A veces no hay regreso

Una sale por la puerta de su casa y no sabe si regresará. Estas cosas que no se piensan. 
La muerte y la vida viajan por el mismo espacio. Días y más días sin encontrarse, hasta que llega  uno y nos sorprende. 
Ese event desgarrador, sin previo aviso, deja entorno sembrado de vacío y de silencios.

Cada mañana quiero salir sin dejar de darte un beso, sin dejar de decirte lo mucho que te quiero, y sin dejar de decirte que eres todo para mi, y sin dejar de decirte que mi motivo de existir, mi felicidad impregnada de dolor, es soportable, porque tú estás a mi lado.
Si una mañana sospechara que no he de volver, no me separaría de ti ni un milímetro, ni un segundo. Sería la continuación de ti que me acompañas en mis desvelos, en mis gozos, en mis sueños, en mis desvaríos. Siempre pensé  tatuarme en cada poro de tu piel para estar más dentro de ti.
 
Sin embargo la duda del destino, el azar en lo que acontece, no da pistas y siempre se aloja en la inmediata incógnita, hasta que te sorprende el momento del adiós más triste.

No podríamos vivir  sumidos en ese pensamiento. 
Un bebé, un niño, un adolescente, un joven, por ley de vida, se diría que está lejos de encontrarse con la implícita  muerte, sin embargo, hay razones y sinrazones, que les acercan a ella. Sin consuelo. Sin entendimiento.
 
Mi recuerdo a muchos que un dia salieron de sus casas no regresaron. Como los de aquel vuelo en el que un loco,  piloto de un avión,  que pretendió hacer de su día, el día de muchos. ¡Qué tragedia! ¡Qué barbaridad ! 
Y una experiencia muy triste cuando trabajaba en el Ambulatorio de Padre Clareo y falleció una compañera atropellada por un coche en la esquina de la calle cercana al centro.


Fragilidad 
Me levanto para vivir la rutina de cada mañana sin ningún dato que presagie ningún acontecimiento excepcional. Camino el mismo recorrido de cada día por las calles de la ciudad con los mismos ruidos, con los mismos silencios de gentes, que a temprana hora, parecen aún mas ausentes. El estanco está abierto, también la cafetería y el colmado de Juan. Llegando a la esquina de mi oficina, bajo la acera de un paso cebra, observo entre las piernas de un tumulto, un cuerpo caído en el asfalto que no reconozco. Pienso en ese instante que el peligro está en cualquier parte para cualquiera de nosotros. Entro en mi despacho. Mi compañera  que salió de casa antes para ir al gimnasio, tan puntual como es siempre, es extraño que todavía no esté aquí. Una llamada me confirma lo peor.

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