No se admiten fallos
Mi mujer es la gurú indiscutible y única responsable de una exigente empresa de identificación de voz. Su virtuosismo comenzó con las películas en versión original de los años treinta, aquellas joyas de Hollywood firmadas por la Paramount o la Metro Goldwyn Mayer, cuando era capaz de reconocer sin fallo a Marlene Dietrich en El expreso de Shanghái o a Richard Burton en Cleopatra, solo con escuchar su voz.
Con los años, se ha especializado en definir la imagen que va unida a una voz: un auténtico trabajo de psicología aplicada. Su ciencia moderna tiene un lema infalible: “A cada físico le corresponde un determinado timbre de voz”.
Según ella, incluso se puede adivinar si alguien prefiere café con azúcar o té con limón… aunque eso no está probado todavía.
Ayer le tocó analizar a un tal Muñoz de Barcelona, de la Escuela de Escritores.
Tras un análisis exhaustivo y nada superficial, lo etiquetó como un hombre “de entrada edad, maduro y corpulento, antipático y poco comunicador… con aire de haber olvidado dónde dejó las llaves de la vida”.
Hoy, tras aquel veredicto demoledor, casi la despiden.
Al parecer, su honestidad extrema y su “sentido del humor profesional” no fueron del todo apreciados en la oficina. La dirección propuso que, a partir de ahora, se limitara a usar adjetivos más neutrales, como “interesante” o “enigmático”. Pero ella, con la frente alta y el oído afinadísimo, ya prepara su próximo análisis: “El susurrante gerente que bosteza mientras habla por teléfono”.
Dedicado a Jordi Muñoz de Escuela de escritores de Ateneo de Barcelona, que tiene una voz muy particular
Comentarios