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Añoro el mar de Barcelona, de Sitges, de Vilanova

Añoro el mar de Barcelona, de Sitges y de Vilanova

Si, añoro el mar. No uno solo, sino todos los que me han marcado, los que guardo en mi memoria de recuerdos de infancia, de pasos descalzos, de tardes relajadas.


El mar de Barcelona despierta antes que el alba, cuenta secretos que solo las olas conocen. Se estira en un azul profundo, intenso, abrazando al cielo que se despereza. Su espuma blanca es un encaje efímero que se deshace entre la arena, dejando un rastro que se borra casi antes de que pueda recordarlo. Cada ola llega con historias: barcos que naufragaron, cartas que nunca llegaron, risas y llantos bajo la luna que se hundieron en sus abismos, ecos de voces en el tiempo. Camino descalza por la orilla y siento el frío de la marea como una caricia. Respiro el salitre del aire y mis pulmones se llenan de calma, de paz, de eternidad. Las gaviotas vuelan cerca y me regalan dibujos en el cielo.


Sitges, con su mar teñido de luz y su aire perfumado de brisa marina, tiene para mi un carácter melancólico y festivo a la vez. Sus playas abiertas fueron escenarios de encuentros, de placeres y amores, de emociones que guardo en mi memoria. Allí, el horizonte parece más amplio, porque Sitges es abierto a la imaginación, la libertad ; los colores del cielo conquistan la vida urbana que asoma desde las terrazas llenas de alegría y desde su paseo siempre concurrido. Cada ola del pensamiento que me llega desde Sitges me trae consigo esa mixtura de risas, de pecado, de nostalgia, de placer y de amor.


El mar de Vilanova, más recogido y silencioso, me habla de otro tiempo y de otra forma de estimar. Allí, la arena, la brisa y las olas albergan cobijo a partículas en danza que se fundieron con la espuma para hacerme sentir que por siempre permanecería aquella esencia. Cada ola me susurra su nombre y la luz del sol, reflejada en el agua, parece querer consolarme, recordándome que lo que se ama nunca se pierde del todo: pero si se transforma y sigue latiendo en nosotros. Allí quedó en la memoria del agua.

Estos tres mares no solo están fuera de mi,  sino que los llevo dentro. Guardan secretos que solo un corazón en calma pueden escuchar, me arrullan con su canto. En Barcelona, en Sitges, y en Vilanova el horizonte se confunde con el cielo y me recuerda que todo es uno, que el tiempo es relativo y que cada instante frente al mar es un regalo, un recordatorio de grandeza. Añorar estos mares es añorar un espacio donde el corazón aprendió a escuchar y a sentir, porque el mar enseña que no hay final, que todo lo que se pierde reaparece en otra esencia, que cada amanecer es un pacto entre nosotros y el mundo, entre nosotros y nosotros mismos. Mientras cierro los ojos y recuerdo estos mares con sus aromas, sus sonidos dentro de mi,  participo de algo más grande, porque Barcelona, Sitges y Vilanova, son: recuerdo, añorada presencia y pasajes felices de poesía viva. 

El mar siempre vuelve, en mi actualidad es el de  Torre del mar, Torrox y el del Rincón de la Victoria. Todos son Mediterráneo.






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