Presentado a concurso Casa África
UN CORAZÓN DE ÁFRICA
La intervención fue más complicada de lo previsto y muy delicado el postoperatorio. Al fin fue superado por la fortaleza de la joven y la suerte de contar con los medios necesarios en el Centro Medico La Paz, de Bata, que hicieron frente a esta situación de extrema gravedad.
Han pasado los años y Nsué luce espléndida en nuestro aniversario. Ojos almendrados, piel brillante, iluminada por un haz de luz especial que brota de su interior. Su negrura contrasta con el collar y la pulsera de marfil que le regalé cuando la conocí, y con los vivos colores del clothe con el que hoy se ha vestido. Rojo, amarillo, azul turquesa lleva en los estampados de la tela, que reflejan los mismos colores con que África cautiva.
Cuando contemplé el amanecer desde el Monte Alén, tapizado de verde, deslizándose la niebla por sus laderas y en Malabo, la belleza de Nsué, empecé a forjar mi futuro en esta tierra.
Mis padres, recién casados, viajaron desde Barcelona para trabajar en Bata. Aquí nací y aquí años después sigo embrujado por su belleza.
Al filo de la muerte tuve en mis manos el corazón de Nsué, el mismo que hoy late enamorado abrazando a nuestro hijo.
En su mesilla, le dejo junto a las flores un poema de Elsa López con la que, al unísono, con su exquisita palabra, declaro por siempre mi amor por esa tierra:
"Mi mundo era una playa de arenas infinitas,
palmeras que se doblan hasta alcanzar la orilla
de un océano único sin horizonte alguno
y un niño de piel negra dormido sobre el tronco
sus bracillos colgando sobre el añil del agua."
(Fragmento del poema de mi amiga Elsa López: Guinea era mi mundo.)
EN TIERRA DE NADIE
Cuando me doctoré cumplí mi promesa.
Corría el mes de Junio. Polvo y sequedad bajo mis pies por la ausencia de lluvias que año tras año han ido matando las cosechas. En la choza de nipa, la pequeña Niara se encontraba en un estado lamentable, sabía que no pasaría de aquella noche y que su voz se extinguiría, al igual que su gemido,
en la agonía del hambre devastadora y letal. Nunca olvidaré sus ojos, cerámica blanca pintada de luz en la negrura de su piel, ni olvidaré su enriquecedora sonrisa. Las gentes de ese continente me han enseñado una percepción diferente de la vida y de la muerte. Quedo en deuda con ellos, impotente de poder aliviar tan honda pesadumbre.
Regreso a mi país que sigue crispado, donde ni siquiera mi vecino me saluda al entrar en el ascensor. Aquí no hay sonrisas.
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