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Este texto está escrito el verano que estaba convaleciente de las fracturas de espalda por la caída. Llevaba un corsé y salía a la calle a caminar hasta la plaza de la Fuente con mi madre.
EL BANCO DE MIS PASEOS
Los vecinos se han ido marchando de vacaciones. Esta madrugada, han coincidido varios trasteando equipajes y cargando maletas en los coches. A pesar de la temprana hora, los niños entre risas han bajado precipitados por las escaleras. Hoy no se tiene sueño. Les espera disfrutar del aire libre en el campo o en la playa. Están contentos y nerviosos y son inútiles las advertencias de sus padres, haciéndoles callar, para no molestar a los vecinos que duermen.
Los comercios estarán cerrados o abrirán en horario reducido. El bar de menús de la esquina, de mis amigos, también cerrará. El estanco no abre, me da lo mismo porque hace tres años que no fumo.
El flujo de los coches circulando se percibe menos intenso, lo que provoca una sensación agradable, pues hay menos ruido que el habitual.
A media mañana, decido salir a dar un paseo.
Veo bajando por la calle a lo lejos muy despacito, una figurita menuda y frágil que viene a mi encuentro.
Me ve solo cuando estoy a su altura. Dice que viene a echarme una mano.
Pienso para mis adentros ¿quién apuntalará a quién? Pero el instinto maternal de protección no tiene límites.
Juntas recorremos una cierta distancia, en un paseo tranquilo. Ahora tenemos una cosa más en común: que no podemos ir deprisa, una por edad, la otra por incapacidad.
Nuestro objetivo es alcanzar el banco. Muchos están nuevos y relucientes porque todavía no los han "grafititao". Los acaban de instalar en las obras de renovación de la calle. Nos sentamos. Hablamos de nuestras cosas. No vemos pasar a casi nadie, descansamos un ratito y desandamos de nuevo el recorrido hasta volver a casa.
En estas fiestas no tenemos previsión de salida, ni de escapadas o de viajes, pero ojalá podamos dar muchos paseos como el de hoy.
El banco del parque, ahora que no tengo prisas, me parece un destino tan acogedor
Los comercios estarán cerrados o abrirán en horario reducido. El bar de menús de la esquina, de mis amigos, también cerrará. El estanco no abre, me da lo mismo porque hace tres años que no fumo.
El flujo de los coches circulando se percibe menos intenso, lo que provoca una sensación agradable, pues hay menos ruido que el habitual.
A media mañana, decido salir a dar un paseo.
Veo bajando por la calle a lo lejos muy despacito, una figurita menuda y frágil que viene a mi encuentro.
Me ve solo cuando estoy a su altura. Dice que viene a echarme una mano.
Pienso para mis adentros ¿quién apuntalará a quién? Pero el instinto maternal de protección no tiene límites.
Juntas recorremos una cierta distancia, en un paseo tranquilo. Ahora tenemos una cosa más en común: que no podemos ir deprisa, una por edad, la otra por incapacidad.
Nuestro objetivo es alcanzar el banco. Muchos están nuevos y relucientes porque todavía no los han "grafititao". Los acaban de instalar en las obras de renovación de la calle. Nos sentamos. Hablamos de nuestras cosas. No vemos pasar a casi nadie, descansamos un ratito y desandamos de nuevo el recorrido hasta volver a casa.
En estas fiestas no tenemos previsión de salida, ni de escapadas o de viajes, pero ojalá podamos dar muchos paseos como el de hoy.
El banco del parque, ahora que no tengo prisas, me parece un destino tan acogedor
¡Ay, lo que són las cosas!