Se puso de cubrecama una esvástica pintada en rojo, aquella cruz gamada de los antiguos arios destinados a dominar el mundo, que es lo que él pretendía. Me obligaba a entrar en su habitación y con el brazo derecho levantado gritar: ¡¡Heil Hitler!!, de lo contrario me lo retorcía con su habitual fuerza bruta. En su armario, junto a los agujeros en la madera de los dardos, todavía siguen pintados símbolos reaccionarios. Me causan pavor estos recuerdos y aquellos maltratos vividos hasta el día que trasladó su malicia a otra casa. Celebré más que nadie su boda.
Ella se le cruzó por el camino. Fuerte, dominante y embebida por el mismo germen de malicia.
Ha conseguido doblegar la furia del déspota... Y es que son tal para cual.