DETECTADO POR SENSORES
En su vida cotidiana es ignorado como un don nadie, transparente en las conversaciones, invisible en las reuniones.
Trata de abrirse paso en un grupo con el que comparte aficiones, pero cuyos miembros, celosos de sus privilegios, no quieren intrusos ni posibles contrincantes que puedan hacerles sombra.
Son un círculo cerrado que se lo mangonea todo, desde las invitaciones hasta las palmaditas en la espalda.
Héctor, que observa con perspectiva, se da cuenta de las preferencias, de las alianzas y de los pactos silenciosos entre ellos, y decide seguir su camino en solitario, aunque eso signifique cargar con la soledad de no tener un aplauso inmediato.
Un día, sin previo aviso, sucedió algo extraordinario: un reconocimiento merecido, un logro fruto de su constancia, que por fin le recompensó los esfuerzos. De pronto, los del grupo aparecieron como moscas presas en la melaza, adulándolo, llamándolo “amigo” y deshaciéndose en elogios que olían más a oportunismo que a sinceridad.
Héctor volvió a sonreír, con esa calma de quien ya no necesita convencer a nadie.
Y cada vez que el sensor del supermercado lo detecta y abre la puerta, él se siente reconocido, constante, fiel a sí mismo.
La última vez que le ocurrió, pensó incluso en hacer una reverencia solemne al cristal que se deslizaba a un lado. Pero no lo hizo: recordó que, en una ocasión anterior, al inclinarse, el carrito se le fue cuesta abajo y acabó chocando contra la pirámide de latas en oferta.
Desde entonces, se limita a sonreír... aunque a veces guiña un ojo al sensor, no vaya a ser que un día también decida unirse al grupo y deje de abrirle la puerta.
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