A cada instante preciso de tu dosis. En generosa entrega, cuando me vacío, tú te extingues. Si el silencio se rompe y mi pensamiento al escribir se desnuda, levito guiada por aquella mano hasta el lecho blanco de sabanas de satén. Allí deslizo mis palabras que serán las caricias que, tal vez, encenderán la pasión de algún lector.
Ellos a ti te llaman tintero... y a mi pluma.
¡Qué poco románticos son!