Nos encontramos con un viejo amigo que nos invita a sentarnos en la terraza de su restaurante en el barrio de la Barceloneta.
La cena deliciosa. Vino, postres y atemperado café con hielo.
Él se une a nuestra sobremesa y nos obsequia con licor frío y tarta de almendras. Hablamos de la vida, de la familia, de los hijos, del trabajo, de la muerte.
Entre copa y copa van aflorando los recuerdos de amistades comunes, de favores mutuos, de cenas de antaño en su local.
Desinhibido por el alcohol, relata con gracia pasiones desatadas en el fervor de su cuerpo joven.
La cena deliciosa. Vino, postres y atemperado café con hielo.
Él se une a nuestra sobremesa y nos obsequia con licor frío y tarta de almendras. Hablamos de la vida, de la familia, de los hijos, del trabajo, de la muerte.
Entre copa y copa van aflorando los recuerdos de amistades comunes, de favores mutuos, de cenas de antaño en su local.
Desinhibido por el alcohol, relata con gracia pasiones desatadas en el fervor de su cuerpo joven.
Una casualidad en los detalles de su vehemente palabra deja al descubierto una añeja historia de seducción, de encuentros clandestinos, de una infidelidad y de un posterior aborto liberador.
Me encajan las piezas.
En sus palabras reconozco a la mujer a la que hace referencia. La desmemoriada que vive conmigo. La que hace alarde a la gente de sus rectos principios para salvar nuestro matrimonio. Una hipocresía más que añadir.
En este pasado que vuelve confirmo la sospecha que albergué desde hace años: fui un cabrón.
En este pasado que vuelve confirmo la sospecha que albergué desde hace años: fui un cabrón.
