QUE TU RAZÓN TE ACOMPAÑE
No saliste de mi vida hasta que pude apartarte de mi mente.
Desde aquel ayer hasta este hoy han pasado años.
No fue tiempo perdido el empleado en tratar de superar aquel proceso.
Lo expreso hoy que lo miro con perspectiva.
Entonces no me parecía fácil, cuando día a día trataba de entender aquel fracaso, aquella pérdida, aquel dolor de tu indiferencia dañina.
Nunca dijiste ni una palabra para intentar arreglarlo, ni una palabra de disculpa. Creías tener la razón.
Y te quedaste con tu solipsismo en la atalaya intransigente de tu egolatría. Conceptos profundos, si, como profunda mi tristeza que se transformó en ira, en enojo, y en mi no saber qué hacer para defenderme de aquella inexistencia. Dejamos un reguero de pólvora silenciosa alrededor de nuestro espacio que estalló hasta no quedar nada. Olvido. Has dejado de ser, ahora en el más puro sentido de la existencia, como dejaste de ser cuando necesitaba que fueras y y no estabas y te esperé mucho tiempo.
Con eso se equilibra la balanza. Es lo que traen los silencios. Mucho más si se hacen eternos.