En los concursos literarios a los que me presento suelo huir de aquellos que dependen de la votación del público. Se ponen en marcha mecanismos que no me parecen del todo equitativos.
Recuerdo una vez la siguiente anécdota en un concurso de microrrelatos que propuso una web:
AVASALLAR
Estábamos tranquilos. Sin sobresaltos. Hasta que apareciste tú. Entraste con prepotencia. Titulaste con anglicismo. Trepaste con arrogancia. Sumaste con precisión. Un voto, dos votos, tres votos…cientos de votos, hasta humillar sin piedad y culminar la cima en numero de votos.
Fue una machada de corto cerebro. La ostentación del musculitos del chiste, el de: mucha dinamita para tan poca mecha.
– ¿Qué pasó?
Que ambos coincidimos en el bombo.
Yo no gané, pero tú tampoco.