Al despertar cada mañana tras el accidente se presentaba ante mi un abismo de horas libres para ocupar y distraer mi mente.
Me dije voy a “pintar la vida escribiendo” y así empezó esta etapa de mi vida.
Con mi caballete plegable encontrado al lado de un contenedor. Mi maletín de madera heredado de mi suegro, construido por él, que de ser su caja de herramientas pasó a ser mi almacén de tubos de pintura al óleo, con su olor especial, mezcla entre linaza, trementina y aguarrás. Mis variados pinceles, redondos y planos, de lengua de gato, de abanico. Para dar brochazos gruesos a mis pinceladas mentales cuando el pensar pesa y a trazos en veladura para difuminar esos mismos pesares. El lienzo acogedor de ideas que plasmar sin tener ni idea de como hacerlo. La gama de colores de bellos nombres en uniforme complicidad: Fantasía de amarillo limón, siena tostada, negro marfil, rojo cadmio o azul ultramar.
Y una tarde paleta en mano, vestida con una vieja camisa, empecé a escribir.
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Versión corta
Pintar la vida escribiendo
Disponía de mucho tiempo libre para ocupar mi mente.
Con mi caballete plegable encontrado en un contenedor. Mi maletín heredado de mi suegro, que de ser su caja de herramientas paso a ser mi almacén de tubos de pintura, con su olor especial, entre linaza y trementina. Mis pinceles de brocha gruesa para pinceladas mentales cuando el pensamiento pesa y los trazos en veladura para difuminar esos pesares. Un lienzo dónde plasmar ideas, sin tener ni idea, mezclando pigmentos de bellos nombres en uniforme complicidad, amarillo limón, siena tostada o negro marfil. Así una tarde, paleta en mano, empecé a escribir.
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