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Mi coche en el taller de Ricard |
Injusta confusión en mi primer examen de conducir
Desde mi juventud, sentí una gran pasión por la conducción. En cuanto conseguí mi primer empleo, la primera meta que me propuse fue obtener la licencia de conducir.
Tras aprobar la prueba teórica, mi instructor de la Escuela Europa, me citó una luminosa mañana de verano en las pistas de Montjuïc para las pruebas prácticas.
Me sentía muy segura al volante; había adquirido confianza conduciendo por las calles de Barcelona.
Sin embargo, al acercarse el momento del examen, mis piernas comenzaron a temblar de tal modo que mis rodillas rozaban el volante del pequeño SEAT 600.
Justo cuando iniciaba las maniobras de aparcamiento, un grupo de jóvenes desconocidos se agolpó en la acera y empezó a lanzarme piropos. Aunque los vi, los ignoré por completo y conseguí estacionar el coche con las ruedas perfectamente alineadas. Respiré profundamente para calmar mis nervios. Pero mi sorpresa fue mayúscula cuando el examinador se acercó, asomó la cabeza por la ventanilla y me espetó bruscamente: "Es inaudito que usted se traiga a sus apuntadores al examen".
Con un gesto enérgico, firmó mi expediente, lo colocó bajo el limpiaparabrisas y me ordenó que abandonara el vehículo.
Había suspendido.
Nunca olvidaré aquel día. Aquellos fueron, sin duda, los piropos más inoportunos y absurdos que he recibido en mi vida.
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