Quedé fascinado por el atractivo de su personalidad. Le di mi asentimiento para hacerme cargo del caso y de inmediato empecé a trabajar.
Es genérico que el demandante tienda a favorecerse a sí mismo en las declaraciones y yo, ofuscado en la entrevista, no reparé que las de ella llevaban tal carga de interés subjetivo que distorsionaban la realidad. Evidencié que las actividades de su marido no eran trigo limpio, detectando hechos fraudulentos en los negocios. Constaba como propietaria y le advertí que, por querer hundir a su marido, el caso se podía volver en su contra. Ella ignoraba que los documentos estuvieran a su nombre. Hubiera sido el momento de convencerle que la renuncia de su demanda era lo que le convenía, pero me dejé llevar por su atenta disposición en quererme ligar.
Nos equivocó la fantasía.
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