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Mi gusto por el libro de papel: porque pasar pagina tiene sentido

MI GUSTO POR EL LIBRO DE PAPEL…

Hubo un tiempo en que se anunció el final del papel como quien pronosticara el apocalipsis. Los visionarios de la técnica vaticinaban que los libros se convertirían en fósiles, reliquias expuestas en vitrinas de museo, y que nosotros, dóciles, leeríamos únicamente en pantallas de ordenador, móvil o tablet. Sin embargo, el papel no solo resiste: regresa con la testarudez de una planta que crece entre las grietas del asfalto. Para mí, caminar hoy por una librería o una biblioteca es casi un acto contracultural. En la era de los pulgares inquietos sobre una pantalla fría, donde abundan frases cortas como un suspiro y textos comprimidos en píldoras breves, detenerme a hojear un tomo pesado se parece a practicar yoga sin colchoneta: posible, sí, pero incómodo… y por eso mismo revelador.

Los libros huelen, crujen, ocupan espacio: ese es su encanto. Mientras un archivo digital cabe en un chip, un libro exige estantes, polvo, mudanzas y la negociación con la pareja sobre dónde instalar otra estantería. Un libro es tangible, tiene cuerpo propio, reclama un lugar en la casa y en la memoria. Umberto Eco decía que “quien no lee, a los 70 años habrá vivido solo una vida: la suya. Quien lee, habrá vivido 5.000 años”.

Hace poco se ha desatado cierta polémica en las redes sobre "no te hace mejor leer y se debe de superar que hay gente a quien no le gusta…etc", ese es otro asunto; hoy prefiero hablar de lo que me importa: esa multiplicación de vidas que disfruto cuando paso las hojas con los dedos, cuando marco una página con un resguardo de compra, cuando subrayo sin piedad o cuando regalo un ejemplar con dedicatoria. Porque, seamos sinceros, intentar dedicar un PDF tiene muy poco romanticismo.

Creo que las librerías pequeñas merecen renacer. No compiten con las grandes cadenas en velocidad, pero ofrecen algo más valioso: conversación. El librero que recomienda con una sonrisa cómplice, el rincón donde alguien recita un poema, la mesa improvisada para un club de lectura. Esos lugares son refugios frente a la prisa digital, templos de papel donde todavía se cree en el milagro de la lentitud.

Claro que no se trata de declarar la guerra al e-book. Tiene sus ventajas: cabe en un bolsillo, permite llevar de viaje la biblioteca de Alejandría sin pagar sobrepeso en el aeropuerto y es amable con quienes necesitan letras gigantes. Pero el papel ofrece algo que la pantalla no puede replicar: concentración. Un libro físico no envía notificaciones, no interrumpe con un “me gusta”, no se apaga por falta de batería. Yo lo veo así: entre ambos medios hay una reconciliación. La pantalla y el papel conviven, se reparten tareas. Lo digital satisface la urgencia; lo físico alimenta la permanencia. El primero es un café para llevar; el segundo, un cafecito en una sobremesa que se alarga hasta la tarde. Mientras tanto, sigo soñando con que las librerías pequeñas se conviertan en escenarios de resistencia frente a un universo que lo mide todo en estadísticas, algoritmos y pantallas. Ayer mismo, buscando prensa en la ciudad donde vivo —unos 45.000 habitantes, solo encontré dos librerías que la ofrecían. Ya ni siquiera hay periódicos. ¡Qué pena!

Y sin embargo, como escribió Borges,de los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro”. Yo, que vivo rodeada de pantallas, sigo necesitando ese asombro de papel, con sus páginas que, al pasar, me suenan como alas que todavía saben volar.

PASAR PÁGINA TIENE SENTIDO...

Pasar página no es olvidar, lo sé. Tampoco es fingir que nada ocurrió. Es reconocer que mis días tuvieron capítulos difíciles escritos con tinta negra sobre mis páginas de vida. Capítulos donde la enfermedad me ha desgastado, el miedo se volvió un eco insistente, donde necesitaba expresar a cada momento lo que me estaba pasando. Pero hoy decido pasar página.

Paso página para no quedarme atrapada en el dolor, para abrirme a un texto nuevo donde la luz tenga espacio. La tinta negra sigue ahí, forma parte del libro, pero ya no es el único color. Ahora me permito escribir con trazos de esperanza, con letras que respiran futuro. Pasar página es mi manera de decirme que sigo viva, que todavía queda historia, que todavía queda mañana. Reconozco mis heridas y, al mismo tiempo, agradezco las cicatrices que me quedan. Porque mi corazón merece seguir latiendo.



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