Tras una meditada decisión, harta del vocerío que salía por boca del cenutrio de mi hermano cada vez que nos reuníamos, me liberé de trapisondas familiares.
Con la perspectiva de la distancia la visión se me ha vuelto nítida.
Observo que mi cuñada, que ya tiene bastante con aguantar al gurrumino de su marido, ha demostrado un astuto interés en quitarse de encima a su suegra. Al menos esa actitud no es tan hipócrita, como llamarla cada día para explicarle milongas, que no milongas sentimentales como las de Gardel, sino milongas envenenadas. Como su lengua. El mismo veneno que ha inoculado a su hija para insultar.
Yo, mientras observo en la distancia, desbrozo el camino por donde tengo que pasar quitando de en medio a esta gente tan tóxica.