Cuando me casé era una mujer joven y tú un hombre maduro, de baja estatura y alto grado de altivez. Se diría que, por mi inmadurez, me deslumbraste.Eras inspector.
Me llevabas a locales de espectáculo en los que entrabas sin pagar y eras recibido por una caterva de cobistas, siempre rodeado de otras mujeres, atiborrado de copas para hablar de negocios y salir de aquellos conventículos con dinero furtivo.
Privilegios de gánsteres mafiosos trepando hacia cargos públicos, etiquetados de señores.
A mí me tratabas como a un florero.
En la medida en que empecé a mostrar mi disconformidad, se iba incrementando tu insolencia.
Un día se me abrió el entendimiento.
Acabé mi carrera. Puse en marcha un proyecto de vida. Me hice mujer emprendedora. Con espíritu creativo, desarrollé ideas innovadoras y promoví la creación de empleo entre un equipo de mujeres.
Ya no eras el único que iba a cenas de negocios, a convenciones de fin de semana. Levanté una empresa.
Recuperé la igualdad, mi libertad y el derecho a decidir por mí misma.
Como cada vez me importaban menos tus camisas arrugadas y más tener que soportar tu petulancia, te dejé con tu chulería.
Solo conservo el colchón vibratorio de nuestra cama, lo único de ti que tolero que se mueva.
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