En las reuniones que cada año se celebraban, esas que se les llama Navidad, se te desataba la lengua al cuarto whisky y soltabas improperios para faltar al respeto, hacer daño, y ofender en grado máximo.
Una vez comentaste que: "los hijos de madre soltera eran unos "hijos de puta", sabías muy bien a quien iban dirigidas tus palabras. Pero, hete aquí que tú, teniendo hijos, no pensaste que eso mismo te podría pasar.
Anna Jorba Ricart es Aurora Hildegarda. En el límite de la realidad y en el límite de la ficción
Cosas de vecindario
Espero que no oiga sus gemidos de placer, porque soy yo el que ahora está con ella.
Publicado en Cadena Ser de Radio Castellón
Perversidad virtual
Este texto presentado en ERICA ENTRE LIBROS en 2013
El inspector Jorbanson, a pesar de su poca experiencia, había ido detrás con tenacidad de lo que sería una pista certera, capaz de estrechar el circulo de acción de sus pesquisas. Concentró su atención en los ordenadores de todas las víctimas halladas muertas. En cada uno de ellos encontró indicios acusatorios que apuntaban a una misma dirección. Implicaban a una mujer, madura, de Mestrynporc, pequeña aldea cercana a Londres.
Interrogados los vecinos, todos coincidieron en la rareza de aquella mujer, etiquetándola de personaje solitario y rudo, muy parca en las distancias cortas. Maestra en las artes del engaño y mentirosa compulsiva.
Reunidas las pruebas suficientes, fue detenida y arrestada en su propia casa. En la inspección de la lúgubre vivienda, pestilente y cochambrosa, se encontraron restos humanos en un abandonado horno y el sorprendente hallazgo, casi sin vida, de la muchacha desaparecida, que levantó las sospechas, al comunicar el enfrentamiento con la mujer. Se trataba de una enfermera de St. Thomas’Hospital, cuyo nombre no se facilitó por expreso deseo de la familia.
Jorbason afirmó en rueda de prensa, que la acusada, enferma, solo se comunicaba virtualmente. Cada día encandilaba con palabras en la distancia. Había construido un mundo en apariencia amigable y protector, extendiendo sus brazos más allá de su ínfima parcela de sueños solitarios y perversos. Solo le importaba sumar número en su lista de seguidores dispuestos todos a acrecentar su ego. Ninguno de ellos sospechaba que podría ser víctima de su maldad. Regalando imaginariamente a cada uno de ellos, un arbusto en algún rincón de su terreno, era el gancho para mantenerlos interesados. Todo bien hasta que, si en sus comunicaciones, alguno respondía con rebeldía o le causaba algún contratiempo, lo apartaba, maquinando su destrucción.
A la aldea de Mestrynporc llegó la calma cuando se la llevaron detenida.
La joven enfermera se recuperó poco a poco de la cruel agresión.
Y hoy, como experta del área informática y presidenta de la asociación de victimas del ST Thomas’Hospital, es conferenciante, denunciando a la sociedad los peligros que encierra el trato con personas maestras del engaño que plagan la red.
Dedicado a una de las monstruas PdC
Interrogados los vecinos, todos coincidieron en la rareza de aquella mujer, etiquetándola de personaje solitario y rudo, muy parca en las distancias cortas. Maestra en las artes del engaño y mentirosa compulsiva.
Reunidas las pruebas suficientes, fue detenida y arrestada en su propia casa. En la inspección de la lúgubre vivienda, pestilente y cochambrosa, se encontraron restos humanos en un abandonado horno y el sorprendente hallazgo, casi sin vida, de la muchacha desaparecida, que levantó las sospechas, al comunicar el enfrentamiento con la mujer. Se trataba de una enfermera de St. Thomas’Hospital, cuyo nombre no se facilitó por expreso deseo de la familia.
Jorbason afirmó en rueda de prensa, que la acusada, enferma, solo se comunicaba virtualmente. Cada día encandilaba con palabras en la distancia. Había construido un mundo en apariencia amigable y protector, extendiendo sus brazos más allá de su ínfima parcela de sueños solitarios y perversos. Solo le importaba sumar número en su lista de seguidores dispuestos todos a acrecentar su ego. Ninguno de ellos sospechaba que podría ser víctima de su maldad. Regalando imaginariamente a cada uno de ellos, un arbusto en algún rincón de su terreno, era el gancho para mantenerlos interesados. Todo bien hasta que, si en sus comunicaciones, alguno respondía con rebeldía o le causaba algún contratiempo, lo apartaba, maquinando su destrucción.
A la aldea de Mestrynporc llegó la calma cuando se la llevaron detenida.
La joven enfermera se recuperó poco a poco de la cruel agresión.
Y hoy, como experta del área informática y presidenta de la asociación de victimas del ST Thomas’Hospital, es conferenciante, denunciando a la sociedad los peligros que encierra el trato con personas maestras del engaño que plagan la red.
Promesas y malicias
PROMESAS Y MALICIAS
En este viaje he prometido a mi marido no hablar de trabajo. Nada de procesos judiciales, ni de tribunales, ni de acusaciones. No pienso ni citar el tema del último pleito que me ocupa y preocupa. El turbio caso de la muerte de una mujer de una aldea gallega atragantada con un bogavante.
Nos dirigimos al restaurante donde nos esperan nuestros amigos.
Una vez saboreados los entrantes, al ver el primer plato escogido por ellos, un arroz caldoso de... ¡ay!... siento un ligero desvanecimiento.
Por suerte pasajero.
Pido amablemente que me lo retiren.
No estoy dispuesta a romper mi promesa de silencio.
Ni mucho menos comerme un bicho al que, en el fondo, considero mi cómplice al liquidar a la maliciosa gallega amante de mi marido.
Nos dirigimos al restaurante donde nos esperan nuestros amigos.
Una vez saboreados los entrantes, al ver el primer plato escogido por ellos, un arroz caldoso de... ¡ay!... siento un ligero desvanecimiento.
Por suerte pasajero.
Pido amablemente que me lo retiren.
No estoy dispuesta a romper mi promesa de silencio.
Ni mucho menos comerme un bicho al que, en el fondo, considero mi cómplice al liquidar a la maliciosa gallega amante de mi marido.
ESAS Y MALICIAS
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