Observo fenómenos raros en mi estudio.
Dejo mis escritos impresos encima de la mesa y cuando regreso los folios han desaparecido. A veces los encuentro metidos en un cajón, sin recordar que fuera yo quien los hubiera dejado.
Cuando me pongo a leer, el ordenador en vez de quedar en reposo por no tener actividad, se apaga. Si de nuevo lo abro para reemprender la escritura, o tarda en abrirse un desespero o el teclado no responde o simplemente no se abre. Como si no quisiera saber nada de mí.
Si me pongo a leer en alto, el peluche que me regaló mi hija, se lleva las manos a la cabeza tapándose los oídos. Hace como mi marido cuando le recito mis versos y le pido opinión.
Creo que ha llegado el momento de reconocer que lo que escribo no interesa. No tiene calidad.
No me gusta ni a mí.
Se que es difícil tratar de dar un soplo de vida al cuerpo virgen de un Din A4 en blanco y como dijo Hemingway: “La papelera es el primer mueble en el estudio de un escritor”. Por eso tal vez haya llegado el momento de dedicarme a otras cosas.
¡Oh Dios! Los muñecos de mis estantes están abandonando la habitación cargados de folios. Se llevan mis escritos.¡Qué horror! ¿Será para tirarlos o es que quieren conservarlos?
He aquí una duda.
Duda que acabo de resolver: ¿para qué la audiencia? Escribe por ti y para ti.
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