Hay rosas que duelen

Érase una vez un rosal de rosas rojas, feliz de compartir la belleza.
Su flor significaba la presencia deseada, la que adornaba los te quiero de los amores apasionados, los pienso en ti de los enamorados, los gracias por todo de los amigos y seres queridos.
El rosal sonreía satisfecho porque cada una de sus rosas formaba parte de instantes felices, las había creado para perpetuar buenos recuerdos.

Hete aquí que un día, una de sus flores fue regalada para hacer daño, como si solo fuera un tallo con espinas. Aquella flor fue a parar a manos de un mal hombre de falso remordimiento, capaz de herir con palabras envenenadas, con la fuerza endemoniada de odios mal resueltos, con injurias y vejaciones. La rosa en sus manos perdió el significado. No era ni un te quiero, ni un pienso en ti, ni mucho menos un gracias por todo. Aquella rosa no era nada.

Al saberlo el rosal entristeció. Y la rosa, que no tenía culpa alguna, acabó por marchitarse como todas, quedó en el olvido, donde mueren los seres que no existen, los malos hombres, los maltratadores que regalan rosas encubriendo su sadismo.

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