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No pido permiso por existir

Hace unos días asistí, en el Circulo Lucentino, a la celebración del VIII Encuentro de Mayores, organizado por el área de Servicios Sociales del Ayuntamiento de Lucena.  

anna jorba ricart 2025
Primero un desayuno de bienvenida y posteriormente, Elisabeth Justicia, ilustradora, diseñadora gráfica e integradora social, impartió una ponencia dando voz a un personaje: "Dominga habla sola", que encarna un proyecto social para visibilizar a las personas mayores. Y al final,  fiesta musical con la actuación de una gran voz con: Karmen Rivero. 

Esta entrada surge de aquellas reflexiones, de la necesidad de mirar de frente la edad, abrazarla en su plenitud, en la experiencia y en la fuerza de mujeres que no pedimos permiso por existir.  

A la palabra “vieja”, se le ha de quitar  el peso negativo que a menudo la acompaña, y aprendí lo que es el edadismo actual, esa discriminación silenciosa que invisibiliza a quienes envejecemos. 

No pido permiso por existir

Hay mujeres que cumplen años como quien abre ventanas: dejando entrar un viento que otros temen, pero que yo reconozco como libertad. Sin embargo, el mundo insiste en mirar hacia otro lado, como si la belleza tuviera fecha de caducidad y la edad fuese un enemigo que solo ataca a un género. Vivimos en una sociedad que aplaude la juventud como si fuera un milagro propio y esconde las arrugas como si fueran un fallo del sistema. 

Una piel viva se convierte en castigo, un cuerpo que cambia en excusa para desaparecernos de los escaparates, de las películas, de las decisiones. El envejecimiento masculino se llama madurez. El femenino, declive. Y esa doble vara de medir, ese edadismo cotidiano, se cuela en los espejos, en los comentarios casuales, en la ropa que “ya no toca ponerse”, en las oportunidades que se evaporan como si la experiencia fuese lastre y no faro.   Hay violencia en cómo la sociedad borra a las mujeres a partir de cierta edad: ya no somos protagonistas, ya no somos deseadas, ya no somos consultadas. Como si el tiempo nos robara la voz en vez de regalárnosla. No desaparecemos: nos hacen desaparecer. 

En anuncios donde no cabemos, en trabajos donde se prefieren rostros nuevos a mentes sabias, en discursos donde se habla de futuro sin contar con quienes lo sostuvieron. El edadismo empobrece al mundo, y borrar a las mujeres mayores es borrar una manera entera de entender la vida.

Hay una belleza feroz en una mujer que ha vivido. En sus arrugas que no son grietas sino mapas. En sus manos, que no tiemblan de edad sino de memoria. En sus ojos, que ya no buscan aprobación sino verdad. Mujeres que han desarrollado la habilidad secreta de mirar hacia dentro cuando el mundo deja de mirarlas hacia fuera, que han aprendido a quererse sin permiso, que han descubierto que la libertad llega muchas veces cuando se derrumba la obligación de gustar. 

Hay una revolución silenciosa dentro de mí: envejezco sin permiso, sin pedir perdón, sin esconderme, Reivindico mis canas como trofeo, vuelvo a enamorarme de mí misma y descubro que la edad no tiene por qué restar. Y no pido permiso ni perdón por existir, no me someto, no espero que otros me celebren. 

Soy la evidencia de que la vida se mide en fuerza que se multiplica, en historia pasada y presente, que se respira y que se irradia. Quien me subestima, no ha aprendido a temer a la eternidad que camino entre mis pasos. Yo decido ocupar mi lugar, mirar de frente y no pedir nada más que respeto, no solo desafío al tiempo: desafío el edadismo. Y quien me contempla comprende que la eternidad no se encuentra en mi juventud, sino en la plenitud de mi existencia.


Dominga habla sola
Dominga. Escultura en Elda

*** La última luz. Otro texto mio en este blog con el tema "Envejecer"

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