Hacia el punto de partida



Desde el altozano divisaré mi envejecida casa de pueblo, de tejas rojizas y poros colmatados con el musgo creciendo en el trabazón,  mirando al norte. 
La iglesia en silencio. 
La escuela reverberando ecos de mi voz recitando la tabla del nueve. 
La empedrada calle principal empinada hacia la plaza de la fuente chafariz, como decía mi padre, de dos caños, donde nos refrescábamos sentados en el poyete de mármol. 
El balcón de nuestra alcoba, donde junto a Elena sobre un colchón de lana, tejimos sueños sin saber que escapar a la ciudad sería una trampa. 
Ya no hay cartero, ni cura que oficie misas, ni bar para jugar al tute, ni mercado, ni baratillo, ni feria, ni rebaños, no hay maestro, ni médico, ni alcalde, pero si una tierra silente junto a restos de piedra derrumbada, como una trinchera ya sin enemigo, donde quiero descansar junto a mis ancestros. Los únicos que cuando nos fuimos se quedaron en el camposanto.


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