La música en España. II Parte. Del siglo XIV, XV, y XVI. (27)

Viene a continuación de la I Parte

El siglo XV es notable por el desarrollo de España, que se coloca en la centuria siguiente a la cabeza de los estados europeos.
Portugal había empezado su florecimiento bajo Juan I; inmediatamente después el príncipe Enrique el Navegante (1394-1460) sienta las bases del Imperio Colonial Portugués a lo largo de las costas de África (Ceuta, Madeira); bajo el reinado de Juan II (1481-1495) Bartolomeu Días de Novais dobla el Cabo de Buena Esperanza; bajo el de Manuel I (1495-1521) Vasco de Gama completa la ruta marítima hacia la India (1498-1499); y los descubrimientos y colonizaciones tanto en Oriente como en Occidente (Brasil, 1500; Goa y Malaca, 1510 ; y, Ceilán; isla de Ormuz 1515; Macao, 1530), poseyeron en manos de los portugueses el monopolio del comercio de Oriente (Victoria de Diu, sobre los venecianos, en 1509) e hicieron de su país la primera potencia marítima de Europa.
Este cuadro histórico, aunque muy simple no deja de tener interés para la historia de la música española; permite situarla mejor en esta encrucijada de influencias continentales, que los desplazamientos frecuentes de los maestros francoflamencos hacen tan movida.
La historia de la música española del Renacimiento es muy reciente, pues empieza en 1890, año en que F. Asenjo Barbieri pública el Cancionero musical de Palacio, descubierto o en 1870 en la Biblioteca del Palacio Real de Madrid. Hasta entonces, y a causa del ausencia de documentos, se había pretendido que España había carecido de música auténticamente original durante el siglo XV, y que la floración de sus magníficos maestros del siglo siguiente no era más que la consecuencia de una colonización espiritual de nuestro país a cargo de los maestros francoflamencos.
Ciertamente, la historia del arte se burla muchas veces de las fronteras. Es verdad que Tinctoris había permanecido al servicio de Alfonso el Magnánimo, el rey aragonés que estableció su corte en Nápoles (1396-1458); pero este soberano estaba rodeado de músicos españoles, tales como Cornago e Icart. También es cierto que en el inventario del Alcázar de Segovia realizado en 1503 por orden de Isabel la Católica se descubrieron “tres cancioneros franceses” y que ciertos manuscritos como el Cancionero de este mismo palacio real contienen obras italianas y franco flamencas al lado de las canciones españolas.
Las relaciones entre España y Francia han sido siempre numerosas y fecundas tanto en el siglo XVG como en la Edad Media; en particular el reino catalano-aragonés y su corte permanecen en contacto continuo con la corte papal de Aviñón y con la de Borgoña, de la que se imita su repertorio musical; por otra parte hubo constantes intercambios entre España y la corte romana; es suficiente recordar a este respecto la participación española en la política italiana, los papás españoles Calixto III (1455-1458) y Alejandro VI (1492-1503).
Pero todo esto no impide que la escuela española del siglo XV sea enteramente distinta de la escuela flamenca, que sin embargo marcaba el gusto musical de la época; y las capillas reales españolas sólo contaban con cantores españoles.
Santa Cecilia
Grabado portugues S XVI
Fernando de Aragón e Isabel de Castilla poseían cada uno su propia capilla, y sólo cuando la reina murió (1504) el rey creó la auténtica capilla real, agregando a la suya los músicos más notables de la castellana. Los primeros músicos flamencos llegan a España siguiendo a Felipe el Hermoso en 1501-1502 y en 1506: así, Pierre de la Rue y Alexandre Agricola, quien muere en Valladolid en este mismo año: una nueva sociedad con Gombert a la cabeza, llegará en 1516, siguiendo Carlos V.
A la muerte de Felipe el Hermoso la reina Juana conservó la capilla extranjera de su esposo.
Frente la canción francesa o flamenca, la canción española mantiene su extrema simplicidad posee una escritura que se podría calificar de vertical si no fuese el estilo profundamente cantable de cada voz.
Solo existe el coral protestante aleman con un arte semejante del contrapunto, despojado de todo artificio: pocas imitaciones, y casi ausencia total de cánones, inversiones, aumentos o movimientos retrógrados; y, junto a esto, una extraordinaria libertad en el movimiento de cada voz dentro del conjunto.
Adolfo Salazar ha demostrado que ciertas composiciones del Cancionero musical de Palacio escritas a una sola voz pueden ser interpretadas a canon; una de tales composiciones es incluso reversible: ejemplos aislados de las posibilidades técnicas de los compositores españoles; pero esta media docena de canciones no pesa mucho en el conjunto de los ricos cancioneros españoles. La canción española utiliza formas y temas populares, algunos de los cuales permanecen vivos todavía en el folclore contemporáneo de España y Portugal.
Las fuentes más importantes de la música española del siglo XV son: el Cancionero musical de Palacio, que comprendía según su índice, quinientas cincuenta y una composiciones, de las que conservamos unas cuatrocientas sesenta;
el Cancionero de la Colombina (o sea, de la Biblioteca de Fernando Colón, hijo de Cristóbal, conservada todavía en Sevilla), con un centenar de piezas, de las que unas veinte se encuentran en la anterior colección;
el Cancionero del Real Alcázar de Segovia, con treinta y ocho canciones españolas junto con otras canciones francesas e italianas y con obras religiosas debidas algunas a músicos neerlandeses. La más rica colección de música religiosa de este periodo es la de la catedral de Tarazona. 
Los géneros más practicados son el villancico, forma es trófica cuyo estribillo es a menudo de origen popular (o cuanto menos posee su estilo), y el romance, género lírico-épico que consta de una serie indefinida de versos (la melodía casi siempre, se repite cada cuatro versos).
Entre los compositores más importantes de esta escuela hay que citar:
Juan Cornago, que sirvió Alfonso el Magnánimo antes de pertenecer a la capilla de Fernando el Católico;
Juan de Anchieta de la capilla de la reina Isabel y después de la del príncipe Don Juan;
Juan Escobar, maestro de capilla de la catedral de Sevilla; 
Francisco de Peñalosa, que pasó de la capilla de Castilla a la del papa, en Roma;
 En el reinado de Alfonso V de Portugal (1438-1481), en la época en que los portugueses descubrían las costas de Guinea, el primer compositor portugués importante, Tristao da Silva, se dedicaba a la recopilación de las músicas predilectas del rey; desgraciadamente, tanto su producción como su antología se han perdido.
El músico más importante de esta época es sin duda Juan del Encina, nacido hacía 1469 y muerto después de 1530. Estuvo al servicio del segundo Duque de Alba y en Roma disfrutó de las atenciones del papa León X, vivió en la corte pontificia entre 1514 y 1519 y emprendió un viaje a Tierra Santa. Poeta extremadamente delicado, Juan del Encina, traductor de las Bucólicas de Virgilio, es el creador del teatro español, y algunas de sus composiciones, conservadas en el Cancionero de Palacio, formaban parte de las Eglogas que escribió para la escena.
Por otra parte los teóricos españoles, tan numerosos el siglo siguiente, tienen su precursor en la figura de Bartolomé Ramos de Pareja (nacido hacía 1440), Profesor en Salamanca y después en Bolonia, donde publicó su De música tractatus (1482) que tuvo una gran repercusión.
Los reinados de Carlos V y Felipe II corresponden al periodo álgido de la música en España, en particular en lo que concierne a la música religiosa.
Ciertamente, los teóricos de talla internacional no faltan; y la música instrumental (órgano y vihuela) está a la altura de la de otros países e incluso la supera.
Angeles tocando el cistro y una flauta de pico doble
Colegiata de Santa Maria de Clatayud
Foto Mas
Pero la polifonía religiosa de este periodo posee una cualidad particular no superada por la de ninguno otro país, incluso (en tanto que escuela coherente) la romana tanto en el ámbito musical como en el espiritual. Téngase presente la situación especial de la península para comprender el clima en el que esta música floreció.
Tres grandes escuelas de polifonía religiosa comparten la extraordinaria actividad de la música española durante este periodo: la escuela castellana, la escuela andaluza y la de Cataluña y Valencia.

.-La escuela andaluza comprende, entre otros los nombres de Pedro Fernández de Castilleja, considerado por  Guerrero como el “ maestro de los maestros”, del que hemos perdido la casi totalidad de sus obras;
el pintor y músico Luis de Vargas (1502-1568); Fernando de Contreras (1470-1548); Juan Navarro 1530-1610 en México), autor del primer libro impreso puramente musical aparecido en el nuevo mundo y que, como Juan Vásquez, compuso también obras profanas; los Hermanos Rodrigo y Francisco Cevallos.
Sin embargo las personalidades más importantes de esta escuela son las de Fernado de las Infantas, Francisco Guerrero y Cristobal de Morales.
Tres páginas de un cancionero
1511 Biblioteca de Tournai
Foto J.Messiaen
Fernando de las infantas (Córdoba, 1534-Roma, 1601 aprox) ordenado sacerdote en Roma en 1584, abandonó a la música por la teología. Contrapuntista notable, sus en Plura modulationum (Venecia 1579) glosan siempre un mismo cantus firmus ; publicó en esta misma ciudad sus libros de Sacrarum cantionum a cuatro (1578), cinco (1580) y seis voces (1579).
Francisco Guerrero (Sevilla, 1528-1599), alumno de su hermano Pedro (compositor notable este también) y de Cristobal Morales, fue maestro de capilla en Málaga, en Jaén y en su ciudad natal; sus obras, muy conocidas, fueron editadas en Francia, en Italia y en Flandes, acontecimiento casi único que para un autor español de esta época escribió misas y motetes, dos pasiones (según San Mateo y según San Juan) y algunas versiones del Magníficat; público o también en 1596 un relato o de su viaje a Jerusalén emprendido en 1588. De su producción profana escrita en su juventud sólo recopiló a finales de su vida las Canciones y villanescas de 1589, cuyo texto está convertido “a lo divino” (es decir, adaptado y transformado en canción piadosa). Característica de Guerrero es su serena elevación que le asemejaba estéticamente más a Rafael que a los pintores españoles.
La figura sobresaliente de la escuela andaluza es Cristóbal de Morales (Sevilla, 1500 –Málaga, 1553), “ Morales el Divino” según propone llamarle José Subirá.
Alumno acaso de su padre, del que se cree que fue músico del Duque de Medinaceli, y con mayor seguridad de Fernández de Castilleja, pasó a Roma en 1535, donde fue admitido la capilla pontificia; sus méritos se impusieron rápidamente a juzgar por los importantes encargos que recibió: cantata para la reconciliación entre Carlos V y Francisco I, compuesta a instancias del papa Paulo III en 1538; motete  para la elevación de Hipólito de Este al cardenalato, en 1539.
Regresó a España en 1545 por un periodo que debía ser de díez meses y que el prolongó hasta su muerte.
Le encontramos sucesivamente en la catedral de Toledo, en casa del duque de Arcos en Marchena, en Málaga y estuvo acaso también en Sevilla.
Con excepción de dos madrigales italianos y de dos composiciones sobre textos españoles, toda la obra de Morales es de carácter religioso; está en curso te publicación y comprenderá díez volúmenes. Con una escritura extraordinariamente sencilla, libre de complicaciones contrapuntísticas, obtiene efectos de sorprendente intensidad gracias al empleo de procedimientos de gran atrevimiento armónico.

.-La escuela castellana comprende los nombres de:
Juan Escribano, muerto en Roma en 1558; Bartolomé de Escobedo, cantor en Salamanca y después en Roma, donde se conservan algunas de sus composiciones, y muerto en Segovia en 1564; Francisco Soto de Langa, nacido en Langa (Burgo de Osma) en 1534 y muerto en Roma en 1619, cuyo nombre está ligado al de San Felipe Neri y al de Animuccia como músico del Oratorio; Sebastián Raval, muerto en Palermo en 1604, soldado y después fraile capuchino, cuyo carácter batallador le hizo célebre a causa de sus polémicas musicales con sus colegas italianos; Diego Ortiz, del que se hablará más tarde a propósito de la música instrumental.
Pero el nombre más importante de la escuela castellana es sin duda el de Tomás Luis de Victoria, quien forma parte, junto con Morales y Guerrero, del gran triunvirato o de la música religiosa española, y que es acaso el único músico hispánico capaz de ser comparado a Orlando de Lassus y Palestrina.
Angel tocando una chifonia
Relicario del Monasterio de Piedra
SXIV
Victoria nació en Ávila entre 1540 y 1545, y murió en Madrid en 1611.Alumno acaso de Escobedo en España, entró en 1565 en el colegio germánico de Roma, donde parece haber tenido como maestro al mismo Palestrina; hubo entre el maestro italiano y el discípulo español un indudable intercambio de influencias. Después de una estancia en España situada en 1587, regresa definitivamente y se instala en Madrid como cantor y después como organista de las Descalzas Reales, siguiendo a la emperatriz viuda María de Hungría, hija de Carlos V.
Victoria no escribió ninguna obra profana, y frente a Morales, que siguiendo la moda franco flamenca, tomó algunas veces motivos profanos como tema de sus misas (L’homme armé, Mille Regretz, Tristezas me matan), nuestro actor se inspira únicamente melodías religiosas: no se apoya en el antiguo canto llano hispánico, en el inventa sus propias melodías, mostrándose siempre sabio sin ostentación, no haciendo gala innecesaria de su maravillosa técnica de contrapuntística, y no retrocediendo jamás ante la necesidad de la plena expresion dramática del texto sagrado, cosa que obtiene algunas veces con la ayuda de combinaciones disonantes de gran atrevimiento.
Compuso a unas veinte misas de cuatro a doce voces, alrededor de cuarenta y cinco motetes, en dieciocho versiones del Magníficat un oficio de difuntos y otro para la semana Santa que se cuentan entre sus obras maestras, y muchas otras composiciones religiosas (himnos, letanías, salmos, antífonas, etc.).
.- De la escuela catalano aragonesa muchos son también los maestros :
Cantores. Detalle del retablo de Sarriá, de Jaume Huguet.
Museo de arte de Cataluña. Barcelona
Foto Mas
Y así en Aragón hallamos a Melchor Robledo, muerto en Zaragoza en 1587, Sebastián Aguilera de Heredia, organista y compositor y Pedro Ruimonte quien pasó a Flandes siguiendo a Isabel Clara Eugenia (hija de Felipe II) y a su esposo el archiduque Alberto.
Valencia aporta los nombres de Juan Ginés Pérez (Orihuela, 1548-1612), maestro de capilla en Murcia y Ambrosio Coronado de Cotes, de quien se ha perdido la casi totalidad de su obra.
 Los músicos de la escuela catalana, contrariamente a los anteriores sobresalen tanto en la música religiosa como en la profana, sin olvidar, empero, las importantes composiciones religiosas de Pere Alberch Vila y de Joan Brudieu, autores de los que hablaremos más adelante con ocasión de la música profana.

La polifonía profana

En este terreno el nombre de Juan Vásquez debe figurar entre los primeros. Nacido en Badajoz hacia 1500, alumno en Sevilla y maestro de capilla en Burgos antes de regresar definitivamente a Sevilla donde murió hacia 1560, ha dejado un hermoso oficio de difuntos, la Agenda mortuorum (Sevilla, 1556) y dos colecciones de música sobre textos en lengua vulgar (villancicos y canciones, Osuna, 1551; Recopilación de sonetos y villancicos, Sevilla, 1560).
Los textos de algunas de estas canciones pertenecen a poetas conocidos, tales como Garcilaso o  Boscan, pero la mayor parte son obras maestras de la poesía anónima tradicional.
La belleza de estas composiciones es tal que casi todos los vihuelistas de la época realizaron la correspondiente transcripción instrumental de las mismas.
Mateo Flecha "el viejo" (Prades 1483-monasterio de Poblet, 1553), de la escuela catalana, fue maestro de capilla de la catedral de Lérida antes de entrar al servicio de las infantas María y Juana. Su producción religiosa se ha perdido por completo, pero tiene un lugar de honor en la música española gracias a sus Ensaladas (especie de composiciones mitad madrigal, mitad quodlibet, en las que cada voz canta, en una lengua distinta, unas melodías dispares), que fueron publicadas en Praga en 1581 por su sobrino y homónimo Mateo Flecha; algunas de estas ensaladas (llamadas así a causa de los diferentes elementos que la integran), fueron también adaptadas por los vihuelistas.
Tañedor de viola de brazo
Detalle del retablo de Juan Bautista
de Luis Borrassá
Foto artes decorativas
 Flecha "el joven" (Prades 1520-monasterio de la Portela, 1604) estuvo al servicio de la emperatriz María en Viena , y en Praga donde publicó sus obras así como las de su tío; entre las suyas figuraban composiciones religiosas hoy día casi enteramente pérdidas.
Pere Alberch Vila, organista catalán público en 1561 sus Odarum quas vulgo madrigales appellantur …Liber primus, colección de madrigales en diferentes lenguas (catalán, castellano, francés, italiano …); El segundo libro contiene composiciones religiosas .
Juan Brudieu fue maestro de capilla en Seu d'Urgell durante cerca de cuarenta años (murió en 1591) sin otra interrupción que un corto periodo durante el cual fue maestro de capilla en Barcelona. Público en 1585 una colección de dieciseis madrigales y ha dejado además una hermosa Missa pro difunctis.
Debemos mencionar también algunas colecciones de polifonía profana, como la que fue publicada en Venecia en 1566, titulada Villancicos de diversos autores, mejor conocida con el nombre de Cancionero de Upsala, pues el único ejemplar conocido fue descubierto por Rafael Mitjana en la Biblioteca de la Universidad de esta ciudad.
Entre las colecciones conservadas en otras bibliotecas (la Biblioteca Nacional de Madrid, las de muchas ciudades italianas, etc.), la más importante es la que forma parte de la colección de los duques de Medinaceli.
Éste y otros cancioneros, al igual que diversos volúmenes monográficos dedicados a un determinado autor, han sido ya publicados por la escuela músico lógicas (instituto español de musicología) que dirigió Higinio Anglés.

La música instrumental

Los organistas españoles se colocan cronológicamente entre los primeros. El libro de cifra nueva para teclas, harpa y vihuela …, de Luis Venegas de Henestrosa, aunque impreso en 1557, estaba ya terminado en 1540.
La declaración de instrumentos musicales de Juan Bermudo así como el arte de tañer, fantasía, assi para tecla como vihuela … De Tomas de Santa María, contienen música de órgano de los maestros españoles.
Las obras de otros organistas, tales como Diego del Castillo o Bernardo Clavijo del Castillo se han perdido en su casi totalidad; pero sabemos que estos compositores recibieron la influencia del más grande de los organistas españoles, Antonio de Cabezón, músico al servicio de Carlos V y Felipe II, y cuyas obras póstumas, editados por su hijo Hernando, su sucesor asimismo en la Capilla Real, han sido reeditadas por Felipe Pedrell. 
Cabezón nació en Castrojeriz en 1510, y murió en Madrid 1566. Era ciego de nacimiento; comenzó a los dieciocho años su carrera como músico de la emperatriz y recorrió muchos países siguiendo a su soberanos, lo que le puso en contacto con los mejores músicos de la época.
Su estilo, mejor adaptado las características de su instrumento que el de la mayor parte de sus contemporáneos, utiliza todas las posibilidades técnicas del contrapunto, permaneciendo sin embargo severamente instrumental.
Al lado de Cabezón hay que situar con todo honor a los vihuelistas. La vihuela, variedad hispánica del laúd, ha sido objeto de una abundante producción musical, y conservamos unos diez libros consagrados a este instrumento, impresos en el siglo XVI por Luis Milán (1535-1536), Luis de Narváez, Alonso de Mudarra, Enríquez de Valderrábano, Diego Pisador, Miguel de Fuenllana, otro músico ciego  Esteban Daza. 
(Los libros ya citados de Benegas de Henestrosa, Santa María y Cabezón contienen también piezas para vihuela.
 Su repertorio comprende obras para canto con acompañamiento instrumental (romances y villancicos en castellano o portugués, algunos sonetos o canciones en italiano y algunos textos latinos clásicos), Que se cuentan entre las primeras manifestaciones de la mono día acompañada del renacimiento; las obras estrictamente musicales son o bien transcripciones de obras polifónicas españolas o franco flamencas, o bien danzas (tabanas, gallardas, etc..), Tientos (preludios), fantasías y diferencias (variaciones); estas últimas son particularmente interesantes pues son los primeros testimonios de la variación instrumental.
Precisamente sobre tal práctica el polifonistas Diego Ortiz ha dejado una obra de gran importancia: Tratado de glosas sobre cláusulas y otros géneros de puntos en la música de violones (Roma, 1553).
En la segunda mitad del siglo XVI la guitarra reemplaza progresivamente a la vihuela; se atribuye tradicionalmente la aparición de la quinta cuerda a la guitarra, dando así instrumento una superior categoría artística, al poeta y músico Vicente Espinel (1551-1624).
Tañedora de cistro automata España
(segunda mitad del S XVI)
Kunsthistorisches Museum, Viena
Foto del museo
 El primer tratado sobre esta guitarra fue publicado en 1586 en Barcelona (con reediciones hasta finales del siglo XVIII) por el músico catalán Joan Carles Amat: Guitarra española y bando la en dos maneras de guitarra castellana y cathalana de cinco órdenes.

Portugal

Los estudios y ediciones de música portuguesa antigua aparecen con más retraso comparadas con las españolas. Por ello la exposición de la música de este periodo será considerablemente más breve. Portugal pose, en el cancionero de la Biblioteca Publia Hortensia unas combinaciones paralelas a las españolas de los siglos XV y XVI, con un repertorio similar.
Gil Vicente 1465-1536), que brilló como autor teatral a partir de 1502 es, al igual que Del Encina en España, el creador de teatro portugués así como el iniciador de la música escénica en su patria; desgraciadamente hemos perdido la producción musical, y sólo nos quedan las indicaciones de la puesta en escena y algunas canciones populares, que nos han llegado a través de otras fuentes, y que el introdujo en sus obras.
Aparte del cronista Damiao de Goes (1501-1553), del que se conservan tres motetes, los más importantes polifonistas portugueses pertenecen a la escuela de Manuel Mendes, maestro de la capilla en la catedral de su ciudad natal, Évora, En la que murió en 1605, dejando una obra inédita todavía. Sus alumnos Duarte Lobo (1565-1643),  Fray Manuel Cardoso (1564-1650), Felipe de Magalhaes, Diogo Días de Melgaçao y Soares Rebello, serán muy conocidos en el siglo siguiente. Gregorio silvestre de Mesa (1526-1570), compositor distinguido, fue organista en la catedral de Granada; hubo asimismo una floreciente escuela de vihuelistas; no creemos que el libro de Milán, que contenía tres villancicos en castellano y tres en portugués, estaba dedicado al príncipe Don Joao; pero la producción de estos vihuelistas es muy mal conocida.

Texto de Daniel Devoto

La música en España del siglo X, XI.XII y XIII. I Parte .(26)

Los viejos del Apocalipsis,
Portico de laGloria, Santiago de Compostela.
SXII
Foto A. Serres
La Península Ibérica es una unidad geográfica fácil de definir: se trata de una península bañada por el Atlántico y el Mediterráneo, separada del continente, más que unida a este éste, por los Pirineos, una gran parte de los cuales permanece todavía infranqueable durante largos periodos. La definición es más difícil si la tomamos en su significado étnico y cultural: los vascos viven, en el oeste, a ambos lados de los Pirineos, y a pesar de sus distintos dialectos las siete provincias del Zazpiak Bat constituyen una auténtica unidad de raza y tradiciones; y, en la otra extremidad, Cataluña ha sido, desde la conquista romana y a través de toda la Edad Media (e incluso en épocas posteriores), una región más afín al Lenguadoc, con el que mantiene importantes relaciones lingüísticas, que a Castilla: de dónde pronto se verán las consecuencias que esta influencia ha tenido sobre la liturgia (y por lo tanto sobre la música) de esta región.
Aunque es necesario prescindir de todo aspecto arqueológico de la historia musical de España y Portugal, será preciso, sin embargo, recordar algunos hechos y ciertas fechas: así, la profunda romanización de la península, que dio a la metrópoli emperadores y poetas; el hecho de que los invasores bárbaros fueran ganados a su vez por la cultura de la España romana, hasta tal punto que Sevilla se convirtió con San Isidoro (c. 570 – 636), en uno de los centros culturales más importantes de Europa. En 711 la primera invasión árabe pone fin a esta situación, pero pronto Córdoba (constituida en emirato independiente a partir del año 756) y las otras ciudades de España manifiestan una extraordinaria brillantez y hacen penetrar en Europa la ciencia y la filosofía griegas. Frente a los árabes, los núcleos de la reconquista (Reino de Asturias, hacia 719, con el legendario Don Pelayo; Reino de Navarra, creado en el 905 por Sancho Garcés; Castilla independiente hacia el 950) empiezan a constituirse también en focos culturales; Santiago de Compostela se convierte, hacia el 840, en uno de los más importantes centros de peregrinación de Europa, y el “camino de Santiago” o “camino de los franceses” se convierte a su vez en una vía de intercambios internacionales. No hay que olvidar que esta encrucijada cultural es el telón de fondo de la música española y que los artistas del país recibirán la influencia conjunta de Europa y del Islam, y servirán así de puente entre ambas civilizaciones.
Entre los siglos VI y VIII España elaboró una liturgia local llamada “hispánica, términos más apropiado que las antiguas denominaciones de “visigótica” o “ mozárabe”, ya que es anterior a la denominación visigótica, y, aunque conservada por los mozárabes (cristianos sometidos a la dominación árabe), no les pertenece propiamente.
Bailarinas tocando la giga y una especie de castañuelas
Capitel Claustro de Santa Maria de l?estany
SXII Cataluña
Foto Yan
Esta liturgia mantiene muchos rasgos comunes con el rito siríaco, debidos a la influencia ejercida por el Imperio de Oriente a través de las colonias establecidas en la Península, debidas también a las relaciones iniciadas por viajeros procedentes de ambas regiones, y renovadas acaso por algunas herejías comunes tales como el arrianismo. Además de estos elementos bizantinos, la liturgia hispánica recibió la impronta del rito milanés (en particular los himnos ambrosianos), y principalmente la del rito romano; sus relaciones con el rito galo son más complejas, y se ha llegado a hablar incluso de una influencia sobre este último del rito hispánico (Rojo-Prado).
La liturgia hispánica nos es conocida a través de unos veinte manuscritos antiguos, de los que el más importante es el antifonario de la catedral de León (siglo X), escrito casi por completo en una notación musical original; la liturgia fue usada desde el siglo VII hasta el XI aproximadamente.
El último cuarto del siglo XI señalar la desaparición temporal del Reino de Navarra (1076); Alfonso VI, rey de Asturias, León y Castilla se halla a la cabeza del mundo cristiano en España. Movido por diversas influencias (su fidelidad a Roma, sus relaciones dinásticas con Francia, la presión del movimiento cluniacense), Alfonso VI procede a la abolición del rito hispánico (la leyenda coloca aquí un duelo judicial así como la ordalía del fuego sufrida por los libros de rito hispánico y de rito romano) el día 9 de abril de 1077, festividad de Domingo de Ramos y tal decisión fue confirmada por el Concilio de Burgos en 1080. Sin embargo, la desaparición del rito hispánico no fue rápida mi absoluta: los territorios pertenecientes a la provincia Tarraconense, que habían guardado este rito bajo la dominación árabe, aceptaron la liturgia romana a partir de su reconquista, pero la toma de Toledo en 1085 no significó el abandono del rito tradicional en la antigua capital visigótica: fue tolerado y Ha pervivido hasta nuestros días, aunque con ciertas modificaciones.
 Hacia occidente, Braga y Coimbra guardaron también, hasta finales del siglo XI, el antiguo rito hispánico.
Hay que exceptuar a Cataluña, territorios sometido a la influencia francesa: Barcelona fue tomada por Carlomagno en el año 801, y no fue conquistada nuevamente por los árabes hasta 864; y, ciertamente, el recuerdo de Cataluña en su calidad de marca o condado carolingio permaneció activo en el espíritu de los historiadores tanto árabes como cristianos, hasta el siglo XII; diversos documentos (entre ellos el Poema del Cid, 1140 aprox.) Distinguen a los catalanes con el nombre de  “ los francos”.
En este país se desarrolló una notación musical propia, llamada catalana, que en realidad contiene elementos de las notación es hispánica y aquitana; pero pronto Cataluña adoptó la notación aquitana, remplazando así la escritura musical hispánica. Cataluña y sus países vecinos sirvieron todavía de puerta de entrada a los tropos, secuencias y dramas litúrgicos en la península, y han mantenido hasta nuestros días un repertorio tradicional para ciertas festividades, que es mitad litúrgico y mitad popular: el Cant de la Sibil.la, el Misteri d’Elx, las consuetes, etc..
La liturgia hispánica, que se ha querido clasificar entre las liturgias orientales a causa de los elementos siríacos que contiene es un rito indudablemente de tipo occidental,  su centro originario estaba en Toledo, capital del reino visigotico,pero fue adoptada en toda España después del sexto concilio que tuvo lugar en esta ciudad en el año 633.
Angel tocando el cistro por Jan Oliver.
Museo de Navarra, Pamplona
Foto del museo
Este rito, fiel a la primitiva ordenación de la misa latina, se caracterizaba por el conjunto de oraciones y plegarias conservadas entre la lectura del evangelio y la del prefacio (oraciones que el rito romano ha transferido a la consagración y comunión), y por un canon más breve que el canon actual.
 Por otra parte, su repertorio comprende múltiples formas peculiares: Illatio, preces, laudes, sones, que tienen algunas veces el equivalente en los otros ritos no romanos, pero que poseen su propia característica litúrgica y musical.
En la música del ritual hispánico, la recopilación más importante, es el antifonario de la catedral de León, copiado en el siglo X de un original que se remonta al siglo VII.
Los textos en del rito hispánico fueron impresos a principios del siglo XVI por orden del cardenal Jiménez de Cisneros el Misal (Missale, 1500), y el Breviario (Breviarium, 1502), y más tarde a mediados del siglo XVIII, bajo el patrocinio del cardenal Francisco Antonio Lorenzana; la fecha exacta de la edición es la de 1755, y hay que señalar que esta edición ha sido incluida en la Patrologia Latina de Migne; desde finales del siglo XIX, los benedictinos de la abadía de Santo Domingo de Silos (G. Morín, M. Ferotin, G. Prado, J. Pérez de Urbel, etc..), han iniciado la edición científica de los manuscritos desde ritos que presentan las mayores posibilidades de autenticidad.
El mejor estudio sobre la abolición del rito hispánico es el de P. Pierre David, quien considera todos los factores religiosos y políticos que condujeron a la implantación del rito romano en España. Un detalle pintoresco sobre este tema nos es transmitido por la crónica de Nájera:

“ … Siendo discutido el valor del torneo (entre el campeón del rito hispánico y el del rito francés), se encendió un gran fuego en medio de la plaza, al que se lanzó un libro romano y uno hispánico; este último salto fuera del fuego, pero Alfonso VI o lo devolvió a el de un puntapié, mientras pronunciaba las palabras siguientes: ad libitum regum flectuntur cornua legum .”

Esta expresión ha sobrevivido en el proverbio español “hallaban leyes do mandan reyes” sin embargo, la sustitución del rito no es tan clara como a primera vista pudiera parecer; no solamente la historia cambia de una región de España a otra, sino que también algunos manuscritos muestran que la penetración del rito romano fue más rápida de lo que habitualmente se cree y que al mismo tiempo se continuaron copiando hasta muy tarde manuscritos litúrgicos no romano. Todavía en el siglo XIII y en la Rioja, en el primer poeta castellano cuyo nombre nos es conocido, Gonzalo de Berceo, utiliza en sus poemas el vocabulario perteneciente al rito hispánico.
En el interior de este cuadro, la posición de Cataluña es completamente excepcional. La historia de la música en Cataluña pertenece más a la historia de Europa que a la de España, ya sea a causa ante sus relaciones con los grandes centros litúrgicos franceses (Moissac, San Marcial de Limoges), ya sea a causa de la influencia extracastellana de sus escuelas: la de Ripoll, donde en el siglo XI había brillado un monje llamado Oliba, autor de un Brevarium de música) había acogido durante tres años a Gerbert de Aquitania, más tarde papa con el nombre de Silvestre II, quien había estudiado allí música.
No obstante no fue cultivado el rito hispánico en el territorio catalán, sino que Cataluña, paralelamente al impulso de centros litúrgicos franceses, desarrolló una importante actividad para litúrgica, de la que no se hayan vestigios del resto de España.
El drama litúrgico fue desarrollado desde muy pronto, y permanece todavía vivo en el Levante español, ya sea bajo la forma de consuetes (en un sentido de pieza más o menos litúrgica bastante bien desarrollada sobre un tema bíblico, por ejemplo la historia de Tobías), ya sea bajo forma de Cant de la Sibil.la, añadido a la litúrgia de Navidad, o ya sean bajo la forma de fiestas o de misterios, de los que la representación que se celebra en Elche (Misteri de Elx) es la que goza de mayor celebridad.
También en Cataluña se encuentran los únicos ejemplares de danzas eclesiásticas: el manuscrito llamado Libre vermell (siglo XIV), de la abadía de Montserrat conserva, en latín y en catalán, los cantos polifónicos y las danzas sagradas de los peregrinos.
Poseemos algunos cantos latinos de carácter lírico (lamentaciones, epitalamios, etc.); Pero al igual que en Francia no poseemos noticias acerca de la naturaleza de los cantos éticos en latín o en lengua vulgar.
Se ha discutido mucho acerca de la influencia de la música árabe sobre la música española de la Edad Media; la insistencia con la que Julián Rivera quería hacer derivar todo el arte musical de Occidente de las melopeas árabes ha contribuido, paradójicamente, a desacreditar la parte de verdad que esta teoría posee sin duda.
Por otra parte se ha señalado, aunque sin mucha discriminación, los contactos entre la lírica hispánica y el arte de los primeros trovadores. Todo este problema ha sido renovado definitivamente en 1948, gracias al descubrimiento por S. M. Stern de unos poemas hispano-hebraicos (e inmediatamente después de unos similares poemas hispano árabes) compuestos sobre un modelo árabe .
Tales poemas llevan un estribillo en lengua española (dialecto mozárabe), escalonandose desde antes del año 1042 hasta el siglo XIII.
Investigaciones posteriores debidas a F. Cantera, García Gómez y al propio Stern, elevan hasta la cifra de unos cincuenta el número de estos estribillos hispánicos que, en definitiva, son pequeños poemas utilizados como estribillo.
Los documentos estrictamente musicales son extraordinariamente escasos, pero muy interesantes. De la totalidad de la producción de los trovadores de lengua galaico portuguesa (producción muy rica y que antes del descubrimiento de las jarchas mozárabes era considerada como la primera manifestación de la lírica en la Península), sólo se conserva la música de las canciones de Martín Codax (siglo XIII).
Por el contrario la música de la colección de Cantigas originales del rey Alfonso X el Sabio (1252-1284), dedicadas a la alabanza de en Nuestra Señora y a la relación de sus milagros (420 canciones en total), nos ha llegado a través de tres manuscritos contemporáneos.
La polifonía fue practicada en España desde muy antiguo. Ya en el Codex Calixtinus en realidad seudo Calixtinus, copiado en el siglo XII, hayamos unas veinte composiciones a dos y tres voces.
Frente a esta recopilación, que hace de Santiago de Compostela uno de los centros europeos de la música a varias voces, hay que señalar la existencia de un tal Lucas, magnus organista de Tarragona, muerto en 1164, y que sería el precursor de Perotin. En cambio, en la centuria que sigue, la escuela de Toledo deriva simplemente de la de Nuestra Señora de París, al igual que Ripoll y Tortosa (obsérvese que nos encontramos siempre en esta parte de España, en la zona de influencia de la música francesa); la existencia de una escuela árabe en Córdoba, en la que parece que se practicó la polifonía a partir del siglo XI, no ha sido hasta la fecha comprobada históricamente.
Entre los siglos XIII y XIV hayamos un importante monumento de la polifonía hispánica en el manuscrito de Las Huelgas, monasterio de monjas cistercienses situado cerca de Burgos que había sido fundado hacia 1180 y en que las abadesas poseían prerrogativas casi episcopales.
Esta recopilación atestigua la riqueza y variedad de los oficios divinos en dicho monasterio, donde, durante siglos, abadesas de sangre real se sucedieron ininterrumpidamente.
Los documentos de las Cortes de Aragón, Castilla y Navarra muestran en el siglo XIV asistimos en al desarrollo de una polifonía a la vez religiosa y cortesana cuyo estudio se ha de completar.
En 1915 Julián Rivera publicó un texto  de un historiador árabe de los primeros años del siglo XII en el que se citaba al poeta ciego Moccadam, natural de Cabra (población situada al sur de Córdoba), contemporáneo del emir Abdallam (888-912) e inventor de la “ muwachchaha .
Esta forma cuya estructura difiere radicalmente de la métrica árabe, se compone de estrofas cuyo nexo está formado por tres versos monorrimos y de otros dos que arriman con el estribillo; la última estrofa es el propio estribillo, que es una canción corta en dialecto árabe vulgar o en la variedad mozárabe de la lengua romance. Esta forma, así como su derivado el “ zéjel, conoció una extraordinaria popularidad tanto en oriente como en occidente, y tanto en España (poesías de Alfonso X el Sabio, rey de Castilla y de Don Dionis, rey de Portugal; del Arcipreste de Hita en el siglo XIV, así como de los cancioneros de los siglos XV y XVI), como fuera de la misma en los primeros trovadores (Guillermo IX, Cercamon, Jauffre Rudel, Marcabru, Peire Cardenal, Peire Vidal), así como en los “laudari” italianos y las colecciones de “canti carnascialeschi” (lo que reúne inesperadamente los nombres de Jacopone y de Maquiavelo).
Menéndez Pidal ha demostrado en sus estudios que una forma poética precisa, nacida en España entre los siglos IX y X se difundió por toda Europa hasta finales del siglo XV; los temas literarios de tales canciones son semejantes en todos los países en los que aparece este tipo de composición.
Las canciones musicales de Martín Codax, seis canciones escritas sobre siete poesías amorosas, son el único ejemplo de música profana del siglo XIII que se conservan España. Fueron descubiertas en 1914 por el librero Pedro Vindel en una encuadernación du libro.
Alfonso el Sabio es una de las figuras más interesantes de la Edad Media española. Reunió una brillante corte de poetas (Guiraut Riquier permaneció en ella veinte años), de músicos, de traductores, y su nombre, ya sea en calidad de autor o de inspirador, se encuentra a la cabeza de las obras que marcan el nacimiento de la prosa castellana. Después de haber discutido ampliamente el papel desempeñado por el monarca en la redacción de las distintas obras que se le atribuyen, en la actualidad la critica afirma que participó personalmente, aunque en distinto grado en tal redacción; al mismo tiempo se puede afirmar que las “cantigas de Santa María”, extensa recopilación de poesías escritas en lengua gallega, son obra personal del monarca.
Las cantigas de Alfonso el sabio nos han llegado a través de tres manuscritos con notación musical: el llamado “de Toledo”, hoy en la Biblioteca Nacional de Madrid, y los dos que se hallan en el Escorial; existe un cuarto manuscrito conservado en Florencia, aunque en este se halla solamente el texto literario.

Los instrumentos

Al igual que en el resto de Europa, el número de instrumentos musicales de la Edad Media que conservamos es prácticamente inexistente; debemos contentarnos, para su estudio, con documentos iconográficos y fuentes literarias. Las esculturas son numerosas, tanto de estilo románico (capiteles de Santa María de l’Estany) como de transición al gótico (músicos del Pórtico de la Gloria en Santiago de Compostela). Pero el conjunto más interesante lo constituyen las miniaturas de uno de los manuscritos de las cantigas de Alfonso el sabio conservado en el Escorial. Tales miniaturas muestran la riqueza instrumental de que disponía los músicos de la corte castellana el siglo XIII (pastores tocando la flauta, músicos, judíos, etc..) Una de estas miniaturas representa un músico árabe tocando en compañía de un músico español. En cuanto a las descripciones literarias, aparte de algunos escasos documentos de archivo (pago de honorarios a unos músicos, compra de instrumentos, etc..)
Poseemos algunos textos poéticos que proporcionan una enumeración interesante de instrumentos musicales; en particular la descripción de la entrada de Alejandro en Babilonia (libro de Alexandre, siglo XIII, imitación muy ampliada del “Alexandreis” de Gautier de Chatillon), la coronación de Alfonso XI (poema de Alfonso Onceno, siglo XIV), y la descripción de la recepción del Amor en el mes de mayo (libro de Buen Amor” del Arcipreste de Hita, siglo XIV), y que es sin duda la más rica, pues comprende la enumeración de unos treinta instrumentos musicales.
Los instrumentos representados en los manuscritos de las cantigas son numerosos; la influencia oriental es notoria en cada familia instrumental, se trata de la riqueza en la percusión (sonajas, tambores, panderetas, atabales) de la importancia y variedad de laúdes largos (cordofonos en los que el mango supera en longitud a la tabla armónica), o bien se trate, finalmente, de una nomenclatura rica en términos árabes: axabea (flauta) albogón (especie de oboe), añafiles (trompetas rectas), etc.; algunos de estos términos franquearon los Pirineos y ganaron Europa entera.
Es interesante ver en Juan Ruiz arcipreste de Hita, la distinción entre la guitarra latina y la guitarra mora, así como el hecho de dedicar dos estrofas de su poema para enumerar los instrumentos no aptos para la interpretación de la música árabe.
En cuanto a su extraordinaria enumeración del cortejo de “Don Amor” comparable únicamente a la enumeración de Guillaume de Machault, es necesario leer lo que Félix Lecoy ha escrito sobre este pasaje: “cada instrumento va acompañado del rasgo o detalle que le caracterizan en su forma o en sus sonoridades, la aguda visión de nuestro poeta, acaso también su oído del músico, han sabido transformar un monótono inventario en un pintoresco cuadro lleno de vida” .

Texto de Daniel Devoto


Esta entrada tiene su continuación en una II Parte

Música del Renacimiento en Italia II Parte

Durante el siglo XV pierde fuerza la anarquía política en Italia, hasta el punto de que se puede afirmar que el país está dividido en cinco estados: el ducado de Milán, las repúblicas de VeneciaFlorencia, los estados pontificios y el reino de Nápoles. 
Si bien numerosas disputas enfrentan todavía a unas ciudades contra otras, las últimas décadas del siglo presenciando una tendencia hacia la pacificación, singularmente a partir de la Paz de Lodi (1454).
La dinastía aragonesa parece firmemente establecida en el trono de Nápoles, mientras los Sforza en Milán y los Médicis en Florencia defienden enérgicamente su poder hereditario;
la república de Venecia mantiene su poderío, en tanto que la sede papal preside nuevamente en Roma. En toda Italia la prosperidad económica, cierto bienestar social y un ambiente de optimismo tienden a favorecer el desarrollo artístico que debía culminar en el extraordinario esplendor de finales de siglo, considerado por Guichardin como el momento más brillante de Italia desde la caída de Roma.
Tubalcain y la Música
represnetada por una mujer que toca el organo portatil.
Detalle de las siete artes liberales de
Giovanni da Ponte. Museo del Prado. Madrid.
Las rivalidades que enfrentan a los diversos estados no sólo en el terreno político sino también en el mundo de las artes contribuyen a dar una notable expansión a la vida intelectual, pues cada uno de los autócratas que está en el poder pretende hacer de su ciudad un centro cultural superior a la ciudad rival. Condottiero, aristócrata o papa, se considera asimismo un mecenas, y su ejemplo es seguido por numerosos prelados, patricios o banqueros.
En esta competición tomaron parte no solamente los cinco grandes estados anteriormente numerados sino también por deseo de sus principales, otros más pequeños (los Este en Ferrara, los Gonzaga en Mantua, los Malatesta en Rimini, los Montefeltre en Urbino y los Bentivoglio en Bolonia); estas ciudades se convertirían en auténticos centros artísticos.
Así, pues, la institución del mecenazgo favorecería hasta finales del siglo XVI el desenvolvimiento de la vida artística, para la que los aconteceres históricos representaron, afortunadamente, un freno muy liviano.
A pesar de los primeros síntomas de una decadencia económica causada por el desarrollo de los estados atlánticos que reciben el fruto de los grandes descubrimientos geográficos; a pesar de haber sido durante sesenta años el campo de batalla los ejércitos franceses y españoles; a pesar de la dominación imperial (saqueo de Roma, sitio de Florencia), después española y la aniquilación de la libertad, a pesar de la reforma que por otra parte encuentra en Italia poca visión, la Península italiana conserva en el terreno artístico, la magnificencia heredada de su glorioso pasado.
Por lo tanto, es natural que este país, que en el siglo XV era el más rico de Europa, y también el más culto, participará más que ningún otro en el gran movimiento del renacimiento, y que en su seno se manifestarán los primeros síntomas renovadores.
Muchas veces se ha planteado la cuestión de saber si era correcta la denominación de renacimiento aplicada a la música. Ciertamente las ideas que guiaron a corriente musical no eran, en abstracto, distintas de las que guían la marcha de las otras artes; los teóricos italianos tuvieron conciencia de que una nueva edad había nacido para la música, y que la cultura musical merecía un trato de favor especial; en efecto, Franchino Gaffurio era saludado por sus contemporáneos como el restaurador del arte musical, los humanistas reconocían en la música, al igual que los antiguos, la posesión de unas virtudes eficaces, y Marsilio Ficino, restaurador de la doctrina platónica en su “academia” de Careggi, se consideraba el promotor de cierto humanismo musical.
Cantaba, acompañado de la lira, los himnos órficos atribuidos al mítico poeta y que él mismo había traducido, y la finalidad de estos cantos no era la consecución de una satisfacción estética sino un medio de acercarse a Dios a través de la purificación del alma y un procedimiento curación del cuerpo gracias a las virtudes terapéuticas de la música.
Los grandes humanistas de Florencia, Pico de la Mirandola  Ángelo Poliziano y Leo Battista Alberti profesaban la misma doctrina; este último descubría además unas afinidades secretas entre la música y la arquitectura. Pero sí la imitación de los antiguos podía entusiasmar a los filósofos, la música propiamente antigua no ofrecía ningún ejemplo que pudiesen aprovechar los compositores, pues prácticamente se hallaban muy lejos de los griegos como por tanto, sólo con muchas reservas puede aplicarse la música el término de renacimiento, si se exceptúa la noción de tipo general de una época de desarrollo artístico particularmente brillante.

La música religiosa

El retorno a Roma de los papás y su séquito de poderosos prelados había motivado muchos encargos para el servicio del culto, favoreciendo el desenvolvimiento de la música religiosa, del que se aprovecharon todos los compositores de allende los Alpes que habían llegado a Roma siguiendo la corte papal y que gozaban de un favor casi exclusivo entre los medios eclesiásticos; no se olvide que estos medios se habían alimentado durante setenta años de música francesa, y que por otra parte tales prelados habían llegado a ser extranjeros en su propio país.
La mayoría franco flamenca que hayamos en la capital del papa es suficiente para probar cuáles eran las aficiones musicales de la corte de Roma: todavía en el siglo XVI el papa León X llama a un francés, Elzear Genet, y le confía la dirección de su capilla.
Desde finales del siglo XIV Johannes Ciconia, natural de Lieja y canónigo de en Padua, gozaba de gran renombre en Italia, y es significativo el hecho de que para un acontecimiento tan importante como es laº (1436), se escogó el motete de Guillaume Dufay  Nuper rosarum flores.
En adelante una auténtica invasión de “fiamminghi ” se abatiría sobre Italia.
Retrato de Adriaan Willaert
reproducido de Musica Nova
Venecia 1559
A partir de 1425 Beltrame Feragut, que procedía de Aviñón, es maestro de capilla y organista de la catedral de Milán; más tarde Galeazzo María Sforza favorecería la llegada de cantores franceses, entre los que debemos contar a Alexandre Agrícola, Loyset Compere, Martíni  y Josquin (este último permanecería aquí durante más de cuarenta años);
el mismo Sforza confío a Gaspar Van Weerbecke la dirección de su capilla de San Gotardo.
En el siglo xv hayamos también a Heinrich Isaac en la corte de Lorenzo de Medicis a Jacob Obrecht en Ferrara y Johanes Tinctoris en Nápoles; y durante el siglo XVI Jacques de Wert vive en Ferrara, Cyprien de Rore en Parma y Adriaan Willaert en Venecia.
Aunque estos músicos revelen en sus obras una neta influencia de estilo italiano, no por ello dejan de ser hombres del norte ligados a los principios de su ciencia contrapuntística.
Siempre que se enfrentaron a sus colegas italianos triunfaron gracias a su técnica polifónica que indudablemente era superior: ni los cinco gloria y el único motete de Matteo da Perugia (primer maestro de capilla nombrada Milán) ni las pasiones polifónicas que se descubren copiadas en manuscritos del norte de Italia hacia 1480, ni las lamentaciones de Tromboncino impresas por Petrucci en 1506, pueden rivalizar con las grandes composiciones litúrgicas de los extranjeros.
Sólo un famoso teórico, Franchino Gaffurio , ocupa un lugar destacado en entre los compositores de finales del siglo XIV, gracias a la feliz unión que realizó entre la ciencia del contrapunto y las cualidades puramente italianas de la agilidad melódica y la claridad en la escritura. Finalmente, durante los primeros decenios del siglo XVI aparició una de las mayores figuras de la música italiana: Constanzo Festa, quien supo también aliar el dominio del contrapunto con una declamación clara y expresiva los textos. Gracias a  él se iniciaba la edad en la que Italia ocuparía en la música la primacía entre todas las naciones.
El concilio de Trento exigió que la música religiosa compuesta para el culto se apartarse de los temas profanos, y, limitándose a avivar la fe, no impidiese la inteligibilidad del texto; esta decisión puede ser interpretada como una protesta contra la complejidad y eclecticismo de la música franco flamenca que reinaba desde hacía un siglo sobre la iglesia de occidente; pero además favorecía a los compositores italianos que ya instintivamente se habían apartado de las habilidades contrapuntísticas para presidir una escritura simple en la que la melodía, instalada en la voz superior y sostenida por una armonía vertical, garantizaba siempre la integridad del texto.
Resulta aventurado afirmar que Palestrina sin las decisiones del concilio hubiese compuesto su música de manera distinta; pero lo cierto es que su obra satisface de modo ejemplar el nuevo ideal de la iglesia católica.
Palestrina, que vivió en Roma y estuvo allí al frente de distintas capillas, se consagró por entero al servicio de la iglesia.
Dos libros de madrigales constituyen su única aportación a la música profana, de los que más tarde se avergonzaría si hemos de creer en sus palabras.
Sus composiciones religiosas son las que han valido el reconocimiento, por parte de los músicos de su tiempo, como el "príncipe de la música” “océano hacia el que corren todos los ríos”; son alabanzas merecidas a su personalidad.
En franca oposición a sus contemporáneos más progresistas, desprecio los acentos trágicos, la vehemencia y sutilidad en la pintura de los sentimientos humanos, pero alcanzó la mayor elevación en la expresión de la fe mediante el uso de los recursos que le suministraba la música pura.
A este respecto la célebre Misa del papa Marcelo (Missa papae Marcelli) dedicada a Marcelo II, escritas sobre un simple motivo de escala descendente, constituye el mejor ejemplo del estilo palestriniano;
igual podemos decir del límpido Sicut cervus o del motete de la Anunciación, unos de los más bellos del músico sobre un tema litúrgico tradicional.
 La lógica del discurso, subrayando con rigor (sin las superposiciones de frases practicadas por los compositores francoflamencos), el equilibrio sonoro, el ágil contrapunto, la construcción simple y bien ordenada, hacen de su obra el símbolo de un cierto clasicismo que debía marcar todo el porvenir de la música sacra.
 Su contemporáneo Vincenzo Ruffo, que vivió principalmente en Milán en la corte del cardenal Carlos Borromeo, el más encarnizado defensor de las ideas del concilio, recibió de éste el encargo de componer un ciclo de misas “secondo la forma del concilio tridentino” (1580), y había ya publicado en 1574 unos salmos “ conformi decreto del sacro concilio di Trento”.
Siguiendo el mismo espíritu trabajaron G. M. Nanino y G. Francesco Anerio.
En cambio el franciscano Costanzo Porta intentó valientemente la defensa de la riqueza del contrapunto contra el nuevo ideal de simplicidad; intercambio sobre este tema una voluminosa correspondencia con Carlos Borromeo.
Retrato de G Artusi
Liceo musical
Bolonia
Aparte de las composiciones propiamente litúrgicas, otro género, religioso por el espíritu aunque no por su destino, la lauda, en la que asimismo se exige la simplicidad de la escritura para la mejor inteligibilidad del texto, había continuado su desenvolvimiento iniciado el siglo XIII.
La llegada de la polifonía había renovado por completo el estilo, y la lauda del siglo XV adoptó una armonía simple que confiaba la melodía a la voz superior, sostenida por las restantes mediante acordes verticales.
En 1508, aparecieron, editados por Petrucci, los dos primeros libros de laudi polifónicas, que tienen el mérito de revelar un compositor totalmente desconocido Innocentius Dammonis y que constituyen la fuente a la vez más rica y más artística con sus ciento veintidós composiciones a cuatro voces. Sin embargo, algunas veces las obras se limitan a tomar la melodía de alguna canción profana empleando el procedimiento de la parodia o sustitución del texto profano por otros religioso;
 así la canción Seigneur lion vous soyez bienvenu, por ejemplo se transforma en el texto piadoso Signor Gesu tu sia lo ben venuto, al que la música se adapta medianamente; este procedimiento revela ya un alarmante empobrecimiento de la inspiración.
A finales del siglo XVI, cuando con la contrarreforma se desarrollan los “oratorios” en los que por la tarde se reúnen los fieles para cumplir con sus deberes religiosos, la lauda es la única forma musical admitida en tales reuniones; se cantaba antes y después del sermón, transformando se así en un género semi litúrgico sometido a los imperativos de la iglesia.
 Giovanni Animuccia, que compuso sus misas y sus motetes siguiendo el espíritu del Concilio de Trento, publicó con destino al oratorio de San Felipe Neri de Roma dos libros de laudi, en las que, aun cuando la polifonía alcance hasta las ocho voces, el autor explica que ha procurado evitar las fugas y atrevimientos “con el fin de no dificultar la comprensión de los textos”. Se trata de satisfacer un ideal de elevación espiritual y no de hacer gala de una ciencia contrapuntística. Sin embargo sus laudi no han dejado de desempeñar un papel decisivo la música, ante todo por su escritura precursora del estilo monódico con acompañamiento y del recitativo tal como se desarrollaría en los comienzos del siglo XVII.
Por otra parte, bajo la influencia del sermón, que fundamentados siempre sobre narraciones de la escritura, tomaba progresivamente un tono acentuadamente narrativo, se introducen elementos dramáticos en los textos de las laudi; estas adoptan a menudo la forma de diálogos, y, como afirma Alaleona, se convirtieron por simbiosis en auténticos parásitos del sermón.
Así el Diálogo della Nativita del nostro signore, de Animuccia (1570), en el que las preguntas y respuestas se hallan hábilmente distribuidas entre los dos coros que representan los dos grupos de fieles, hoy el episodio del Hijo pródigo (5º libro de los Padres del oratorio, 1598) en el que la escena está verosímilmente reconstruida, constituyen ya un esbozo de pequeño oratorio.
 Pero es preciso esperar su aparición del oratorio propiamente dicho que se diferencian claramente los personajes y se establezca un auténtico diálogo que, sin embargo, el nuevo espíritu que había penetrado el texto de las laudi contribuyó ciertamente al nacimiento de este nuevo género musical.

La música profana

En la música profana se manifestaron indudablemente las fuerzas autóctonas italianas durante los siglos del Renacimiento, y en ella el genio natural de los compositores. Expresarse más sin embargo el siglo XV revela escasez de talentos, y esta época señala para Italia una desaparición más que una resurrección de la música: entre el brillante Ars Nova del siglo XVI y la extraordinaria floración del madrigal en el XVI se extiende una especie de Misa cuyo “ secreto” se ha intentado descifrar en vano. Frecuentemente se ha pretendido explicar este hecho acudiendo gratuitamente a la superioridad de los compositores francoflamencos, que según ello ahogaron la vena musical italiana, cuando el sentido comun bastaba para demostrar que el genio creador de un extinguirse pueblo no puede extinguirse súbitamente para renacer milagrosamente un siglo más tarde. En verdad al lado de los ambientes cosmopolitas de la iglesia y de las cortes príncipescas, abiertas particularmente las influencias exteriores, la burguesía y las cortes más humildes permanecen fieles al arte nacional y señalaba un evidente atractivo para las manifestaciones de inspiración popular, de la que saldría más tarde las más típicas formas de la música italiana. De este modo, paralelamente a la corriente franco flamenca, es posible seguir a lo largo del siglo XV una corriente distinta puramente italiana; está, aunque menos gloriosa, no ha perdido el camino que debía conducirla hasta el madrigal. Desgraciadamente los primeros monumentos de este nuevo arte no han llegado hasta nosotros, pues con frecuencia se trataba de improvisaciones a cargo del compositores que abandonabna la compleja polifonía para entregarse a su inclinación natural, acudiendo a una monodia acompañada que permite fácilmente improvisar en la ejecución.
Así desaparecieron las rispetti de los cantimpanchi florentinos, quiénes cantaban, sobre los tablados de la plaza de San Martino, historias éticas y amorosas contestó y música improvisados; algunos, como Antonio di Guido, eran famosos en toda Italia. Desaparecidas asimismo las ballate dialectales del veneciano Leonardo Giustiniani, quien había inaugurado la tradición del músico- poeta (personaje que se convertiría en la segunda mitad del siglo, en una de las figuras más sobresalientes de la vida artística), y cuyos contemporáneos alabaron sus dotes de compositor y ejecutante.
Lorenzo de Medicis y los humanistas de Florencia, al rehabilitar los géneros populares de la poesía y al proporcionar a la lengua “vulgar” el esplendor perdido tras la muerte de Petrarca, contribuyeron en orden de alimentar la música profana, que en Italia más que en otros países surge directamente de la lengua. Lorenzo había rehabilitado los cantos de Carnaval, y se le atribuyen una docena aproximadamente de estos pequeños poemas más o menos atrevidos que los compositores armonizaban a varias voces, y que eran cantados en las carrozas que desfilabn por las calles y llenas de un público integrado por pequeños artesanos.
Se trata de piezas breves, muy simples, desprovistas de los melismas del Ars Nova, ajenas a las complejidades contrapuntísticas, pero llenas de expresión y de vida.
Este género menor posee en todo caso el mérito de proporcionar la primera prueba escrita esencial del genio musical italiano: clara armonia, predominio de la voz superior, que se acompañan por las restantes, y sentido precoz de la tonalidad.
Distinta fuente de inspiración revela la frottola, es decir la canción profana más extendida a finales del siglo XV en Italia y cuya preponderancia se prolonga durante el primer tercio del siglo XVI.
Asociada menos directamente a las manifestaciones populares, nace en el norte del país, principalmente en Mantua, ciudad en la que Isabel de Este mantenía adscrita a su corte todo un círculo de poetas y músicos. Repetidas veces se ha insistido en el papel preponderante desempeñado por la esposa del Marqués de Mantua y no parece exagerado concederle esta importancia en el despertar de la música nacional e italiana.
El buen gusto de esta trama gozaba evidentemente de cierto predicamento, y en el seno de esta pequeña corte tranquila, alejar de agitaciones políticas, supo rodearse de poetas a los que la lengua de su país inspiraría unos poemas sin pretensiones, una simple “ poesía per música” destinada a despertar la inspiración de los músicos a quienes a pasionaria este pequeño arte.
Uno de los personajes más célebres de la corte de Mantua era por aquel entonces el músico poeta Serafino Aquilano, que había ganado su mayor reputación gracias a la habilidad y buen gusto con que asociaban texto y música en sus improvisaciones al laúd, de las que desgraciadamente no se conserva ninguna.
Concierto de laúd con viola, flauta travesera y espineta
Pozzoserrato. Museo municipal Treviso
La frottola tuvo un gran éxito en Italia, hasta el punto que los propios compositores francoflamencos, Josquin, Isaac, Agricola y Compere se dejaron seducir por este género menor. Sin embargo la gran mayoría de compositores de frottole era de origen italiano; de ellos conocemos los nombres de unos cuarenta, entre ellos destacan Bartolomeo Tromboncino y Marchetto Cara, cuyo papel en el proceso evolutivo desde la frottola hasta el madrigal fue realmente notable. Destaca en ellos una inspiración más libre, unas frases musicales más largas y un don innato por la melodía, así como un seguro sentido del ritmo de la lengua y unos interesantes hallazgos sobre la expresividad del texto.
El primer jalón en esta evolución viene dado por las canzoni, que a principios del siglo XVI se hallaban muy próximas todavía a la frottola, pero que ya revelaban un real progreso en la elección de textos (Petrarca, Miguel ángel, Sannazaro), así como en la cualidad musical;
esto se puede apreciar, por ejemplo, en la canción de Cara titulada Da tuo bel volto, que pertenece ya a la estética refinada que será una de las características del madrigal.
En 1530 aparece este nuevo género musical en una colección titulada madrigali di diversi autori, impresa en Roma por Dorico, y en la que aparecen los dos compositores que pueden disputarse el honor de su creación, el italiano Costanzo Festa y el francés Philipe Verdelot.
Dos autores pertenecientes a nacionalidades y tendencias distintas adoptan, sin embargo, una forma artística común: el madrigal señala el momento en que se concretan felizmente las aportaciones del arte francoflamenco y del arte italiano, o sea cuando la técnica del gran motete penetra en el estilo de la frottola y produce la forma musical que se transformará en una de las más importantes de la música italiana e incluso de occidente. Esta revolución fue ciertamente facilitada por las nuevas condiciones sociales así como por las nuevas corrientes estéticas: el retorno a Petrarca preconizado por el humanista Pietro Bembo, la mayor categoría artística alcanzada por la música profana, que deja de ser una simple diversión para adquirir un nivel artístico reservado hasta en tonces a la música sacra, y finalmente el hecho de que los primeros madrigalistas fuesen al mismo tiempo autores de música religiosa muy diestros en la técnica culta del motete ha capella.
A partir de 1537 dos nuevos autores extranjeros, Jacques Arcadelt y Adriaan Willaert, se incorporan a los anteriores y forman el cuarteto más brillante de esta primera época del madrigal.
Dos alumnos de Willaert desarrollarán, cada uno a su estilo, el cromatismo inaugurado por su maestro, cromatismo que encontrarán en el madrigal un terreno propicio: en primer lugar Nicolo Vicentino, que en las ideas expuestas en su obra L’Antica música ridotta alla moderna prattica contribuyó a liberar la música del antiguo sistema modal; pero mayor es la importancia de Cyprien de Rore, a través de cuya obra se puede seguir el enriquecimiento progresivo del colorido armónico gracias al empleo cada vez más audaz del cromatismo.
Su interpretación del hermoso poema de Giovanni Della Casa O sonno, en el que el texto y la música resultar inseparables, es característica de su refinado simbolismo. Ciprián de Rore elevó el madrigal, que contaba entonces escasamente con veinte años de existencia, a un nivel en el que pocos contemporáneos fueron capaces de situarse. Sin embargo Giovanni Nasco, Vincenzo Ruffo y Domenico Ferrabosco conservaron cierta originalidad gracias a sus agradables madrigales muy alejados de la austeridad de su contemporáneo.
Los dos grandes maestros de la música religiosa, Palestrina y Lassus, consagraron algunos de sus esfuerzos al madrigal, aunque ciertamente con resultados muy distintos.
Mientras el maestro italiano adoptó una actitud conservadora y a pesar de su agudo sentido del colorido armónico, ajena a lirismo madrigalesco, Orlando de Lassus se entregó plenamente a las experiencias cromáticas, triunfo por encima de sus predecesores y transformó el madrigal en un auténtico poema musical.
Sus compatriotas Philippe de Monte, autor de más de mil madrigales, Jacques de wert, profundamente italianizado, representan el punto final en la participación de los músicos del norte en la historia del madrigal.
A partir de entonces sólo los italianos continúan el desarrollo del género; a finales del siglo destacan, entre una notable pléyade de autores, tres nombres: Marenzio, Gesualdo y Monteverdi; ellos llevaron al madrigal a su más alta perfección aunque representaron asimismo el fin del género, pues agotaron las posibilidades del mismo ponto
En Luca Marenzio se reúnen todos los caracteres esbozados hasta entonces, caracteres que el señaló con su personalidad original. En sus obras el cromatismo ya no constituye una experiencia gratuita, como lo era en muchos de sus predecesores; sirve para subrayar acertadamente la angustia, la tristeza o la pasión: todas las imágenes sugeridas por el texto del madrigal son admirablemente traducidas por su música. Su escritura se enriquece con todos los estilos: contrapunto en imitación o armonía vertical, recitación silábica o amplia melodía lírica, clara armonía a cuatro voces, muy compleja a doble coro. A menudo posee la dulzura virgiliana que le había valido ser llamado por sus contemporáneos “ el más dulce cisne de Italia”; tales contemporáneos admiraban sus dones de elegancia y su delicada melancolía que también armonizaban con la “languidez literaria” de la poesía petrarquizante por la que tanto afecto sintió.
Un temperamento muy opuesto es el de Carlo Gesualdo, gentilhombre napolitano tanto en su vida como en su obra conoció todos los excesos de la pasión. Aunque a finales de su vida y notables motetes, ganó la celebridad gracias a sus madrigales. En ellos se expresa ampliamente su apasionamiento meridional, que llevó hasta el extremo las audacias contrapuntísticas y el atrevimiento cromático, que, para algunos, va más allá de los límites de lo tolerable: Etnier califica a sus madrigales de “auténticas monstruosidades”, y el propio Einstein experimenta ante su audición una especie de   “mareo musical”. Ciertamente Gesualdo se inclina por una especie de inestabilidad armónica y sus refinamientos rozan algunas veces la extravagancia; pero no se le puede negar un poder  emotivo jamás superado.
Si bien Claudio Monteverdi es famoso por otros tipos de obras además de sus madrigales, no por ello dejan de construir estos una parte importante que su producción porque, consagró solamente cuatro libros al tradicional madrigal polifónico, pero partir del quinto libro rompió con el pasado para emprender un nuevo camino. Existe la costumbre de decir que Monteverdi asestó el golpe de gracia al madrigal cuarto le impuso en los gérmenes de una expresión dramática que se adapta mal a la escritura polifónica; es cierto que su genio le inclinó pronto hacia el nuevo estilo de la monodia acompañada, pero ello no equivale a decir que se muestre inferior en sus madrigales. Por el contrario renueva el género gracias a la tensión dramática comunicada directamente por el contenido del texto.
La audacia del armonía y de las modulaciones, tan criticada por los teóricos puritanos de su época, no es nunca gratuita, sino siempre subordinada a las necesidades expresivas del texto.
El número de madrigales escritos desde 1550 hasta fin de siglo es considerable; para que este cuadro fuera completo, deberíamos citar muchos músicos italianos de extraordinario talento; tales son entre otros Andrea y Giovanni Gabrieli, Annibale Padovano, Marcantonio Ingegneri, Luzzasco Lizzaschi y Marco da Gagliano.
Poco después de 1550, y bajo la influencia del teatro profano entonces en pleno desarrollo, algunos compositores gana sus madrigales una nueva fórmula, conocida con el nombre de madrigal “dramático” o “dialogado”. Se trata de uno de los más originales géneros de la música italiana, en el que los personajes se expresan no mediante un solo, sino a través de un lenguaje polifónico, siguiendo un argumento intrascendente pido pintoresco, ex traído de la vida cotidiana; se enfrenta, pues, a los refinados acentos del madrigal.
Mujer tocando una lira de brazo.
Detalle de la bóveda de la escalera de la
Pinacoteca de Castello
El primero de estos nuevos madrigales debido a Alesandro Striggio, natural de Mantua, y titulado charla de las mujeres en el lavadero (II Cicalamento delle donne al bucato), no entraña ninguna acción: es simplemente el animal social o de unas mujeres que hablan sobre los pequeños acontecimientos de la vida del pueblo.
El madrigal dramático muestra muy claras afinidades con la commedia Dell’arte, esta forma de teatro improvisado que entonces iniciaba su carrera de éxitos en Italia, y en el que la acción importaba menos que la caricatura, las exageraciones por la escaso o las chanzas con las que los actores la animaban. Fueron algunos de los típicos personajes de este teatro los escogidos por el maestro de capilla de la catedral de Novara,  Michele Varotto componer lo que el denominó un “diálogo" a díez voces, una fantástica suite de escenas cortas y las que se cruzan preguntas y respuestas empleando para ello una mezcla de diferentes lenguas.
Toda la historia del madrigal dramático está ligada antes compositores que, hecho curioso, son eclesiásticos los tres.
A Giovanni Croce, maestro de capilla en San Marcos, se le deben las mascaradas placenteras y ridículas para el carnaval (mascherate piacevoli e ridicolose per il carnaval ) o publicadas en 1590 y en las que dialogan mendigos, pescadores y campesinos de la región del Friul en unas escenas llenas de rica inspiración;
 en 1595 público la Triaca músicale, una serie de cuadros que, en el ánimo del autor, debían curar todos los males, y algunos de cuyos episodios han conocido la celebridad: tales la competición entre el cuclillo y el ruiseñor, el juego de la oca o la venta del esclavo.
Muy distinto es el segundo de estos religiosos, Orazio Vechi, canónigo culto, escritor y poeta al mismo tiempo que músico.
En 1597 se publicó en Venecia su Amfiparnasso, commedia harmónica, su obra maestra aunque la trama de la misma sea la de una comedia, la obra no estaba destinada a la escena, como afirma el propio autor en el prólogo de la misma, demostrando así que el es todavía un madrigalistas enamorado de la escritura contrapuntística más que un hombre de teatro orientado hacia el futuro un punto ello no quiere decir que la obra carezca de efectos dramáticos, pues el músico supo caracterizar admirablemente sus distintos personajes, a pesar de la compleja escritura polifónica que adoptó.
Se trata de una obra activa, en la que alternan escenas cómicas y patéticas, y que consigue el propósito que animó a su autor: construir un “reflejo de la vida humana”.
Los doce personajes constituyen el pequeño mundo tradicional de la commedia dell’ arte, y la acción se limita a las habituales peripecias de este género de comedia ; al servicio de este tema Vechi opuso su completa ciencia contrapuntística, una inagotable riqueza rítmica y una palita harmónica muy rica.
Adriano Banchilleri, boloñés y religioso de la congregación del monte Olivete, es el último de los músicos que participaron en la historia y el triunfo del madrigal dramático.
Su condición de religioso no limitó la fantasía de su espíritu; ésta se manifiesta libremente en más de media docena de obras que a pesar de seguir los procedimientos inaugurados por Vechi no dejan de traducir una personalidad completamente original.
En Banchilleri, el aspecto bufón y caricaturesco domina sobre el patético; baste citar, como ejemplo, el célebre Odioso contrapunto (contrapunto bestiale alla mente), extraído del Festino della será del Gioverdi grasso, obra en la que un perro, un cuclillo, un gato y una lechuza improvisar un contrapunto construido sobre una parodia macarrónica del canto gregoriano.
Bien es verdad que esta escena, de comicidad irresistible, va precedida de un delicado madrigal “a un dolce usignolo” que revelan aspecto totalmente distinto del talento del compositor.
Paralelamente al madrigal, el género más modesto de la villanella perpetúan el aspecto agradable, cómico y espontáneo de la frottola; no se trataba de una forma popular, pues la villanella estaba destinada al mismo público que el madrigal. En Nápoles apareció por primera vez, en una colección anónima fechada en 1537: Canzone villanesche alla napolitana; en esta ciudad que alcanzó primero su mayor perfección y encontró sus mejores intérpretes: los compositores Giovanni Tommaso Majo, Gian Domenico Del Giovane da Nola y Gian Leonardo dell’Arpa.
Pero en Venecia y a partir de 1544 las Canzone villanesche de Willaert señalan los comienzos del periodo de difusión: efectivamente, diez años después la villanella atravesó los Alpes gracias a Lassus, quien publicó en Amberes quince de estas composiciones finalmente la segunda mitad del siglo era practicada por los músicos más importantes: Marenzio, Jacques de Wert, Vecchi y Caccini, a los que cabría añadir la casi totalidad de los madrigalistas de la época.
La villanella sobrevivió incluso al madrigal; éste había desaparecido ya completamente cuando todavía apareció en Roma (1652) la última colección villanelle con el título de Prima Scelta di villanelle a due voci.
A finales del siglo XV la música penetra el teatro de la corte, que se desarrollaba en Italia siguiendo el modelo de las representaciones sacras, tan numerosas en Florencia. Ya para el primer ensayo de teatro profano, el Orfeo de Poliziano, representado en Mantua en 1471, un tal Germi había escrito o unos intermedios musicales, desgraciadamente perdidos.
Lentamente estos intermedio se convirtieron en un espectáculo en sí.
En Florencia, donde las mascaradas dadas en los palacios habían reemplazado a los antiguos cantos de Carnaval que se daban en las plazas públicas, y que constituían ya un pequeño espectáculo, el intermedio halló un terreno particularmente favorable con ocasión de las fiestas príncipescas que se sucedieron en la corte de los Médicis: en 1539, los intermedios de Francesco Corteccia para la boda de Cosme I; en 1565, los de Carteccia y Striggio para la boda de Francisco.
En esta ciudad y en 1576 fue fundada por el humanista Giovanni de’Bardi la “Camerata florentina”, en la que se discutía la estética de los griegos y en la que el stile madrigalesco fue sometido a dura crítica, en tanto que se alababa el canto monodico de los antiguos.
Sin embargo, sería falso atribuir a esta academia un papel decisivo en el nacimiento del estilo melodramático.
 La práctica del canto acompañado era muy del gusto de los italianos, y hay que considerar la aparición del nuevo estilo no como una revolución sino como el resultado de una natural evolución iniciada ya desde mucho tiempo antes.
 En 1579, y con ocasión de la boda de Francisco con Bianca Cappello, el madrigal de Pietro Strozzi cantado por la “ Noche” constituye una de las primeras muestras de las ideas de la Camerata, que pretendía “imitar col canto chi parla”.
En 1589, y con ocasión de los festejos de la boda de Fernando I, se representó La Pellegrina, una comedia en la que se intercalan seis largos intermedios; en ellos participaron no solamente los ilustres polifonistas Cristofano Malvezzi y Luca Marenzio, sino también el propio Giovanni de’Bardi y especialmente tres jóvenes compositores de tendencias más avanzadas y que más adelante gozarían de renombre: Emilio de’Cavalieri, y Giulio Caccini y Jacopo Peri.
Algunas melodías se adornan con largas vocalizaciones imaginadas por Caccini, y que constituyeron los primeros pasos de este músico hacia el estilo del recitativo adornado.
 El fin de siglo está dominado por la figura de Cavalieri; este prosiguió en Florencia las experiencias teatrales que condujeron, en 1600, a la Reppresentazioni di A nima e di Corpo, en tanto que bajo el impulso de Jacopo Corsi y Ottavio Rinuccini la “ Camerata fiorentina” se orientaba hacia el drama musical y animaba a Peri a componer en 1595 su Dafne, y después, en 1600, la Eurídice, consagración del advenimiento del melodrama y perfección del estilo recitativo. A partir de entonces el camino estaba abierto o a las grandes óperas de Monteverdi.
Por otra parte las representaciones de las comedias clásicas, tan apreciadas por los humanistas desde finales del siglo xv, incluían también unos intermedios musicales. A impulsos de la “Accademia Oímpica", fundada en 1555 en Vicenza, tuvo lugar en esta ciudad la representación más célebre del siglo, cuando el tres de marzo  de 1585 se inauguró el teatro del Palladio con el Edipo tiranno; esta obra era traducción del Edipo rey de Sófocles, realizada por Orsato Giustiniani, con unos coros para los que Andrea Gabrieli había compuesto la música adecuada; en las sesenta y cinco composiciones que integran el total de la obra, el ritmo verbal constituye el factor dominante: el compositor se ciñe a una escritura sílabica, nota anota, así como a un estilo puramente armónico coloreado con los expresivos hallazgos propios del madrigal.
A pesar de ello, se trata, como afirma Leo Schrade, de una de las obras más notables, no solamente de Gabrieli sino de todo el siglo XVI.

Retrato del organista Lorenzo,
por Giovanni Paolo Cavagna
Colección particular
La música instrumental

En Italia hayamos los primeros monumentos de una música específicamente instrumental: son los seis libros publicados a lo largo de cuatro años por Ottaviano Petrucci que en 1501 había inaugurado en Venecia una imprenta musical publicando el célebre Odhecaton, publicación que señalar la primera victoria del tipógrafo o sobre el copista.
A partir de 1498 este impresor había obtenido del consejo de Venecia el privilegio de imprimir tablaturas  para laúd y órgano, pero hasta 1507 no salieron de su taller los dos libros de Intabulatura de lauto de Francesco Spinacino, y que contienen principalmente transcripciones de canciones y motetes francoflamencos hábilmente tratados ya a las posibilidades del instrumento. El cuarto libro (el tercero, desgraciadamente, se perdió), original de Joan Ambrozio Dalza de Milán, publicado al año siguiente, es más típicamente italiano; contiene transcripciones de frottole, y es también más original.
Hayamos en él por primera vez suites constituidas por tres danzas en el mismo tono, relacionadas además entre sí por una analogía melódica, y que presentan todos los elementos de la variación. Finalmente, en 1509 y 1511 el mismo editor pública los dos libros de frottole con acompañamiento del laúd originales de Francesco Bossinensis, tañedor de laúd procedente de Bosnia.
En todas estas colecciones aparece además la primera forma libre escrita especialmente para laúd (o instrumentos de tecla), el ricercare, que señaló el primer paso hacia la emancipación de la música instrumental y que constituida la más típica forma durante el transcurso del siglo XVI.
Algo más tarde, hacia 1520 a un discípulo del gran lautista de Brescia, Vincenzo Capirola, copia toda la obra del maestro y constituye uno de los más hermosos manuscritos en tablatura: comprende transcripciones de frottole, canciones y motetes, así como ricercari que siguen el nuevo estilo.
Después, en 1536, aparecen sin interrupción la Intavolatura de li madrigali di Verdeletto da cantare et sonare nel lauto, en la que Adriaan Willaert adapta los madrigales de Verdelot para una voz y laúd, la Intavolatura di lauto de los tres célebres lautistas Francesco da Milano, Albert de Rippe y Marco de l'Aquila, y finalmente la Intavolatura de leuto de diversi autori, en la que por primera vez se encuentran " trochate".
En este momento el laúd alcanza su apogeo, y desde 1546 hasta 1549, Scotto y Gardane en Venecia y publican más de veintidos libros de tablaturas.
Entre los muchos compositores se distinguen, además de los ya citados Francesco da Milano y Albert de Rippe, y Giovanni Maria da Crema, Pierino Fiorentino, Pietro Paolo Borrono, y Giulio Abondante y Francesco Vindella. en los últimos años del siglo escasean las tablaturas, el laúd inicia su decadencia, no sin experimentar, sin embargo, un último éxito gracias a las fantasías cromáticas de Giovanni Batista Della Gostena y Simone Molinaro.
Por otra parte la música para instrumentos de teclado proseguía su desarrollo que se había inaugurado precozmente en Italia con el manuscrito de la Biblioteca comunal de Faenza (número 1117), copiado los primeros años del siglo XV, y en el que se encuentran canciones y también partes de misas destinadas al órgano, que entonces alternaba con las voces del coro.
En Roma, en el taller de Andrea Antico, aparece en 1517 la primera colección impresa destinada a instrumentos de teclado (pequeño órgano o clave);
se trata de las Frottole Intabulate da sonare organi, piezas muy simples en las que ciertos adornos o escalas enriquecen con moderación la polifonía original.
En 1523 Marcantonio da Bologna ensaya conjugar su talento de compositores y virtuoso en su primer libro de Recerchari, motteti, canzoni, obras en las que se esboza un estilo netamente instrumental.
 El mientras tanto  Giulio Segni, célebre virtuoso y organista de San Marcos (1530), escribe ricercari con una sólida polifonía, y los pública en una colección veneciana de 1540 y titulada Musica nova, en la que con el nombre de Julio da Módena alterna con Willaert o de Parabosco.
También es del primer tercio del siglo (1530, aproximadamente) la fecha del manuscrito descubierto que en la biblioteca capitular de Castell’Arquato, que contiene unos ricercari de Jacopo Fogliano y una Missa de la Doménica para órgano original Jacques Brumel.
Finalmente Girolamo Cavazzoni da al órgano su auténtico estilo y mucho relieve gracias a sus dos libros de Intavolatura cioè Recercari, canzoni, himni, Magníficat publicados en 1543 y seguidos poco después por una colección de tres misas para órgano.
En los últimos años del siglo se sucederán todo una serie de colecciones debidas a los más ilustres organistas de la época, entre los que solamente citaremos los más importantes.
 Claudio Merulo, titular del órgano de San Marcos (1557), y también virtuoso del clave reputado, dio a sus Recerchari y en especial a sus tocatte un estilo muy personal en el que los rasgos en forma de "fuegos artificiales", admirablemente adaptados a los instrumentos de teclado, se alternan con pasajes de polifonía culta.
Andrea Gabrieli, que representó junto con su sobrino Giovanni el apogeo del estilo instrumental en Venecia, permanece muy próximo de su contemporáneo Merulo en sus ricercari y sus tocatte; estos dos compositores son los auténticos creadores del estilo brillante propio del clave.
Giovanni público en 1593, en colaboración con su tío, unas Intonationi d’organo que mantienen la escritura tradicional del órgano de iglesia, pero se muestra más progresista en sus canzoni, de carácter claramente instrumental, así como en los ricercari que, construidos sobre un solo tema principal, insinúan ya el estilo de la fuga.
Gracias a las Sacrae Symphoniae (1597),  Giovanni representa a uno de los jalones más brillantes de la escuela instrumental veneciana inaugurada por Vicentino, Ingegneri, Maschera y su tío Andrea. 
Los dos órganos que desde 1490 estaban situados uno frente al otro, a cada lado del altar de la Basílica de San Marcos, la costumbre de hacer participar los instrumentos en los oficios, el número y calidad de los virtuosos en Venecia (que justifican la publicación en esta ciudad de los métodos Silvestro Ganasi, la Fontegara para flauta en 1535, la Regola Rubertina en 1542 para las violas, y las Lettione en 1543 para " violone", habían inspirado a los músicos venecianos composiciones para conjuntos instrumentales tales como las Canzoni da sonar para cuatro instrumentos de Florentio Maschera de Ingegneri, o las destinadas a un conjunto de ocho instrumentos de Andrea Gabrieli.
Giovanni enriqueció el género, y lo extendió a conjuntos de hasta veintidos e incluso treinta y tres instrumentos.
Gracias a él la canzona instrumental se liberó de la canción francesa, de la que hasta entonces no había pasado de ser una transcripción, y se impregnó de un nuevo espíritu. El arte consumado con que enfrentó o sus coros instrumentales (siguiendo el ejemplo de los cori spezzati, los dobles coros vocales que se alternaban en San Marcos), hasta conseguir el efecto de eco y el de diálogo, una perfecta maestría en la elaboración temática, una armoniosa sensibilidad unida a un poderoso dinamismo, un colorido matizado, apropósito o del que se ha podido hablar de "claroscuro", son caracteres que dejan muy atrás los ensayos de sus predecesores.

Texto de Nanie Bridgman