Era otoño. Anochecía. Regresaba dejando huellas cansinas en los adoquines de nuestra calle. Tras la llamada, la lluvia se precipitó sin previo aviso. Enteló los cristales de la cabina, como las lágrimas mis ojos.
Una corazonada antes de subir acabó en el preludio de un adiós.
Tenías que haber descolgado tú.