Era una espléndida mañana de agosto. Desayunábamos, como otros años, frente al mar, en la terraza principal del hotel de privilegiada situación en un pueblo de la costa del Mediterráneo, cerca de Barcelona. Nos deslumbraba agradablemente el reflejo del sol sobre las aguas en calma de la playa, cuyo compás iba acorde a las suaves notas del saxo de Fausto Papetti, la música que sonaba de fondo.
En la mesa de enfrente un hombre joven de piel bronceada disfrutaba de un repleto plato de comida en el que no faltaba de nada: bacón, revoltijo de huevo, verduritas salteadas, salchichas, jamón, queso, embutidos, melón, sandia, piña, pastas dulces, mermeladas, mantequilla, pan, zumo de frutas y café con leche. Siempre he pensado que en los desayunos o en las comidas de buffet libre de los hoteles, todos exageramos a la hora de escoger las raciones. Por lo general descomunales. Estoy segura que nadie ingiere habitualmente esas cantidades de alimentos en su propia casa.
Se le acercó un hombre que solicitó sentarse a su lado. Un hombre maduro, de piel pálida, camisa desabrochada enseñando pecho y barriga cervecera, portando tan solo un café con hielo y un cigarro encendido. A pesar de estar al aire libre y de haber sido fumadora empedernida, me disgustó sentir el olor del humo del tabaco cuando éste, a ráfagas, atufaba el aire limpio del ambiente marino que siempre se respira gratamente en las primeras horas de la mañana.
El olor a tabaco fue precisamente lo que hizo que me fijara en él.
No pude evitar escuchar la conversación que inició el hombre maduro, del país, de piel pálida y camisa desabrochada enseñando pecho y barriga cervecera, por el elevado tono de voz que empleaba, emitiendo frases con inflexiones fatuas y vanidades baratas.
El joven hombre de piel bronceada, concentrado en comer su abundante desayuno, lo miraba y sonreía y a sus preguntas dijo ser profesor de universidad, en Rusia. No parecía entender demasiado el español, pero miraba y sonreía al hombre maduro del país de piel pálida y camisa desabrochada enseñando pecho y barriga cervecera, que se desgañitaba más y más en explicaciones, haciendo referencia a lo bien que sentaba hacer el vago como hacían los andaluces de España, que por eso se habían ganado la fama.
Se hacía el gracioso con chistes: “Cuando te encuentras a un gallego en una escalera nunca sabes si sube o si baja”, ¡jajajaja!
_¿Tu saber lo que yo querer decir?
Usaba los infinitivos para hacerse entender mejor.
_ Muy buena temperatura en España. Mucho sol. Tú muy moreno. Y mirando al cielo, sentenció: hoy va a hacer muy buen día. Yo nunca fallar en las previsiones del tiempo. Pronosticar el clima es mi fuerte. Por aquí dicen que si te pican los testículos es que va a llover y a mi, hoy, no me pican. Y a ti _¿te pican los testiculos?_ ¡jajajajaja!, los huevos ¿te pican?
Cualquiera que quisiera imaginar los gestos que acompañaban estas palabras, vería al igual que vimos nosotros, un ordinario espectáculo que de balde daba un garrulo hombre maduro del país de piel pálida y camisa desabrochada enseñando pecho y barriga cervecera.
_ ¿Tú conocer bien este pueblo?
El hombre joven extranjero ruso, profesor, de piel bronceada contestó afirmativamente que era el tercer año consecutivo que viajaba allí, coincidiendo con el otro, que casualmente también hacía tres años repetía destino, lo que le puso visiblemente contento, momento que aprovechó para rodear su brazo por la espalda del joven, acabando en una insinuante caricia.
_ A mi, gustar mucho este pueblo porque es liberal y abierto, como un local de mi ciudad, en el centro de Zaragoza, un pub llamado “PK2”
_ ¿Entiendes? pe-ca-dos. Allí todo el que entra puede expresar, sin cortarse, sus deseos e inclinaciones, hacer sexo y pecar, sobre todo pecar
_ ¿Tú entender lo que es pecar? _ Está bien pecar de vez en cuando ¿verdad? ¡jajajajaja!
Mientras el hombre joven extranjero ruso, profesor, de piel bronceada liquidaba la comida del plato, callaba y sonreía, el hombre maduro del país de piel pálida, con camisa desabrochada enseñando pecho y barriga cervecera, no paraba de hablar, de fumar y de reír sin control.
Comentó su interés por comprar una vivienda en este pueblo. Se comparó a si mismo con un vasco fanfarrón y continuó diciendo que el precio tasado entre 3000 y 4000 euros el metro cuadrado, era demasiado caro y prefería invertir su dinero en su ciudad.
Emulando, en esta ocasión, a los catalanes en su tacañería, contó que acababa de negociar con el director del hotel una rebaja en el precio de la habitación al hacer por adelantado una reserva para las fiestas de carnaval en el mes de febrero.
_ ¿Tú conocer fiestas de carnaval?
El joven si las conocía y mostró su interés por ellas.
¿Querer venir conmigo en carnavales? Te invito. Yo pagar la estancia. En carnavales hay desmadre y pecado en este pueblo, ¡muuuuucho pecado y pecado gay ¡jajajajaja!
La secuencia me pareció la de un hombre maduro, del país, de piel pálida y camisa desabrochada enseñando pecho y barriga cervecera, meteorólogo afirmando el pronostico del clima según picor testicular, comprador de pisos en Zaragoza, que regateaba el precio de una habitación de hotel intentando ligar con un hombre joven extranjero, ruso, profesor de universidad, de piel bronceada, que familiarizaba con el ambiente gay y con el que deseaba pecar, sobre todo, pecar mucho, tal como acababa de insinuar.
Derivó la conversación en hablar de mujeres. El hombre maduro del país de piel pálida y camisa desabrochada enseñando pecho y barriga cervecera, siguiendo su monólogo, contó que había venido acompañado de una mujer joven de origen cubano con la que compartía techo. Terriblemente celosa, de la que estaba harto; que le controlaba hasta las llamadas de teléfono y a la que había dejado desayunando sola en el comedor del hotel. Aprovechó para explicar su viaje a Cuba, donde no visitó ni la Habana ni Varadero, sino Camagüei. De allí regresó acompañado de la joven cubana celosa para compartir techo en Zaragoza.
El hombre joven extranjero, ruso, profesor, de piel bronceada, que declaró abiertamente ser gay, muy amanerado en sus gestos, acabó su desayuno. Siguió escuchando y sonriendo.
El hombre maduro del país de piel pálida y camisa desabrochada enseñando pecho y barriga cervecera, comentaba que tiempo atrás explicaba sus cosas a las mujeres y eso le había traído problemas, que había aprendido a callar y seguir haciendo lo que le diera la gana y así le iba mejor, ¡jejejejeje!; que a las mujeres no había quien las entendiera y que Fina, su amante y secretaría, ya le había advertido que mienten más que hablan; que él iba detrás de ellas y ahora las provocaba para que fueran ellas las que fueran detrás de él; que la próxima mujer o tal vez hombre con el que intimara, _aquí un guiño cómplice y risita incluida _se lo buscaría con un nivel intelectual elevado, parecido al suyo, de lo contrario las relaciones seguirían sin funcionar, porque los celos eran de mentes incultas.
Pidió el teléfono del hombre joven extranjero, ruso, profesor, de piel bronceada, gay, para quedar con él para comer, pero se encontró por respuesta que eran las últimas horas de su estancia en España y regresaba esa misma mañana a Rusia.
Al estúpido hombre maduro del país de piel pálida y camisa desabrochada enseñando pecho y barriga cervecera le entró una prisa súbita. Se despidió, mirando el reloj y poniendo las manos en la cabeza mostrando preocupación, alegando el mal humor con el que encontraría a la joven cubana celosa con la que compartía techo, que había dejado desayunando sola en el comedor de aquel hotel de un pueblo de la costa del Mediterráneo.
Me pareció esta secuencia un espectáculo de palabrería de un ridículo mil hombres que se creía un picha brava con mente de chorlito.
Al mediodía, tras nuestro baño de mar en la playa frente al hotel, nos dirigimos a la piscina para hacer un aperitivo y coincidimos con el estúpido hombre maduro del país, de piel pálida, con la camisa abotonada, sentado frente a su acompañante, una joven mujer cubana celosa con la que compartía techo. No se miraron ni se hablaron en todo el rato. El parecía más interesado en observar con insolencia todo lo de su alrededor antes que mirar o conversar con ella, que con los brazos cruzados mostraba una actitud contrariada. Él se levantó, se desabrochó la camisa, y se dirigió a la barra de la cafetería de la piscina. Allí permaneció bebiendo, fumando y hablando con el camarero. Ella, la joven mujer cubana celosa, hacía rato que se había levantado desairada y sin mirarlo al pasar por delante de él desapareció por el fondo del jardín.
Aquella tarde, se levantó mucho aire, el cielo se puso negro y empezó a llover a mares y tuve un ataque de risa tonta cuando imaginé al estúpido hombre maduro del país, que había intentado ligar sin éxito con un joven ruso gay, acompañado de una joven cubana celosa con la que compartía techo, rascándose desaforadamente los testículos en la habitación del hotel de un precioso pueblo de la costa del Mediterráneo... ¡jajajajajaja!
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Era una espléndida mañana de agosto. Desayunábamos frente al mar en la terraza principal del hotel. Nos deslumbraba agradablemente el reflejo del sol sobre las aguas cuyo compás iba acorde al saxo de Fausto Papetti que sonaba de fondo.
En la mesa de enfrente un hombre joven de piel bronceada disfrutaba de un repleto plato de comida. Se le acercó un garrulo hombre maduro del país, de piel pálida y camisa desabrochada enseñando pecho y barriga cervecera, portando un café con hielo y un cigarro encendido. El olor a tabaco fue precisamente lo que hizo que me fijara en él.
No pude evitar escuchar la conversación que inició con elevado tono de voz.
–A mi, gustar mucho este pueblo porque es liberal y abierto, como un local de mi ciudad, en el centro de Zaragoza, un pub llamado “PK2”
_ ¿Entiendes? pe-ca-dos. Allí todo el que entra puede hacer sexo y pecar, sobre todo pecar.
Siguiendo su monólogo, contó que había venido acompañado de una mujer joven de origen cubano con la que compartía techo. Terriblemente celosa, de la que estaba harto; que le controlaba hasta las llamadas de teléfono y a la que había dejado desayunando sola en el comedor del hotel.
Tiempo atrás, explicaba sus cosas a las mujeres y le había traído problemas y había aprendido a callar y a seguir haciendo lo que le diera la gana ¡jejejejeje!; que a las mujeres no había quien las entendiera y que Fina, su amante y secretaría, le había advertido que mienten más que hablan; que la próxima mujer o tal vez hombre con el que intimara, _aquí un guiño cómplice, se lo buscaría con nivel intelectual elevado, porque los celos eran de mentes incultas.
_Muy buena temperatura en España. Mucho sol. Hoy va a hacer buen día. Yo nunca fallar en las previsiones del tiempo. Pronosticar el clima es mi fuerte. Por aquí dicen que si te pican los testículos es que va a llover y a mi, hoy, no me pican. Y a ti _¿te pican los testiculos?_ ¡jajajajaja!, los huevos ¿te pican?
Cualquiera que quisiera imaginar los gestos que acompañaban estas palabras, vería un ordinario espectáculo que daba un garrulo hombre maduro del país de piel pálida y camisa desabrochada enseñando pecho y barriga cervecera.
Pidió el teléfono del hombre para quedar con él para comer, pero se encontró por respuesta que eran las últimas horas de su estancia en España y regresaba esa misma mañana a Rusia.
Se despidió, mirando el reloj y poniendo las manos en la cabeza y alegando el mal humor con el que encontraría a la joven cubana celosa.
Un espectáculo de palabrería de un ridículo mil hombres que se creía un "picha brava" con mente de chorlito.
Aquella tarde, se levantó mucho aire, el cielo se puso negro y empezó a llover a mares y tuve un ataque de risa tonta cuando imaginé al estúpido hombre maduro del país, que había intentado ligar sin éxito con un joven ruso gay, acompañado de una joven cubana celosa con la que compartía techo, rascándose desaforadamente los testículos en la habitación del hotel de un precioso pueblo de la costa del Mediterráneo... ¡jajajajajaja!
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