Hacía treinta años que había firmado unos avales para ayudarlo y no soportaba más las presiones y las molestias de sus impagos sin ninguna explicación por su parte.
Ni tampoco podía comprender la actitud de su familia.
Si sus hijos y su mujer estaban bien situados, por qué razón permitían que el padre estuviera en la lista de morosos tantos años. Uno banquero, otra azafata de tierra y otro luciendo descapotable, y el sueldo de su mujer... ¿no eran suficientes para saldar sus deudas?
¿Tenían que molestarme siempre a mí.?
Acabé harta de Cetelem, de Eurostar, de Euroiberica, Atento recobros, y de otras tantas empresas que persiguen a morosos.
Harta sobretodo del moroso y de toda su parentela consentidora.
Recibí cada día, a horas intempestivas, llamadas telefónicas preguntando por ellos. A todas horas.
Un dia harta de tanto acoso pensé que si se trataba de reventar que reventaran los responsables. Necesitaba recobrar la paz que me habían arrebatado.
Yo fui el aval de buena fe, y esto me acarreó aguantar incompetencia, ineficacia y desidia de un cara dura deudor.
Cansada, a cada llamada empezé a responder proporcionando la información que me solicitaban. Un día daba el número de su móvil, otro, el del fijo, otro el de un hijo, otro el del otro, que si la dirección de su casa, que la otra del apartamento, que el de la gestoría, ....y así hasta que por fin cesaron las llamadas.
Pero solo por una temporada.
De nuevo aquel agosto del 2017 volvieron a la carga con el acoso telefónico a todas horas.
Una noche, en una pesadilla soñé que salía a su encuentro con un arma cargada, que le esperaba frente a su casa con intención de dispararle el cargador en el pecho hasta verlo caer fulminado....
Aquella mañana el forense diagnosticó "paro cardiaco por infarto masivo de miocardio."
Sin arma, pensé... ¡qué alivio!
VERSION 2
Harta de mantener tanto silencio no pudo esperar más.
Su grado de saturación había llegado a tal nivel que la situación estaba a punto de estallar. Hacía treinta años que soportaba las presiones, sin ninguna explicación.
No podía comprender la actitud de aquella familia.
Si sus hijos estaban bien situados, por qué razón permitían que sus padres estuvieran señalados en la lista de morosos.
La paga de la mujer, la del hijo banquero, la del otro con descapotable y la de su hija que dominaba la lengua aprendida en costosas estancias en el Londres, no eran suficientes para saldar las deudas. Qué extraño.
Mientras tanto ella recibía cada día, a horas intempestivas disturbando su descanso, llamadas telefónicas preguntando por ellos. Pensó que si se trataba de reventar, que reventaran los responsables. Ella necesitaba recobrar la paz que le habían arrebatado. Su fallo había sido ser aval de buena fe, lo que le acarreó aguantar malos resultados por la incompetencia y la ineficacia de las gestiones ajenas.
Cansada, a cada llamada empezó a responder proporcionando la información que le solicitaban. Un día daba el número del móvil, otro, del fijo, otro el de un hijo, otro, el del otro, que si su dirección, que si la otra y así hasta que por fin cesaron las llamadas.
Pero solo por una temporada. De nuevo aquel agosto volvieron a la carga con el acoso telefónico a todas horas.
Ella quiso salir con el arma preparada, esperarle frente a su casa, y dispararle el cargador en el pecho hasta verlo caer fulminado.
El forense diagnosticó paro cardiaco por infarto masivo de miocardio.
De qué manera tan fácil se hizo justicia. Pensó ella.