o no gusta, se activa la estupidez humana en su máxima expresión: el anonimato.
Durante los años que llevo moviéndome por blogs, he recibido repetidas visitas de estos/as cobardes. De algunos jamás sabré quiénes son; de otros, solo podré sospecharlo, y eso es lo mismo que nada. A unos pocos, sorprendentemente, he podido reconocer quién se escondía detrás. Lamentable. Con esos/as hipócritas he roto todo trato y comunicación; no me interesan sus milongas.
Hace unos días recibí un e-mail que acusaba “presuntamente” a ciertos personajes de la sociedad española —políticos, banqueros, empresarios— de llevar su dinero a paraísos fiscales y hacer mal uso de los bienes públicos, citando nombres y apellidos. Me pareció un texto relevante y, dado mi grado de indignación con estos “mangantes”, publiqué una entrada denunciando el tema, incluyendo también el artículo de Elsa López en El Alisio, titulado “País de Chorizos”.
Ese mismo día, apareció el comentario anónimo:
http://www.vnavarro.org/?p=8039
"Lo que has escrito es una canallada. Como puedes ver en la web del profesor Navarro que te adjunto, esa lista es una manipulación y nunca la ha escrito el profesor Navarro. Espero tu rectificación en este mismo medio. Ten por seguro que, en caso contrario, te encontrarás con acciones legales."
Era apenas el tercer día de mi blog y no quería conflictos. Retiré el escrito y contesté:
"No quiero problemas; retiro el fragmento del artículo tras leer el texto del Sr. Navarro. Nos manipulan unos y otros, y mi grado de indignación ante tanto ladrón de arcas públicas sigue siendo el mismo."
Dicho esto, aprovecho para denunciar, una vez más, la cobardía de los anónimos, sean quienes sean.
He de aprender a ignorarlos, porque enfurecerme y contestarles no sirve de nada (aunque es muy tentador). Su presencia me fastidia, sí, pero lo mejor es tratarlos como a las malas personas: pasando de ellos.
Comparto con vosotros la crónica de mi amiga Elsa Lopez publicada en el diario digital de La isla de la Palma, "el Alisio", precisamente hablando de éste PAÍS DE CHORIZOS.
"Encender la televisión y echarse a temblar viene a ser lo mismo. No hay mañana que no lleguen nuevas versiones de la figura que ahora prima en nuestra amada patria: el chorizo, un modelo que se repite en cada uno de los tipos que aparecen ante nuestros ojos cada día. Roban, prevarican, acumulan poder, se pasean en buenos coches con o sin chófer, entran en las tiendas y restaurantes de moda, se fotografían con esposas, amantes y yernos, hacen deporte en barco, a caballo o sobre pulido césped; van a estrenos, cenas de beneficencia y comedores sociales y se retratan impunemente en cada uno de esos lugares. Suelen llevar una corte de amigos, enemigos y curiosos y portan abrigos de diseño con caída libre sobre sus hombros de aparente respetabilidad. Todos conocemos a alguno de estos personajes incluso les hemos dado la mano en alguna recepción social o literaria, porque los chorizos también leen y van al teatro y a la ópera. Los chorizos de tercera división van en chándal y con zapatillas de imitación, llevan una bufanda miserable, asaltan las limosnas de cepillos y recolectas y se soplan los dedos cuando aprieta el frío o poco antes de robarte el bolso con violencia. Los chorizos de segunda son buenos padres de familia y van con su señora a ver espectáculos donde bailan señoritas con el culo al aire y se sirven bebidas de colores; llevan a sus retoños al colegio y acompañan a los amigos al fútbol y a la caza de venados. Roban con discreción y suelen hacer chanchullos con instituciones y empresas. No les vemos las caras porque no interesan sus vidas de mediana calificación. Pero roban, o sea, son chorizos. Los chorizos de primera categoría son los verdaderos, los genuinos, los de denominación de origen. Ellos son los que salen en revistas del corazón o en programas donde se cuentan cosas verdaderas aunque parezcan inverosímiles. Son los mismos que van en taxi con tarjetas de oro pagadas por los ciudadanos; viajan en preferente en nuestro nombre y recorren países y paisajes divirtiéndose con nuestro dinero; van a conciertos, misas y bodas pagadas con los impuestos de los españolitos; se quedan con las subvenciones de gobiernos y de instituciones y, con la mayor de las desvergüenzas, nos dejan sin sanidad, sin educación y sin un duro en los bolsillos. Son los chorizos a gran escala. Algunos acaban en el banquillo y en la cárcel para consuelo de muchos. La mayoría continúa ejerciendo en sus puestos de alta gama. Desde los escaños del parlamento hasta las butacas de determinados despachos, los chorizos de postín nos humillan, irritan y, lo más doloroso, nos conducen cada día a la miseria moral más absoluta."
*****************
Comentarios