Una versión con el título VIVIR EL SUEÑO la presenté en el VII Concurso Premio Luis Adaro de relato corto.
Barcelona, en un bostezo de amanecer, inicia cada mañana su actividad con frenético ritmo. Despierta ruidosa por el tráfico intenso, sin embargo en domingo se hace patente el silencio alrededor del mercado de abastos del Borne, donde se encuentra el estudio de Héctor.
Héctor es un muchacho que hasta la mayoría de edad vivió con sus padres en el barrio de Pedralbes, la zona alta de la ciudad. En una casa que mandaron construir sus abuelos a principios del siglo XIX. Una familia de la burguesía catalana que hizo fortuna trabajando en la fabricación de tejidos textiles.
Héctor nunca fue feliz en el seno de su familia. Desde muy niño había dado muestras de tener cualidades para colorear acuarelas y dibujar con arte, pero su padre no quería ni oír hablar de esta afición, quería hacer de él, como decía: un hombre de provecho, y le exigía estudiar carrera para introducirlo al frente de la dirección de las fabricas que poseía en la zona del Vallés.
Héctor soñaba para si otros proyectos. Nunca consiguió expresar su aspiración sin acabar discutiendo violentamente. Su padre no aceptaba nada más allá de lo que quería oír. Entonces Héctor, a los dieciocho años, decidió marcharse a vivir su propia vida para calmar la necesidad de ser él mismo. Se sabía diferente en muchas cosas. Si su propia familia hasta entonces no le había entendido, no esperaba que lo hiciera en un futuro, y en contra de todo y de todos escogió la profesión liberal de ser artista y se fue a estudiar a Europa.
Pasados los años, a su regreso se instaló en el bohemio barrio barcelonés del Born, frecuentado por artistas. Héctor era considerado como un joven amable y generoso. Lo apodaban “el pincel” por su finura al hablar, por su cultura y por su entusiasmo artístico.
Sus días transcurrían con una impecable disciplina de trabajo. Desayunaba cada mañana café y pastas en “el Xampanyet", leía el periódico plagado de noticias llenas de incertidumbre en aquella actualidad de su momento: el dictador acababa de fallecer, dejando el legado de una sociedad de pensamiento cerrado que empezaba a latir con fuerza por expandirse y ser libre.
Tras el desayuno se encerraba en su estudio a pintar. No descansaba hasta el atardecer que salía de la cantera de creación a pasear y a cenar con sus amigos, que eran los primeros que insistían en liberarle de aquel voluntario secuestro.
Abrirse camino en el mundo del arte no había sido fácil. Se defendía para obtener ingresos y seguir adelante. Por sobrevivir se había visto obligado a presentar su obra en exposiciones compartidas, en salas de espera de hoteles, en comercios o decorando las paredes de restaurantes.
Era conocido en los ambientes artísticos de su ciudad por su estilo precursor, adquirido en las nuevas tendencias de creación de París, capital del arte, que había acogido en aquella época la diáspora de pintores catalanes, dotándolos de un sello de prestigio.
Aquella mañana de domingo estaba impaciente. A punto de hacer realidad una propuesta que le habían ofrecido. En su estudio ultimaba los detalles con un orden más riguroso que de costumbre. Organizaba cuadros, colocando a primera vista aquellos de los que estaba más satisfecho, dispuestos sin amontonarlos, mejorando su presentación.
Esperaba la visita de Carla, dueña de una importante sala de exposiciones de Barcelona y a los amigos de ésta, recién llegados del extranjero que trabajaban con ella como marchantes de obras de arte. Su prestigio elevaba la cotización y aseguraba su distribución en salas de élite de Paris, Nueva York o Londres.
Héctor nunca fue feliz en el seno de su familia. Desde muy niño había dado muestras de tener cualidades para colorear acuarelas y dibujar con arte, pero su padre no quería ni oír hablar de esta afición, quería hacer de él, como decía: un hombre de provecho, y le exigía estudiar carrera para introducirlo al frente de la dirección de las fabricas que poseía en la zona del Vallés.
Héctor soñaba para si otros proyectos. Nunca consiguió expresar su aspiración sin acabar discutiendo violentamente. Su padre no aceptaba nada más allá de lo que quería oír. Entonces Héctor, a los dieciocho años, decidió marcharse a vivir su propia vida para calmar la necesidad de ser él mismo. Se sabía diferente en muchas cosas. Si su propia familia hasta entonces no le había entendido, no esperaba que lo hiciera en un futuro, y en contra de todo y de todos escogió la profesión liberal de ser artista y se fue a estudiar a Europa.
Pasados los años, a su regreso se instaló en el bohemio barrio barcelonés del Born, frecuentado por artistas. Héctor era considerado como un joven amable y generoso. Lo apodaban “el pincel” por su finura al hablar, por su cultura y por su entusiasmo artístico.
Sus días transcurrían con una impecable disciplina de trabajo. Desayunaba cada mañana café y pastas en “el Xampanyet", leía el periódico plagado de noticias llenas de incertidumbre en aquella actualidad de su momento: el dictador acababa de fallecer, dejando el legado de una sociedad de pensamiento cerrado que empezaba a latir con fuerza por expandirse y ser libre.
Tras el desayuno se encerraba en su estudio a pintar. No descansaba hasta el atardecer que salía de la cantera de creación a pasear y a cenar con sus amigos, que eran los primeros que insistían en liberarle de aquel voluntario secuestro.
Abrirse camino en el mundo del arte no había sido fácil. Se defendía para obtener ingresos y seguir adelante. Por sobrevivir se había visto obligado a presentar su obra en exposiciones compartidas, en salas de espera de hoteles, en comercios o decorando las paredes de restaurantes.
Era conocido en los ambientes artísticos de su ciudad por su estilo precursor, adquirido en las nuevas tendencias de creación de París, capital del arte, que había acogido en aquella época la diáspora de pintores catalanes, dotándolos de un sello de prestigio.
Aquella mañana de domingo estaba impaciente. A punto de hacer realidad una propuesta que le habían ofrecido. En su estudio ultimaba los detalles con un orden más riguroso que de costumbre. Organizaba cuadros, colocando a primera vista aquellos de los que estaba más satisfecho, dispuestos sin amontonarlos, mejorando su presentación.
Esperaba la visita de Carla, dueña de una importante sala de exposiciones de Barcelona y a los amigos de ésta, recién llegados del extranjero que trabajaban con ella como marchantes de obras de arte. Su prestigio elevaba la cotización y aseguraba su distribución en salas de élite de Paris, Nueva York o Londres.
Carla le había pedido que una vez escogidas las piezas a exponer en la sala, les acompañara por el casco antiguo, cercano al estudio para enseñarles la ciudad. Héctor que conocía bien la zona y no le gustaban las improvisaciones, tenía el recorrido estudiado mentalmente.
Desde su estudio en la calle Moncada pasearían hacia el Museo Picasso, visitarían el mercado del Born con su estructura de hierro modernista y se acercarían a contemplar la basílica de Santa María del Mar, joya gótica catalana del siglo XIV. Al acabar los llevaría a comer al centenario restaurante “ 7 portas”, y por la tarde, para concluir el itinerario, pasearían hasta el puerto por el paseo de la Barceloneta.
Puntuales llegaron Carla, con sus colaboradores Susan, Robert y Kilian.
Admiraron la obra de Héctor y enumeraron los cuadros seleccionados para ser expuestos. Héctor estaba ilusionado. Su mirada trasparente poseía una luz especial que se irradiada hasta su sonrisa, potenciando su innegable atractivo, que era captado especialmente por Kilian, quien sentía por él una gran admiración que no disimulaba.
__ Tu obra refleja sensibilidad y un grandísimo dominio del dibujo, me gusta.
__Gracias Kilian, de algo me ha de servir el tiempo que le dedico. Es gratificante que no te pase desapercibida en tu interés. Vuelve otro día con más calma. Te pintaré algo en exclusiva ¿Qué te parece?
__ Cuenta que así será, Héctor.
Salieron del estudio los cuatro, y se convirtieron en afamados turistas recorriendo un barrio lleno de encanto.
A partir de aquella noche Héctor, que siempre sufrió por sentirse diferente, con las dificultades de una lucha interna constante y soportando una carga de culpabilidad, viviría el más apasionante momento de su vida personal, dando rienda suelta a sus sentimientos y tirándose a la espalda el orden establecido, impuesto por la educación estricta que había recibido.
Llegó el día de la presentación de su monográfica exposición. Héctor estaba pletórico. Sus cuadros en la sala Taspar, una de las galerías más importantes de la ciudad con tradición de albergar exposiciones de los más reputados artistas como Picasso, Dalí, Miró o Tapies.
La sala Taspar preparaba cinco presentaciones al año. Jóvenes promesas entre las que se encontraba él, que por fin viviría el sueño de su vida, una realidad que dejaba únicamente de soñarla.
Era el premio a la constancia. Su obra se consideraba de calidad para ser expuesta en la acreditada sala, con gran despliegue propagandístico.
Una tristeza embargaba a Héctor. Su madre acababa de fallecer. Ella, que había sido a pesar de su frio silencio, la primera admiradora de su arte. Ella que descifraba sin error su estado de ánimo, que observando la fuerza de su pincelada sabía la emoción que plasmaba su hijo en los lienzos. Ella que que lo visitaba a escondidas. Héctor, la hubiera necesitado de manera especial en aquel acontecimiento.
Se abrieron las puertas de la galería y un goteo incesante de gente fue llenando la sala.
El cava catalán, servido en copas frías, con canapés y pastas de té, tartas de almendras y chocolate negro. Todo en abundancia y exquisito.
Héctor se acercó a Carla para abrazarla. Iba acompañada de dos mujeres que le presentó amablemente.
__ Mira Héctor te presento a Julia y Agnés_
__Hola Julia, hace unos días Carla me hablo de ti. Me contaba lo bien que se lo pasó en tu espléndida fiesta. Felicidades. Creo recordar que era tu enlace, ¿ha venido tu marido?
Las tres lanzaron una carcajada con retintín mirándose cómplices.
__No, no, jejejeje, estoy unida a una mujer. Mi mujer es ella, Agnés.
__Ah, lo siento, upss , no recordaba este detalle, con el lío de los preparativos de la exposición. Gracias por venir.
Le encantó la naturalidad de aquellas mujeres mostrando abiertamente sus sentimientos. Héctor, pensó en su padre y en sus intentos de impedir que desarrollara su profesión de artista, cuando con burla le repetía que era cosa de “maricones y bohemios”, pensó en la intolerancia de la sociedad de su país, que lo habían ahogado hasta silenciarlo en un prejuicio implacable, inculcado hasta el fondo de su conciencia, que lo amargaba.
Héctor sabía que proyectaba en sus lienzos la velada trasparencia de su oculto pensamiento con cobardía. Sabía que el éxito de su obra artística sería una absoluta hipocresía si no superaba el fracaso de su lucha interior expresando de una vez por todas su manera de sentir.
En ese mismo instante buscó entre la gente de la sala y con una sonrisa y en su mirada un guiño cómplice, se dirigió a Kilian, y con él, desafiando sus miedos, se fundió en un intenso beso.
Desde su estudio en la calle Moncada pasearían hacia el Museo Picasso, visitarían el mercado del Born con su estructura de hierro modernista y se acercarían a contemplar la basílica de Santa María del Mar, joya gótica catalana del siglo XIV. Al acabar los llevaría a comer al centenario restaurante “ 7 portas”, y por la tarde, para concluir el itinerario, pasearían hasta el puerto por el paseo de la Barceloneta.
Puntuales llegaron Carla, con sus colaboradores Susan, Robert y Kilian.
Admiraron la obra de Héctor y enumeraron los cuadros seleccionados para ser expuestos. Héctor estaba ilusionado. Su mirada trasparente poseía una luz especial que se irradiada hasta su sonrisa, potenciando su innegable atractivo, que era captado especialmente por Kilian, quien sentía por él una gran admiración que no disimulaba.
__ Tu obra refleja sensibilidad y un grandísimo dominio del dibujo, me gusta.
__Gracias Kilian, de algo me ha de servir el tiempo que le dedico. Es gratificante que no te pase desapercibida en tu interés. Vuelve otro día con más calma. Te pintaré algo en exclusiva ¿Qué te parece?
__ Cuenta que así será, Héctor.
Salieron del estudio los cuatro, y se convirtieron en afamados turistas recorriendo un barrio lleno de encanto.
A partir de aquella noche Héctor, que siempre sufrió por sentirse diferente, con las dificultades de una lucha interna constante y soportando una carga de culpabilidad, viviría el más apasionante momento de su vida personal, dando rienda suelta a sus sentimientos y tirándose a la espalda el orden establecido, impuesto por la educación estricta que había recibido.
Llegó el día de la presentación de su monográfica exposición. Héctor estaba pletórico. Sus cuadros en la sala Taspar, una de las galerías más importantes de la ciudad con tradición de albergar exposiciones de los más reputados artistas como Picasso, Dalí, Miró o Tapies.
La sala Taspar preparaba cinco presentaciones al año. Jóvenes promesas entre las que se encontraba él, que por fin viviría el sueño de su vida, una realidad que dejaba únicamente de soñarla.
Era el premio a la constancia. Su obra se consideraba de calidad para ser expuesta en la acreditada sala, con gran despliegue propagandístico.
Una tristeza embargaba a Héctor. Su madre acababa de fallecer. Ella, que había sido a pesar de su frio silencio, la primera admiradora de su arte. Ella que descifraba sin error su estado de ánimo, que observando la fuerza de su pincelada sabía la emoción que plasmaba su hijo en los lienzos. Ella que que lo visitaba a escondidas. Héctor, la hubiera necesitado de manera especial en aquel acontecimiento.
Se abrieron las puertas de la galería y un goteo incesante de gente fue llenando la sala.
El cava catalán, servido en copas frías, con canapés y pastas de té, tartas de almendras y chocolate negro. Todo en abundancia y exquisito.
Héctor se acercó a Carla para abrazarla. Iba acompañada de dos mujeres que le presentó amablemente.
__ Mira Héctor te presento a Julia y Agnés_
__Hola Julia, hace unos días Carla me hablo de ti. Me contaba lo bien que se lo pasó en tu espléndida fiesta. Felicidades. Creo recordar que era tu enlace, ¿ha venido tu marido?
Las tres lanzaron una carcajada con retintín mirándose cómplices.
__No, no, jejejeje, estoy unida a una mujer. Mi mujer es ella, Agnés.
__Ah, lo siento, upss , no recordaba este detalle, con el lío de los preparativos de la exposición. Gracias por venir.
Le encantó la naturalidad de aquellas mujeres mostrando abiertamente sus sentimientos. Héctor, pensó en su padre y en sus intentos de impedir que desarrollara su profesión de artista, cuando con burla le repetía que era cosa de “maricones y bohemios”, pensó en la intolerancia de la sociedad de su país, que lo habían ahogado hasta silenciarlo en un prejuicio implacable, inculcado hasta el fondo de su conciencia, que lo amargaba.
Héctor sabía que proyectaba en sus lienzos la velada trasparencia de su oculto pensamiento con cobardía. Sabía que el éxito de su obra artística sería una absoluta hipocresía si no superaba el fracaso de su lucha interior expresando de una vez por todas su manera de sentir.
En ese mismo instante buscó entre la gente de la sala y con una sonrisa y en su mirada un guiño cómplice, se dirigió a Kilian, y con él, desafiando sus miedos, se fundió en un intenso beso.
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Ser artista es cosa de maricones y bohemios, decía su padre, y Héctor proyectaba en sus lienzos su sentir en velada trasparencia. Pensaba que el éxito de su obra artística sería una absoluta hipocresía si no superaba en lo personal, expresando sus sentimientos, su lucha interior.
Había escogido el día de la inauguración.
Su corazón se agitaba acompasado al “crescendo” del Bolero de Ravel que sonaba de fondo.
Con la sala repleta de invitados, lo buscó con la mirada, le dirigió un guiño cómplice y una sonrisa, se acercó para desafiar sus miedos, y se fundió en un intenso abrazo.
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