Se emocionaba cuando cada atardecer al subir a su barca para ir a faenar, las veía pintadas. En su navegar acunaba desconsuelos, estrenaba cada día conversaciones, y susurraba palabras en atrevida quimera, convencido de que ella, que descansaba en la profundidad de la aguas, lo escuchaba. Al regresar al muelle empapado de silencio, recogía la redes desanudando sus lagrimas y se alejaba con su soledad, hacia su soledad.
Al girarse y en una última mirada hacia su barca, tiraba un beso a las pintadas de rojo junto al timón, las letras del nombre de su amada ausente: Aurora