Era niña en crecimiento. Muy débil si no ejercitaba la ley del caer y levantarse cuantas veces fuera necesario. Reconstruir la autoestima era su tarea en solitario, lejos de los afamados en espolear engañosamente falsas expectativas. Trabajaba para que sus cimientos fueran sólidos y resistentes, absorbiendo como una esponja lo positivo que la vida le ponía por delante, sin desperdiciar oportunidades.
Se cruzó con buena gente con cuya relación se enriquecía y a la que expresaba su agradecimiento con detalles, siempre que podía.
En la tarea de asimilar el pasado para proyectarse hacia el futuro, le quedó una cautela grabada a fuego, como una cicatriz residuo de una profunda herida: no olvidar que algunos de los que se cruzaron en su camino, no fueron lo que parecían ser, fueron peores.