En aquella discusión creí tener razón y traté de defenderla con vehemencia, sé que levanté el volumen de mi voz y desaté las iras.
Tú y yo nos dijimos cosas sin pensar.
Estaban en la recámara de nuestros temas no resueltos del pasado.
Después el silencio.
Silencio absoluto.
Después indiferencia.
Dolor. Mucho dolor interno.
Ella, que como siempre sumó su ira hacía mi vomitando rabia por su boca, con su rostro encendido y sus venas regurgitaras, lejos de querer defenderte, te hundió y nos hundió aún más en nuestro abismo.
Ahora ya para siempre.
Tu ausencia no ha dado tregua.
Sin ti no hay retorno.
No voy a dar margaritas a la...
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