Mientras caminábamos y nos íbamos acercando con cachaza al pueblo, charlábamos relajadas. El paseo que bordea la costa estaba concurrido. Gentes con andar lento, unos haciendo footing, otros con patines, muchos en bicicleta, transeúntes en ambas direcciones respirando tranquilidad, porque en el período vacacional, el tiempo parece alargarse cuando al día siguiente no se tiene la obligación de despertarse sobresaltado por el ring de un reloj inoportuno.
En los islotes de roca de la playa, algunos disfrutaban de una cena picnic, creando un espacio acogedor con velas en circulo, que daba calidez al ambiente romántico y al son de una mujer que tocaba la guitarra. Nos paramos a escuchar lo que cantaba. Nos trasladó a nuestra juventud, con una canción que casualmente, para nosotras , había representado un himno de amor y de felicidad en la voz de Roberto Carlos.
La tarareamos a la par en el fragmento que decía:
“Tristes momentos yo pasé, cuando a tu lado me acerqué, porque al estar acompañada, se cruzaron tres miradas, diciendo no puede ser.
Tú sonreíste yo también, trataba de disimular, porque sentí que no eres mía, que otra vez te perdería, que te irías a marchar...”
Qué bueno fue recordar nuestros inicios. La música siempre alimentó nuestro amor, las notas de su lenguaje nos llena de armonía y siempre nos acompaña .
Llegamos al pueblo y en el cruce a la izquierda nos dirigimos a nuestro rincón preferido para tomar unos refrescos y reírnos de la vida, de nosotras y del mundo, en cada uno de los esperpénticos ejemplares que pasaban por delante nuestro. Cada tarde, con aquel escaparate improvisado, cuantas risas de vida alegre nos bebimos entre la ginebra y la tónica que nos entonaba.
Al finalizar, volvimos hacia el hotel desandando el paseo.
Recuerdo que te compré, en un vendedor ambulante de un top manta de Nigeria, una cuchara de palo, que aún conservas, que parece un amuleto. Para mi tiene connotaciones grabadas en el recuerdo de aquel verano a tu lado: tu sesenta cumpleaños, el hotel vintage frente a la playa privada, y esa cuchara con la que das vuelta al sofrito de tus excelentes paellas.
Lo que hace contemplar la luna.
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Danton y Sara, cada vez que se producía el fenómeno celeste de un eclipse, viajaban al continente donde pudieran observarlo con mayor precisión. Aquel año iban a ser testigos de un acontecimiento extraordinario. La tétrada de lunas rojas coincidía con las fiestas judías del Pésaj y del Sucot, y esto significaba el fin del mundo, según la profecía de Joel: “El sol se convertirá en tinieblas y la luna en sangre, antes que Dios arrebate a sus escogidos”. En la cuarta luna de sangre el cielo ennegreció. Danton y Sara no se inmutaron absortos por la grandeza de aquel espectáculo. Sobrevino el Apocalipsis. Al disiparse las tinieblas todo estaba arrasado. No había ni Dios que quisiera volver a empezar y repetir la historia de la Humanidad.
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EN LAS NOTAS DE UN CLARO DE LUNA TE RECUERDO
Si las conexiones fueran mutuas, sabrías de mis pensamientos, de mis emociones, de mi admiración.
Te habría llegado la vibración de mi latir. Mi mirada.
Me has tenido cerca, de palabra y por escrito, pero siento la certeza absoluta de que me ignoras.
Me imagino una copa de vino, un piano, complicidad, el sol, el mar y a ti, mujer.
Prefiero no verte y en una distancia abismal hablarte a través de algo que te gusta: la música.
Si regreso a la realidad, soy una sombra que pasa por delante, y como tantas veces, no sabes ver.
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La luna en mi pasado
la luna en mi recuerdo
la luna en mi presente
la luna en mi deseo
Hoy en mi pelo agrisado.
Amanece…
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Aparecen reflejos de luna
en el lago de mi pelo.
Te quiero.
Aparecen reflejos de luna
en el lago de mi pelo.
Me quieres.
Aparecen reflejos de luna
en el lago de mi pelo.
Somos
en el lago de mi pelo.
Te quiero.
Aparecen reflejos de luna
en el lago de mi pelo.
Me quieres.
Aparecen reflejos de luna
en el lago de mi pelo.
Somos
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