Relato presentado en el concurso de El Asombrario &
CO De la Escuela de Escritores.
Ella es mona y además graciosa, de cuerpo pequeño, boca grande y sonrisa amplia. La veo descolgarse con cuerdas por el hueco de la escalera, saltar hacia el portal y salir a pasear hasta perderse por las ramas en el parque.
Quedo admirado de su agilidad. Contrasta con mi corpulencia.
Dice que me ama tal como soy, con mi luenga nariz y mis orejas colgantes bajo las que se cobija cuando tiene frio, como si fueran un capisayo, y con mis ojos de largas pestañas de mirada triste.
Nos gusta contemplarnos, conversar, escuchar música étnica y ver fotos de la National Geographic que nos trasladan al espacio íntimo, común, de nuestros ancestros.
Ella me espulga con cariño y yo me dejo querer.
Un día le regalé un árbol para su terraza. Fue el verano con más emociones que recuerdo. Nunca antes la había visto tan feliz, tan activa, tan motivada.
Nos fuimos a vivir juntos.
Hemos sido felices hasta que la mella del estrago del tiempo se nos ha hecho profunda.
Ella descansaba en su rama y yo en el lodo del solárium. Indiferentes.
Habíamos discutido.
La miré y me volvió a chillar. Quise contestarle desafiante como Zeus con su tridente erguido, pero en vez de barritar, me brotó hacia adentro un silencio desgarrador. En esa contención alcé la trompa y mis colmillos, y mis orejas levantaron un vendaval que la asustó. Sin tiempo de reacción se descolgó con las cuerdas por el hueco de la escalera, saltó hacia el portal y aquella vez se salió por las ramas hasta perderse en el parque para siempre.
No regresó.
No me queda otra que retirarme a esperar el final para morir.
Otra versión en abril de 2016 presentada en la Microbiblioteca Esteve Paluzi
DESENCUENTROS
Ella es mona y además graciosa, de cuerpo pequeño, boca grande y sonrisa amplia. La veo descolgarse con cuerdas por el hueco de la escalera, saltar hacia el portal y salir a pasear hasta perderse por las ramas en el parque.
Quedo admirado de su agilidad. Contrasta con mi corpulencia.
Dice que me ama tal como soy, con mi luenga nariz y mis orejas colgantes bajo las que se cobija cuando tiene frio, como si fueran un capisayo, y con mis ojos de largas pestañas de mirada triste.
Nos gusta contemplarnos, conversar, escuchar música étnica y ver fotos de la National Geographic que nos trasladan al espacio íntimo, común, de nuestros ancestros.
Ella me espulga con cariño y yo me dejo querer.
Un día le regalé un árbol para su terraza. Fue el verano con más emociones que recuerdo. Nunca antes la había visto tan feliz, tan activa, tan motivada.
Nos fuimos a vivir juntos.
Hemos sido felices hasta que la mella del estrago del tiempo se nos ha hecho profunda.
Ella descansaba en su rama y yo en el lodo del solárium. Indiferentes.
Habíamos discutido.
La miré y me volvió a chillar. Quise contestarle desafiante como Zeus con su tridente erguido, pero en vez de barritar, me brotó hacia adentro un silencio desgarrador. En esa contención alcé la trompa y mis colmillos, y mis orejas levantaron un vendaval que la asustó. Sin tiempo de reacción se descolgó con las cuerdas por el hueco de la escalera, saltó hacia el portal y aquella vez se salió por las ramas hasta perderse en el parque para siempre.
No regresó.
No me queda otra que retirarme a esperar el final para morir.
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