Pequeña pincelada de la vida en Bata- Guinea Española. Años 50
Recién casada y ya viviendo en Bata, mi madre no sabía hacer nada respecto a las tareas domesticas, que en aquellos tiempos y hoy también en muchos hogares, parecían ser exclusivas de la mujer. No sabía cocinar, no sabía coser, no sabía comprar, no sabía limpiar... nada de nada.
Empezó a vivir en condiciones para ella insólitas, en una casa grande en la que no había lámparas, ni luz eléctrica y tenían que usar quinqués de petróleo; donde tenían que dormir con mosquiteros, soportar temperaturas elevadas y humedad del 90%; en donde había grifos pero no agua corriente y tenían que ducharse con un cubo, y en donde de repente se presentaban tormentas tropicales o tornados que se anunciaban a lo lejos desde Punta Embonda, etc...
Mi madre, tuvo que aprender y ¡vaya que si aprendió!
Los pollos y gallinas se criaban en terrenos de la casa, los alimentos frescos, frutas, hortalizas, los surtían los nativos, así como la pesca y la carne de caza.
El cazador cazaba animales silvestres, con arco y flecha, con machete, o con trampas de alambre, y llevaba a la casa las piezas, las llamadas carnes de bosque o de monte.
Lastima que muchas veces en el peor de los casos, traían carne de mono, chimpancé o gorila, o elefante o tortuga marina, también murciélagos, puercoespines, ratas, serpientes, fritambos o antílopes enanos, cocodrilo, marmota... Y el ser humano, el mayor animal matando especies a las que ocasionaron daños irreparables, para exhibir sus trofeos de caza con su maldito orgullo.
El pescador, de manera artesanal en las bahías de Santa Isabel o entre los manglares del rio en pequeños cayucos o con redes, pescaba picudas, tiburones, angulas, bilolás , colorados, crafis o cangrejos, etc...
Siempre me he imaginado, por lo que mi madre me contaba, las abacerías en los barrios de los poblados, con tenderetes de colorido intenso por los ñames, piñas, papayas, yucas, malangas y plátanos, y las mujeres ataviadas con clotes de telas vistosas, y los guapos hausas, comerciantes por excelencia de artesanía autóctona.
Pues bien, después de esta pincelada la vida en Bata, en referencia a la frase con la que he iniciado este relato: "He aquí mi obra", absolutamente machista por parte de mi padre, para resaltar todo lo que ella había aprendido gracias a llevársela a vivir a Guinea, debo decir que es cierto. Ella se convirtió en una mujer fuerte, luchadora, valiente, una gran cocinera, una generosa madre, una excelente modista, una gran ama de casa, sensible, discreta, generosa...¡aaaaahhhh! Mi madre que gran mujer.
Oscar Wilde dijo: Nada se parece tanto a la ingenuidad como el atrevimiento, y creo que yo poseo estas dos características. Yo también digo:
HE AQUÍ MI OBRA:
y mi atrevimiento a mostrarlas sin rubor.
Las cosas tienen un precio pero a la vez tienen un valor que las hace singulares.
Transformación |
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óleo de Anna Jorba Ricart |
LA NATURALEZA ME ENSEÑA
Eres alto, de tronco firme.
De tus hojas, cuando el aire las arremolina en un torbellino de altos vuelos, aprendo a ser libre.
De la tierra, donde calan tus raíces y germinan tus semillas, aprendo a ser generosa.
Abro los brazos, como tú las ramas repletas de sámaras, y me vuelvo protectora en una apacible sombra a quien reposa bajo mi gabán.
Tus flores de corimbo me enseñan a ser dulce, como el jarabe que añado a los postres de amigables sobremesas.
Quisiera ser, con el semblante otoñal que exhibes en el centro del jardín, como tú: arce que enamora.
De tus hojas, cuando el aire las arremolina en un torbellino de altos vuelos, aprendo a ser libre.
De la tierra, donde calan tus raíces y germinan tus semillas, aprendo a ser generosa.
Abro los brazos, como tú las ramas repletas de sámaras, y me vuelvo protectora en una apacible sombra a quien reposa bajo mi gabán.
Tus flores de corimbo me enseñan a ser dulce, como el jarabe que añado a los postres de amigables sobremesas.
Quisiera ser, con el semblante otoñal que exhibes en el centro del jardín, como tú: arce que enamora.
SABIA NATURALEZA
Es alto, de tronco firme. De sus hojas, cuando el aire las arremolina en un torbellino de altos vuelos, aprendo a ser libre. De la tierra, donde calan sus raíces y germinan sus semillas, aprendo a ser generoso. Abro los brazos, como él sus ramas repletas de sámaras, y me vuelvo protector para ofrecer una apacible sombra, a quien repose bajo mi gabán. Sus flores de corimbo me enseñan a ser dulce, como cuando rocío de jarabe los postres de amigables sobremesas. Quisiera ser, con el semblante otoñal que exhibe en el centro de tu jardín, ese arce y enamorarte.
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Raíces (vendido) |
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