Este relato tiene varias versiones.
Atravieso la antesala del teatro.
Acaban de colocar un mural de grandes dimensiones con la ficha técnica de la obra. Una litografía de mi foto al lado de máscaras Mayas que evocan, a modo de viaje en el tiempo, la civilización centroamericana más desarrollada. Verme de cuerpo entero junto a milenarias deidades aztecas es un sincretismo sin coherencia sustancial. Se nos intuye la esencia. Parecemos reencarnados.
Salgo a fumar.
Un aire gélido transita mi cuerpo al tiempo que me viene a la memoria un cuchitril del que escapé, el teatro de mis inicios. Abandoné el respirar agitado bajo el cartón de caretas petrificadas que me robaban el aire. Una pesadilla. Como mi vida, hasta que dejé evaporar las lágrimas de aquel desértico llanto.
Hoy, mi compañía es de prestigio. Destacan mi nombre y resaltan mi figura, pero en mi nada ha cambiado. Sigo al límite de la apariencia. Hago teatro, mi vida es teatro, mi mundo es teatro. Represento una comedia, soy pura comedia.
Suena el timbre. Entro para proseguir los ensayos.
Mejor que se esfume mi pensamiento como el humo de la última calada.
VERSION EXTENDIDA DE ESTE TEMA:
Atravieso el vestíbulo para salir del teatro.
Acaban de colocar un mural de grandes dimensiones con la ficha técnica de la representación teatral que voy a estrenar. Es una fotografía ampliada en la que estoy al lado de unas máscaras Mayas, que evocan a modo de viaje en el tiempo, la civilización centroamericana más desarrollada. Ellas son el trasfondo argumental de la obra. Verme de cuerpo entero, al lado de las milenarias deidades aztecas, me parece un sincretismo sin coherencia sustancial, pero tenemos pinceladas coincidentes y se nos intuye la esencia.
Ellas son el rostro sobre un rostro humano muerto para prolongarlo en el cosmos en un afán de ser reconocido y protegido por los dioses y así perpetuarse en la eternidad. Y yo, muero en cada estreno al entregar mi obra al público pretendiendo que mi existencia perdure sin que la pátina del tiempo, que seguro la llevará al límite de lo evanescente, la borre por completo.
Máscaras, un hombre y un teatro se funden con proyección al futuro, a esa línea del tiempo que está por llegar, a esa conjetura que se cita hoy, aquí y ahora para decirte que estás vivo.
Bajo el cobijo de la marquesina de la entrada enciendo un cigarro.
Me reclino en una de las columnas laterales. Al apoyar mi hombro sobre el veteado mármol rosado, de súbito, me siento absorbido por su entramado de líneas y fluyo como por un torrente sanguíneo hasta un corazón. El alma del teatro. Repaso mis orígenes, mi historia, mi permanecer indemne gracias a la fidelidad férrea de mis compromisos de culturización.
En ese instante, un aire gélido transita mi cuerpo. Veo mis inicios en un cuchitril de tres al cuarto, oscuro y rancio, del que escapé. Bajo un respirar agitado, entre caretas petrificadas que me robaban el aire, pero supe evaporar la última lagrima de aquellos estériles llantos.
Fundé mi propia compañía.
Resistí porque me transformé. Perduro en el tiempo.
Mis pensamientos se solapan por la tensión del estreno. Quisiera reverberar ecos de calidad en el exigente auditorio de este teatro. Me anuncian con un enorme mural, destacan mi nombre, resaltan mi figura al lado de las máscaras, pero nadie sabe quién hay detrás de mi. Nadie sabe la realidad retrospectiva que persiste dentro de mí, que sigo siendo en internas bambalinas, el mismo furtivo, el mismo que vive al límite de las apariencias. Hago teatro, mi vida es teatro, mi mundo es teatro. Represento una comedia, soy pura comedia.
Pero sobrevivo.
Suena el timbre para proseguir los ensayos.
Mejor que se esfume mi pensamiento como el humo de la última calada.
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LA COMEDIA presentado al I CONCURSO DE MICRORRELATOS MANUEL J. PELÁEZ EN ABRIL DE 2013
y presentado a TEATRO OLYMPIA
Atravieso la antesala del teatro.
Acaban de colocar un mural de grandes dimensiones con la ficha técnica de la obra. Una litografía de mi foto al lado de máscaras Mayas que evocan, a modo de viaje en el tiempo, la civilización centroamericana más desarrollada. Verme de cuerpo entero junto a milenarias deidades aztecas es un sincretismo sin coherencia sustancial. Se nos intuye la esencia. Parecemos reencarnados.
Salgo a fumar.
Un aire gélido transita mi cuerpo al tiempo que me viene a la memoria un cuchitril del que escapé, el teatro de mis inicios. Abandoné el respirar agitado bajo el cartón de caretas petrificadas que me robaban el aire. Una pesadilla. Como mi vida, hasta que dejé evaporar las lágrimas de aquel desértico llanto.
Hoy, mi compañía es de prestigio. Destacan mi nombre y resaltan mi figura, pero en mi nada ha cambiado. Sigo al límite de la apariencia. Hago teatro, mi vida es teatro, mi mundo es teatro. Represento una comedia, soy pura comedia.
Suena el timbre. Entro para proseguir los ensayos.
Mejor que se esfume mi pensamiento como el humo de la última calada.
Acaban de colocar un mural de grandes dimensiones con la ficha técnica de la representación teatral que voy a estrenar. Es una fotografía ampliada en la que estoy al lado de unas máscaras Mayas, que evocan a modo de viaje en el tiempo, la civilización centroamericana más desarrollada. Ellas son el trasfondo argumental de la obra. Verme de cuerpo entero, al lado de las milenarias deidades aztecas, me parece un sincretismo sin coherencia sustancial, pero tenemos pinceladas coincidentes y se nos intuye la esencia.
Ellas son el rostro sobre un rostro humano muerto para prolongarlo en el cosmos en un afán de ser reconocido y protegido por los dioses y así perpetuarse en la eternidad. Y yo, muero en cada estreno al entregar mi obra al público pretendiendo que mi existencia perdure sin que la pátina del tiempo, que seguro la llevará al límite de lo evanescente, la borre por completo.
Máscaras, un hombre y un teatro se funden con proyección al futuro, a esa línea del tiempo que está por llegar, a esa conjetura que se cita hoy, aquí y ahora para decirte que estás vivo.
Bajo el cobijo de la marquesina de la entrada enciendo un cigarro.
Me reclino en una de las columnas laterales. Al apoyar mi hombro sobre el veteado mármol rosado, de súbito, me siento absorbido por su entramado de líneas y fluyo como por un torrente sanguíneo hasta un corazón. El alma del teatro. Repaso mis orígenes, mi historia, mi permanecer indemne gracias a la fidelidad férrea de mis compromisos de culturización.
En ese instante, un aire gélido transita mi cuerpo. Veo mis inicios en un cuchitril de tres al cuarto, oscuro y rancio, del que escapé. Bajo un respirar agitado, entre caretas petrificadas que me robaban el aire, pero supe evaporar la última lagrima de aquellos estériles llantos.
Fundé mi propia compañía.
Resistí porque me transformé. Perduro en el tiempo.
Mis pensamientos se solapan por la tensión del estreno. Quisiera reverberar ecos de calidad en el exigente auditorio de este teatro. Me anuncian con un enorme mural, destacan mi nombre, resaltan mi figura al lado de las máscaras, pero nadie sabe quién hay detrás de mi. Nadie sabe la realidad retrospectiva que persiste dentro de mí, que sigo siendo en internas bambalinas, el mismo furtivo, el mismo que vive al límite de las apariencias. Hago teatro, mi vida es teatro, mi mundo es teatro. Represento una comedia, soy pura comedia.
Pero sobrevivo.
Suena el timbre para proseguir los ensayos.
Mejor que se esfume mi pensamiento como el humo de la última calada.
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