El inspector Jorbanson, a pesar de su poca experiencia, había ido detrás con tenacidad de lo que sería una pista certera, capaz de estrechar el circulo de acción de sus pesquisas. Concentró su atención en los ordenadores de todas las víctimas halladas muertas. En cada uno de ellos encontró indicios acusatorios que apuntaban a una misma dirección. Implicaban a una mujer, madura, de Mestrynporc, pequeña aldea cercana a Londres.
Interrogados los vecinos, todos coincidieron en la rareza de aquella mujer, etiquetándola de personaje solitario y rudo, muy parca en las distancias cortas. Maestra en las artes del engaño y mentirosa compulsiva.
Reunidas las pruebas suficientes, fue detenida y arrestada en su propia casa. En la inspección de la lúgubre vivienda, pestilente y cochambrosa, se encontraron restos humanos en un abandonado horno y el sorprendente hallazgo, casi sin vida, de la muchacha desaparecida, que levantó las sospechas, al comunicar el enfrentamiento con la mujer. Se trataba de una enfermera de St. Thomas’Hospital, cuyo nombre no se facilitó por expreso deseo de la familia.
Jorbason afirmó en rueda de prensa, que la acusada, enferma, solo se comunicaba virtualmente. Cada día encandilaba con palabras en la distancia. Había construido un mundo en apariencia amigable y protector, extendiendo sus brazos más allá de su ínfima parcela de sueños solitarios y perversos. Solo le importaba sumar número en su lista de seguidores dispuestos todos a acrecentar su ego. Ninguno de ellos sospechaba que podría ser víctima de su maldad. Regalando imaginariamente a cada uno de ellos, un arbusto en algún rincón de su terreno, era el gancho para mantenerlos interesados. Todo bien hasta que, si en sus comunicaciones, alguno respondía con rebeldía o le causaba algún contratiempo, lo apartaba, maquinando su destrucción.
A la aldea de Mestrynporc llegó la calma cuando se la llevaron detenida.
La joven enfermera se recuperó poco a poco de la cruel agresión.
Y hoy, como experta del área informática y presidenta de la asociación de victimas del ST Thomas’Hospital, es conferenciante, denunciando a la sociedad los peligros que encierra el trato con personas maestras del engaño que plagan la red.
Dedicado a una de las monstruas PdC
Interrogados los vecinos, todos coincidieron en la rareza de aquella mujer, etiquetándola de personaje solitario y rudo, muy parca en las distancias cortas. Maestra en las artes del engaño y mentirosa compulsiva.
Reunidas las pruebas suficientes, fue detenida y arrestada en su propia casa. En la inspección de la lúgubre vivienda, pestilente y cochambrosa, se encontraron restos humanos en un abandonado horno y el sorprendente hallazgo, casi sin vida, de la muchacha desaparecida, que levantó las sospechas, al comunicar el enfrentamiento con la mujer. Se trataba de una enfermera de St. Thomas’Hospital, cuyo nombre no se facilitó por expreso deseo de la familia.
Jorbason afirmó en rueda de prensa, que la acusada, enferma, solo se comunicaba virtualmente. Cada día encandilaba con palabras en la distancia. Había construido un mundo en apariencia amigable y protector, extendiendo sus brazos más allá de su ínfima parcela de sueños solitarios y perversos. Solo le importaba sumar número en su lista de seguidores dispuestos todos a acrecentar su ego. Ninguno de ellos sospechaba que podría ser víctima de su maldad. Regalando imaginariamente a cada uno de ellos, un arbusto en algún rincón de su terreno, era el gancho para mantenerlos interesados. Todo bien hasta que, si en sus comunicaciones, alguno respondía con rebeldía o le causaba algún contratiempo, lo apartaba, maquinando su destrucción.
A la aldea de Mestrynporc llegó la calma cuando se la llevaron detenida.
La joven enfermera se recuperó poco a poco de la cruel agresión.
Y hoy, como experta del área informática y presidenta de la asociación de victimas del ST Thomas’Hospital, es conferenciante, denunciando a la sociedad los peligros que encierra el trato con personas maestras del engaño que plagan la red.