Hace días que observo fenómenos raros en mi estudio. Dejo folios con los escritos impresos encima de la mesa y cuando regreso están metidos en un cajón sin recordar que fuera yo quien los metiera. El ordenador en vez de quedar en reposo cuando no tengo actividad se apaga completamente como si no quisiera saber nada de mi. Cuando lo abro y empiezo a escribir el teclado se ha desconfigurado. La impresora lo mismo, se desconecta cuando quiero imprimir lo que acabo de crear. Para colmo, ayer dejé un paquete de folios acabado de comprar encima de mi escritorio y hoy casi no quedan. Y me consta que nadie de mi casa ha entrado en mi estudio.
Estoy extrañada.
Como hago cada día me he puesto a leer en alto el último microrrelato que he escrito para presentar en algún concurso de los que soy habitual, y por enésima vez participante, y observo con perplejidad, que el oso que me regaló mi hija se ha tapado los oídos. Por lo visto no le gusta lo que leo, tampoco a mi marido, ni a mi hijo el filólogo cuando les pido su opinión.
Creo que ha llegado el momento de reconocer que nada de lo que escribo es de calidad. Ahora que leo y releo todo, una y mil veces, ya no me gusta ni a mi.
Siempre traté de dar un soplo de vida al cuerpo virgen del Din A4, pero si mis palabras fueron huecas y poco acertadas, debería de tirarlas a la papelera.
Ya lo dijo Hemingway. “La papelera es el primer mueble en el estudio del escritor”.
Me sabe muy mal dejar morir mis pensamientos en tan oscuro abismo, pero si en la vida hay que saber renunciar para crecer, en la escritura también y yo estoy por esa labor.
Me cuestiono una vez más abandonar esta actividad y dedicar mi tiempo a otras cosas con las que tal vez tenga mas acierto.
¡Oh dios! acabo de ver a los últimos peluches que reposaban en mis estantes, abandonar la habitación cargados de folios. Ahora lo comprendo todo.
Observo fenómenos raros en mi estudio.
Dejo mis escritos impresos encima de la mesa y cuando regreso los folios han desaparecido. A veces los encuentro metidos en un cajón, sin recordar que fuera yo quien los hubiera dejado.
Cuando me pongo a leer, el ordenador, en vez de quedar en reposo por no tener actividad, se apaga. Si de nuevo lo abro para reemprender la escritura, o tarda en abrirse un desespero o el teclado no responde o simplemente no se abre. Como si no quisiera saber nada de mí.
Si me pongo a leer en alto, el peluche que me regaló mi hija, se lleva las manos a la cabeza tapándose los oídos. Hace como mi marido cuando le recito mis versos y le pido opinión.
Creo que ha llegado el momento de reconocer que lo que escribo no interesa. No tiene calidad.
No me gusta ni a mí.
Se que es difícil tratar de dar un soplo de vida al cuerpo virgen de un Din A4 en blanco y como dijo Hemingway: “La papelera es el primer mueble en el estudio de un escritor”. Por eso tal vez haya llegado el momento de dedicarme a otras cosas.
¡Oh Dios! Los muñecos de mis estantes están abandonando la habitación cargados de folios. Se llevan mis escritos.
¡Qué horror!
¿Será para tirarlos o para conservarlos?
He aquí una duda.
Estoy extrañada.
Como hago cada día me he puesto a leer en alto el último microrrelato que he escrito para presentar en algún concurso de los que soy habitual, y por enésima vez participante, y observo con perplejidad, que el oso que me regaló mi hija se ha tapado los oídos. Por lo visto no le gusta lo que leo, tampoco a mi marido, ni a mi hijo el filólogo cuando les pido su opinión.
Creo que ha llegado el momento de reconocer que nada de lo que escribo es de calidad. Ahora que leo y releo todo, una y mil veces, ya no me gusta ni a mi.
Siempre traté de dar un soplo de vida al cuerpo virgen del Din A4, pero si mis palabras fueron huecas y poco acertadas, debería de tirarlas a la papelera.
Ya lo dijo Hemingway. “La papelera es el primer mueble en el estudio del escritor”.
Me sabe muy mal dejar morir mis pensamientos en tan oscuro abismo, pero si en la vida hay que saber renunciar para crecer, en la escritura también y yo estoy por esa labor.
Me cuestiono una vez más abandonar esta actividad y dedicar mi tiempo a otras cosas con las que tal vez tenga mas acierto.
¡Oh dios! acabo de ver a los últimos peluches que reposaban en mis estantes, abandonar la habitación cargados de folios. Ahora lo comprendo todo.
Dejo mis escritos impresos encima de la mesa y cuando regreso los folios han desaparecido. A veces los encuentro metidos en un cajón, sin recordar que fuera yo quien los hubiera dejado.
Cuando me pongo a leer, el ordenador, en vez de quedar en reposo por no tener actividad, se apaga. Si de nuevo lo abro para reemprender la escritura, o tarda en abrirse un desespero o el teclado no responde o simplemente no se abre. Como si no quisiera saber nada de mí.
Si me pongo a leer en alto, el peluche que me regaló mi hija, se lleva las manos a la cabeza tapándose los oídos. Hace como mi marido cuando le recito mis versos y le pido opinión.
Creo que ha llegado el momento de reconocer que lo que escribo no interesa. No tiene calidad.
No me gusta ni a mí.
Se que es difícil tratar de dar un soplo de vida al cuerpo virgen de un Din A4 en blanco y como dijo Hemingway: “La papelera es el primer mueble en el estudio de un escritor”. Por eso tal vez haya llegado el momento de dedicarme a otras cosas.
¡Oh Dios! Los muñecos de mis estantes están abandonando la habitación cargados de folios. Se llevan mis escritos.
¡Qué horror!
¿Será para tirarlos o para conservarlos?
He aquí una duda.
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